Habían cosas que las personas no conocían de Julia, más allá de su sonrisa contagiosa, sus intentos por ayudar a las personas y su valor por decir lo que pensaba, -sin importarle lo que dijeran los demás-, ella escondía un gran secreto, que gracias a su abuelo, Antonio Rothschild, -uno de los jueces más prestigiosos de toda Madrid y Barcelona-, aquel secreto fue prácticamente borrado de la historia y de la memoria de todos aquellos que llegaron a saberlo.
Un secreto que perseguiría a la pelirroja por el resto de su vida; en sus momentos más tristes, sus sueños más oscuros y tristemente, en su día a día.
Horas después de aquel abrazo entre los dos adolescentes, Julia decidió invitarle a Polo a su cuarto, donde pasó horas hablando con el chico de ojos azules, escuchando cada una de las historias que él tenía para contarle con atención. Donde admitió que el si había causado la muerte de Marina Nunier, pero una de las cualidades de Julia era ver más allá de la foto, ella sabía que Marina había sido una perra con Polo en aquel momento, que lo había herido con palabras, donde el adolescente se vio tan acorralado que al tener la mínima oportunidad, hizo que ella pagara por todo lo que había dicho y en su interior, también sabía que al asesinar a la hija menor de los Nunier, le había quitado un peso de encima a muchas personas. Les había hecho un favor, para ser más exactos.
Cosa que nadie quería admitir.
La madre de Polo junto con la madre de Julia, fueron a la habitación de la chica, para dejarles saber que ya era hora de partir. Ya que mañana sería un día duro para muchos, porque finalmente Polo pondría un pie en Las Encinas, después de aquel accidente.
— ¿Nos veremos mañana?.— Preguntó Polo, casi pidiendo a gritos la compañía de la chica, porque de eso estaba más que segura Julia, Polo se sentía solo y sin apoyo.
— Claro, tranquilo que ya de mi no te libras.— Dijo Julia bromeando.
— Si sientes que la presión es muy fuerte cuando vean que nos conocemos, entendería por completo si no quieres hablar conmigo o no quieres que te vean conmigo.
— Verás Polo, que a mi lo que digan los demás me vale muy poco y jamás me dejaría influenciar por unos gilipollas como los que asisten a Las Encinas.— Habló con total sinceridad Julia, mirándole a los ojos.— Que a partir de hoy, no estas solo. Y no permitiré que te sigan haciendo daño. ¿Vale?
El asintió con sus ojos llorosos y volvió abrazarle sin aviso, ella recargó su cabeza sobre el pecho de Polo y cerró sus ojos, para apreciar su cercanía.
La mañana se hizo presente, anunciándole a Julia con los rayos del sol que era hora de prepararse para ir al instituto.
Al caminar por los pasillos de las encinas, pudo ver a Samuel observando detenidamente hacia el salón de estudio, se acercó a él y vio a Polo parado junto a su madre Begoña, hablando con Azucena, quienes se dieron un apretón de mano con una sonrisa en sus rostros.
Polo alzó la mirada, encontrándose con la de Julia, y una sonrisa se asomó. Dejando a Samuel con la intriga de como aquellos dos se conocían, preguntándose porqué se compartían sonrisas, llenándolo de preocupación al recordar que el abuelo de la chica, era quien dictaría la sentencia de Polo y de su hermano.
— Si me disculpan, iré hablar con Julia.— se excusó Polo, para salir de aquella incomoda situación con la directora de Las Encinas.
— Me alegra ver que sois amigos, Polo. Ella es una de las mejores estudiantes que he conocido y muy buena chiquilla, sé que tenerla cerca os hará bien a los dos. Ya que desde mis tiempos de juventud, he sido muy cercana a la familia de Julia, puedo llegar a decir que con la madre de ella somos buenas amigas.— Aseguró Azucena, dándole una sonrisa a Polo. El asintió y salió del salón, Samuel al notar que el chico se estaba acercando a ellos, decidió partir y así no causar problemas.
