Prólogo.

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Gabriel desde muy pequeño creció en el mundo del tráfico de narcóticos. Tenía apenas ocho años cuando vio como mataban a su madre en un ajuste de cuentas con el cartel que le hacía la competencia a su padre, que para ese entonces lideraba la organización de la cual actualmente ahora él era la cabeza.

Sus padres eran muy pobres cuando la madre de Gabriel salió embarazada, apenas tenían para el alimento diario y no tenían ni la menor idea de cómo mantener a un bebé. Sí, se querían pero debían cómo buscar cómo sobrevivir. La necesidad empujó al padre de Gabriel a aceptar un trabajo como sicario, y en menos de lo que esperaban, tenían para el alimento y hasta pudieron mudarse a un lugar mucho mejor.

Ed —el padre de Gabriel— más que ser un sicario, era la mano derecha del patrón. Era inteligente y astuto, por lo que él se apresuró para mover las fichas a su favor y aprovecharse de la confianza de su jefe para matarlo y quedarse con todo lo suyo, incluyendo propiedades y su puesto en el cartel.

Rápidamente se ganó el respeto de todos los hombres que trabajaban para él, y cuando apenas Gabriel tenía 6 años, era el capo con más dinero y poder en su región, por ende, tenía muchísimo que perder. Con la rapidez que obtuvo todo su poder vino consigo los enemigos, y en poco tiempo una riña entre narcos cobró la vida de su madre sin pudor alguno.

Así pues, Gabriel creció siendo frío y duro pero con tal ímpetu que apenas su papá se hizo incapaz de seguir llevando sus negocios, se los cedió a él con confianza absoluta. Estaba acostumbrado a manejarse en ese mundo, y la asesoría de su padre lo ayudó a consolidarse como el jefe aun siendo el líder más joven de los patrones de la localidad  se ganó el respeto de muchos, pero no de todos. Estaba consciente de que siempre habían enemigos y estaba preparado para lidiar con eso, pero muy poco se preocupaba aunque, tampoco los subestimaba.

Gabriel terminaba de doblarse la camisa que recién se había puesto cuando el sonido de su teléfono llamándole la atención lo sacó de sus pensamientos, miró la pantalla del aparato electrónico y rápidamente contestó.

—Espero me tengas buenas noticias, Marc. — demandó, no toleraba los errores y mucho menos que fallaran a sus órdenes.

—Ya recogimos la mercancía, señor.

—¿Y? ¿Lo mataron? — comentó mientras se colocaba su reloj de oro y rociaba uno de sus tantos perfumes. No solía hacer el trabajo sucio, lo de él era manejar sus negocios desde la comodidad de su despacho. Sin embargo, cuando los sicarios cometían errores debía hacerlo él mismo, y estos solían ser los trabajos más crueles pero, no le temblaba el pulso nunca. Y hasta ahora no existía alguien que lo hiciera dudar.

—Señor, se ha escapado.

La rabia comenzó a invadir el torrente sanguíneo de Gabriel.

—Son unos inútiles. —proclamó con odio.

— Secuestren a su hija, solo así aparecerá y se dará cuenta de una vez por todas quien manda.

—Como usted mande, jefe.

—Más te vale que hagan el trabajo bien, sino seré yo mismo quien los mate a cada uno de ustedes junto con sus familias. — espetó para luego dar por finalizada la llamada.

(..)

Los pasos de Gabriel se hacían escuchar en el lugar, era bastante alejado donde se encontraban, alrededor solo habían arbustos y siembra. Aquellos eran unos terrenos efímeros que habían pasado a sus manos apenas tomó el cargo, y de los cuales se apresuró a pensar en planes para los cuales le parecerían útiles.

Allí se encargaba de cobrar sus pagos y sus traiciones. Y donde solo él se tomaba el lujo de dar por pagas sus deudas, nadie se burlaba de Gabriel Mackled.

—¿Dónde está su hija? —demandó mientras uno de sus hombres traían a una chiquilla de mala forma y amordazada. Se encontraba despeinada y se veía realmente débil ante él.

Él se dedicó a observarla con detenimiento, de alguna que otra forma aquella niña la había llamado la atención.

—Suéltenla.

Gabriel se acercó bruscamente ante ella y lo hizo mirarlo directamente a los ojos, él alargó su mano para alzar su mentón hacia ella en un movimiento rápido por lo cual la menor solo pudo temblar de miedo. Estaba sudorosa y sucia, él supuso que por la falta de delicadeza de sus hombres para con ella. No solía cobrar sus deudas así, pero el padre de la pequeña le debía una traición muy grande que solo podría pagar con su vida, y al escaparse tuvo que amenazarlo con su única hija hembra.

Dentro de él algo se movió y le extrañó. En todos sus años frente a la organización jamás sintió un ápice de compasión ni mucho menos lastima. Su plan inicial era matar a su hija frente a el hombre pero ahora dudaba de su decisión.

Se veía indefensa y desconocía todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Ahora estaba preocupado porque sintió que su pulso por primera vez a sus casi 28 años de edad tembló ante una pequeña indefensa y desprotegida.

Sin pensarlo quitó la mordaza que tenía en sus labios, sentía muy en el fondo que no se merecía estar pasando por aquello.

—Llévenla a la camioneta.

Sus hombres siguieron sus órdenes un poco intrigados por la decisión del jefe pero no titubearon ni se atrevieron a hacer preguntas ya que podían poner su vida en peligro en caso de que lo hiciera.

Otros de sus hombres tenían amordazado al padre de la chiquilla quien le debía ahora mucho más. Él decidió perdonarle la vida a la chica, pero su plan con él seguía en pie.

—Sabes cómo se pagan las traiciones en este mundo, Chad.

El señor cuarentón suplicó misericordia mientras se removía nervioso rodillas ante él.

—Quien me la hace me la paga.

Sentenció mientras dirigía la pistola hacia su frente para disparar sin esperar ningún segundo. El cuerpo inerte del hombre cayó ante la tierra áspera del lugar.

—Háganse cargo. — ordenó de nuevo mientras llevaba la pistola hacia su espalda para guardarla entre en la parte baja de la misma.

Caminó seguro hasta casi montarse en la camioneta donde también estaba la hija del hombre que hace segundo había matado.

—Señor, ¿y la chica? — preguntó su hombre de más confianza, Priston.

—Ella se va conmigo.

psychotropic.Where stories live. Discover now