Agonía

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Es ahora en mis últimos momentos en los que mente empieza a añorar esa calidez que por avaricia me he negado. Deseé y satisfice los placeres más mundanos ignorando la verdadera realidad de mi existencia. Pude ser el más grande y, sin embargo mi furtiva vida me ha dado lo que no sin esperar merecer me ha acompañado.

Don divino, tachado de locura que vela mi alma cada vez que el Sol se despide de este mundo. En cambio, Luna de lunas, espejo de mi rostro que hace mi espera a lo eterno mucho menos breve de lo que mi dolor quiere. Ahí estas, mirando con burla por última vez a tu súbdito, que por merecer escapa su última lágrima de los ojos que un día cegaron su puro destino.

Rojo escarlata que me devuelve al río de la vida y que me lleva a los avernos. Proclamador del principio de un fin seguramente predicho con orgullo. No por cobardía me ciego en los anhelos que mi corazón permite y que, sin embargo, hacen más amargos los pasos que oigo en el sendero junto a mi tumba.

Orbe maduro y olvidado que me acompaña al principio y al final de mi viaje. Compañera vaporosa que recorres mis punzadas con tus porcelanosas garras. Sanadora de impulsos y principios. No esperes curar mis heridas, pues más profundas son en esta mente falta de juicio.

Amada mía que aguantas mis temblorosas manos entre tus aires fríos conocedores de mi inminente destino. Consuela ya mi alma, pues pertenece al viento y no a semejante inerte que ya deshace en las pupilas su última mirada a las estrellas.

PoemíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora