Capítulo 14. Harry

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Louis no iba a matarlo.

Se dio cuenta mientras desayunaba, con la sensación pesada en los hombros que siempre le quedaba después de una larga noche insomne.

Había visto las fotografías de sus verdaderas víctimas. Si lo quisiera muerto, llevaría mucho tiempo enterrado. Se habría convertido en otro informe de autopsia la misma noche en la que lo había denunciado.

No había nada que se lo impidiera, y sin embargo Harry estaba allí, preparándose y trabajando como todos los días. Comprobando detrás de las puertas sólo por si acaso, y evitando elegantemente mirar a la cara al cliente que apareció llevando una elegante corbata azul.

Lo que no tenía claro era qué demonios pensaba hacer Louis entonces. No parecía alguien con los escrúpulos suficientes como para dejar testigos. Y Harry ya había demostrado que no iba a guardarle el secreto.

Se frotó los ojos.

Bueno, quizás ahora sí.

Esa posibilidad también daba miedo. Louis había decidido dejarlo vivir y afrontar las consecuencias de sus actos.

No parecía dispuesto a dejarse pillar, pero había visto caer torres más altas. Si algo le habían enseñado sus años de trabajo era que nadie estaba nunca totalmente seguro de salir impune.

Si la justicia no caía sobre él, ya se encargaría de eso su conciencia.


Volvió de trabajar y entró en una casa silenciosa, y a oscuras. Vacía.

Cenó con la televisión haciendo ruido de fondo, perdido en sus propios pensamientos.

Tenía miedo; sería ridículo no reconocerlo.

Pero aún recordaba el torrente de adrenalina, su sonrisa torcida y el gesto delicado de su muñeca mientras sujetaba la copa de vino. Con el cuchillo apretado contra su cuello, casi podía saborear su aliento.

Abrió los cajones del armario al salir de la ducha. Las corbatas seguían enrolladas en uno de ellos.

Las agarró y se las pasó entre los dedos; respiró hondo. Se giró para mirar el marco de su cama, con el cabecero de barrotes de forja. Ya estaba ahí cuando había alquilado el departamento, y nunca le había gustado. Ahora sabía que no podría volver a verlo igual.

Estoy enfermo, pensó casi con desafecto. Quizás le falta emoción a mi vida. Debería apuntarme a uno de esos cursos de paracaidismo para ejecutivos adictos a la adrenalina. Quizás debería tomar las riendas de mis propios impulsos autodestructivos.

El timbre de su casa sonó. Harry se aseguró de ocultar las corbatas de nuevo en el cajón antes de ir a abrir.


Louis llevaba un abrigo color café y zapatos de cuero brillante. No necesitaba ver la pistola que llevaría oculta en algún sitio para saber que la tenía encima.

Estaba perfecto. Quería comérselo.

A juzgar por su sonrisa, Louis parecía estar pensando algo parecido.

—No te voy a mentir, Harry. He venido para matarte.

Sí, claro.

Se hizo a un lado.

—Adelante.

Louis levantó las cejas, pero se limpió los pies en el felpudo y entró.

—Gracias.

—¿Quieres cenar? Me queda estofado.

—No. —Louis le dedicó una sonrisa que le recordó a la de un tiburón—. La verdad es que no tengo hambre.

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