III

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Andrés rodó sus ojos sin poderlo evitar al escuchar esas arcadas ruidosas, en ese pequeño baño en el cual se habían encerrado. Frente a él su reflejó le regalaba su tenso y ciertamente molesto rostro, mientras que su mirada mucho más oscura debido a la luz color mostaza que los alumbraba, se posaba crudamente en esa blanca macha que decoraba ahora su caro chaleco negro.

Pasando las manos por su rostro, respiró con rudeza tratando de darse a si mismo paciencia. Mirando el techo, apretó sus labios resistiendo el asco para sacarse su chaleco y tirarlo descuidadamente en ese tarro de basura a un lado del lavado. No lo volvería a usar en su puta vida. Jamás.

Pellizcando el puente de su nariz, se decidió a mojarse un poco su cara. Eran las seis de la mañana, el sol comenzaba a salir en ese lado del mundo, dando la bienvenida a un hermoso día cubierto de calor, digno para que seres productivos o turistas despreocupados, se despierten para tener un nuevo día. Pero ahí estaban ellos, con la mitad de sus amigos y el futuro novio, completamente borrachos o durmiendo en quien sabe qué lado de la casa.

Cuando dijeron que les harían una despedida de solteros a Raquel y a Sergio juntos, nunca pensó que todo se fuera literalmente a la mierda. Girándose sobre sus talones él observó su propio problema personal, meter nuevamente su cabeza dentro del retrete cómo si su vida dependiera de ello. Acercándose un poco, Andrés frunció su ceño con desaprobación. Solamente a Martín se le ocurriría ponerse hasta los huevos con alcohol barato en una fiesta que no era suya, simplemente por un ridículo juego.

Bueno, no lo podía juzgar por eso. La mayoría de los que estaban en esa casa, habían terminado demasiado mal cómo para moverse siquiera a sus propias camas. Martín por lo menos, podía hablar y no había caído en un coma etílico cómo fueron el caso de Denver o Rio.

Sin embargo, el hecho de que él no tuviera descaro para vomitarlo encima era otra cosa. ¡Nunca!¡Jamás! En su puta vida, él hubiera dejado que algún otro ser vivo se atreviera a lanzarle sus fluidos gástricos sobre sí mismo. Le cocía crudamente la boca, antes de permitírselo siquiera.

Pero ahí estaba. Incluso regalándole suaves palmadas en la espalda, al infeliz que lo había hecho.

Se sentía patético. Infiel a sus propios principios y con su propio orgullo, completamente pisoteado con la incapacidad de hacerle daño a ese tipo. Se odiaba a sí mismo.

—Palermo...¿Estar bien?—le preguntó la voz de Helsinki, en la puerta del baño. Alzando la mirada él pudo distinguir su figura perfectamente parada, a pesar de haber bebido tanto. Por lo visto, él y Oslo, ya se habían encargado de acostar a Nairobi y Moscú, que ya estaban hasta los huevos de alcohol.

Por un momento, Berlín frunció el ceño pensativo. Ahora que lo pensaba Tokio y Estocolmo, se habían encargado de Denver y Rio, Bogotá se había ido a dormir solo, en cuatro patas literalmente arrastrándose por el pasillo, pero solo. Entonces...¿Quién se había encargado de Marsella? Él estaba muy mal ahora que lo pensaba.

Negando con la cabeza en silencio, le quitó importancia. Él tenía su propia mierda con la cual lidiar— Si, solo necesita liberarse— sonrió a su amigo con amabilidad, mirándolo para dejarlo tranquilo— De hecho, Helsin...¿Podrías prepararle un café? Le vendrá bien luego de que lo bañe...—pidió al notar cómo él parecía el más atento de los que aún quedaban merodeando por la casa.

—Café. Entiendo. Café, para tomar. Okey— hablo con rapidez, repasando las palabras con torpeza con su acento mucho más marcado de lo usual, preparándose para irse.

Impertinencias [Berlín x Palermo]Where stories live. Discover now