Carla

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Cerré la última caja y, tras sellarla con cinta americana, la metí en el coche, eché un último vistazo al portal y cerré el maletero; me subí al coche y suspiré, los nuevos comienzos eran algo complicado y tal vez no podría afrontarlo, pero tenía que conseguirlo de cualquier forma. Ensimismada en mis pensamientos, no pude reaccionar a tiempo cuando mi puerta se abrió y con ella llegaron sus gritos de nuevo, por suerte, había gente en la calle y pude ponerme en marcha, dejando todo atrás.

Tras recorrer unos treinta kilómetros y asegurarme de que no me seguía, paré en una estación de servicio, donde cada persona llevaba un ritmo distinto, era realmente un panorama variopinto con el que podría jugar a imaginar cómo era cada uno y construir una historia, olvidando la mía propia durante un breve instante para dejar de atormentarme. Ni siquiera con meses de terapia había sido capaz de ubicarme aún, solo había conseguido recuperarme un poco, lo suficiente para ser una persona productiva y volver a una medianamente normal, con un nuevo trabajo, una nueva casa, un nuevo tiempo lleno de incertidumbre sobre lo que vendría después. Quizás eso era lo que necesitaba, o eso decía Laura, mi terapeuta.

-Considero que es momento de dar un paso más hacia delante, creo que has conseguido superarlo y perder el miedo.- Me dijo mientras subía sus gafas, recorriendo su tabique nasal. -Es momento de recuperar tu autonomía, tendrás que asumir el riesgo de recoger todas tus pertenencias, acompañada, por supuesto, por la policía y marcharte. Es hora de buscar de nuevo tu propia vida, Carla. 

¿Pero cómo olvidar la constante tensión que me perseguía después de varios años de maltrato y una orden de alejamiento que no me hacía sentir segura? 

Muchas canciones y cuatrocientos kilómetros después, llegué a mi destino, una pequeña urbanización en la costa gaditana, donde el único edificio alto era el faro, la playa era inmensa,  completamente virgen, llena de vegetación y con arena pura. Detuve el coche frente a la pequeña casita blanca que tendría que convertir en mi nuevo hogar, donde tendría que reconstruirme y crear recuerdos nuevos; una señora de avanzada edad apareció en la puerta de la casa contigua y se acercó a mí sonriendo.

-Tú debes ser Carla, encantada, soy Jacinta, tu casera y vecina. -Me entregó dos juegos de llaves y me daba dos besos para presentarse. -¿Necesitas ayuda con la mudanza? Puedo llamar a mi sobrino, vive con nosotros, estará encantado de ayudarte. Tenemos además otro juego de llaves por si tienes alguna emergencia, pero podemos dártelo si lo necesitas. 

Ni siquiera me dio tiempo a responder, cuando de la misma casa salió un chico alto, rubio, con la típica pinta de surfero que al parecer se llevaba tanto por la zona. Jacinta y Lucas me hicieron un pequeño tour por la casa, era muy sencilla, como todas las de la zona, pero estaba muy bien distribuida y amueblada con un gusto muy coqueto; tenía un pequeño recibidor con un mueble donde poner zapatos y las cosas esenciales como las llaves, una cocina americana con salón-comedor, baño, dormitorio e incluso un porche con un pequeño jardín donde podría disfrutar del buen tiempo. En unas pocas horas, conseguí abrir y colocar todas mis cosas, poco a poco, iba transformándose en un hogar, en mi nuevo hogar. 

Lucas apareció al anochecer en la puerta, con una bandeja humeante que dejaba un olor delicioso tras de sí.

-Pero bueno, ¿y esto?-Sonreí mientras le dejaba pasar.

-Te aseguro que mi tía no va a dejar de cuidarte en ningún momento, es un cielo de mujer y su lasaña es una maravilla. ¿Ya has terminado con todas las cajas?

-Sí, tampoco traía tantas cosas en realidad, así que he podido hacer todo bastante rápido, pero no pude ir a hacer compra, así que me viene genial que me traigas la cena. ¿Te quieres quedar?

Negó con la cabeza.-No, nosotros hemos cenado ya y he quedado para salir con unos amigos, quizás hoy sea precipitado, pero alguna noche podrías salir con nosotros, seguro que te vendrá bien para despejarte. 

Había perdido la noción del tiempo, ni siquiera recordaba que en aquella época del año, el anochecer llegaba mucho después; nos intercambiamos los números de teléfono y acordamos quedar en algún otro momento. Llené la bañera y me sumergí en el agua, intentando relajar mis músculos, aliviar tensiones, liberarme y pensar en lo que me quedaba por delante, tenía aún algunos días libres antes de comenzar mi nuevo trabajo, días que tendría que llenar con actividades livianas pero activas, que me permitiesen estar ocupada sin suponer demasiado estrés, para no caer en pensamientos negativos que me provocasen ansiedad, todo recomendado por Laura, pensaba seguir todos sus consejos y ejercicios a pies juntillas, costase lo que costase, quería mejorar, salir de ese pozo en el que él me había metido a la fuerza. 

Pasé los siguientes días haciendo trámites burocráticos, preparando las que serían mis propias rutinas, encontrando todo un mundo nuevo, donde era yo quien tomaba las decisiones que me correspondían, por primera vez en mucho tiempo, sentía todo en mis manos, todo bajo control, lo que me daba toda la paz que necesitaba. Decidí entonces, que mi primer viernes noche en aquel lugar paradisíaco donde ahora vivía, lo pasaría con Lucas y sus amigos en la playa, donde habría mucha gente reunida, pero estaría arropada todo el tiempo bajo la sonrisa de Lucas. Él era un chico muy atractivo, de melena rubia, ojos verde claro, sonrisa casi siempre de lado y piel bronceada, además tenía un carácter muy divertido, era risueño y me proporcionaba tranquilidad, le consideraba como un hermano pequeño, aunque aún no tuviésemos una relación estrecha como para ello, pero era la sensación que me daba cuando estaba con él. 

Me vestí con  un pantalón corto suelto, con encaje y una blusa finita, aunque cogí mi sudadera por si de madrugada refrescaba un poco, metí todas las cosas que necesitaba en una bolsa de deporte y salí al jardín, donde Lucas me esperaba y junto a él, todas las cervezas que tendríamos que cargar. 

-¡Va a ser divertido!-Dije mientras le ayudaba a cogerlas y echamos a andar.

-Probablemente sí, espero que no nos pasemos mucho y nadie haga tonterías, jajajajaja.

Hablamos de cómo le habían ido sus clases de surf (él era profesor) durante la semana, siempre tenía anécdotas graciosas que contar sobre los niños de sus clases, en alguna ocasión debería ir y probar, aunque fuese la persona más inestable del universo. 

La fiesta fue genial, nos vinimos muy rápido arriba con la cerveza y empezamos a bailar, cantar, me dejé llevar en el ritmo de la noche y el alcohol hizo el resto. 

El tiempo entre atardeceresWhere stories live. Discover now