6. Los Ingleses.

80 13 6
                                    

—¡Dios! ¿Qué hace ahí? Qué inoportuno. — se cubre el busto con sus manos.

—¿No le parece más inoportuno bañarse completamente desnuda en un lago al que cualquiera podría acceder? — el príncipe esboza una media sonrisa. Tal parece que molestarla se convertirá en su nuevo pasatiempo favorito.

—Nadie viene aquí, es mi lugar.

—¿Tu lugar? No lo creo. — la fulmina con la mirada.

—¿Podría darme algo de privacidad? Necesito vestirme.

—Hágalo. — sigue mirándola.

—Dese la vuelta, por favor.

—¿Estás dándome órdenes? — cruza los brazos y cuando nota que se está enojando, se levanta y se da la vuelta para darle privacidad. Helen sale del lago, se seca con un lienzo todo lo que puede y se viste rápidamente, dejando su largo cabello mojado todavía.

Une los lazos delanteros de su vestido hasta que el príncipe vuelve a mirar.

—¿Qué hace por estos lados, príncipe Alan? — le pregunta.

—Aventurando. Como futuro rey me gustaría conocer más a mi propio pueblo. — aunque esa es una razón, no es la primordial.

—No sé porqué tengo la impresión de que está mintiendo. — se le acerca.

—Pues no, no lo hago. Tampoco tendría porqué. Lamento que tengas tan poca fe en las personas.

—En las personas no, en usted y todo su reino sí. — sigue fulminándola con la mirada hasta ponerla algo nerviosa.

—¿Por qué me odias tanto? — le pregunta. Es la duda que ha tenido desde que la conoció.

—El odio no tiene lugar en mi corazón. — intenta irse pero Alan la sujeta del brazo, regresándola a su frente nuevamente. El tacto de las manos del príncipe en el frágil brazo de la doncella la estremece y no es algo que pueda controlar.

Helen agacha la mirada.

—¿Por qué ahora bajas la mirada? — sus caras están muy cerca.

—Es lo correcto, ¿no?

—No para ti. — la suelta del brazo. — Eres la única persona que me trata como todo menos como lo que realmente soy: el futuro rey de Francia. Otros ya habrían muerto por menos de todo lo que has hecho tú. — un escalofrío recorre por todo el cuerpo de Helen. Después de todo está cayendo en cuenta de que ha estado jugando con alguien demasiado poderoso, incluso para ella.

—Quizás porque tengo muy claro que ante Dios, todos somos lo mismo. Son mis costumbres, no tiene nada que ver con usted. Lamento mucho causarle tantos problemas. — le dedica una falsa sonrisa.

—No, me gusta. Siendo una pueblerina más no me servirás de nada así que puedes seguir siendo tú misma conmigo pero con ciertas reglas. — se aparta más de ella.

—¿Cuáles son esas...reglas?

—Necesito conocer más sobre el pueblo que pronto gobernaré. Sus costumbres, su estatus social, todo lo que sea necesario para saber qué medidas tomar luego y también...para que me ayudes a encontrar a esta tal Sylvie. — que mencione a Sylvie la pone en una complicada situación. — ¿Has investigado sobre ella? — Helen traga hondo.

—Apenas ha pasado un día, no tengo manera de saber nada. Además, necesito saber para qué la busca antes de darle cualquier información. — está nerviosa y él lo nota.

—No sé de qué me das capaz pero no le haré daño. Solo quiero hacerle un par de preguntas. — intenta descifrar si sus palabras son ciertas o no pero su rostro es muy inexpresivo así que no lo sabe con certeza, tendrá que tentar a su suerte.

La Séptima ConstelaciónOù les histoires vivent. Découvrez maintenant