Ciudad Misuvia era la capital del reino del mismo nombre. Su puerto era el foco comercial más austral del continente y cientos de pokémon lo visitaban a diario. A poco menos de un kilómetro de los muelles, se erguía con orgullo el Fuerte Démar, una impresionante construcción de piedra, con múltiples muros almenados y torreones que servía como principal defensa de la ciudad y de sus habitantes en caso de cualquier intento de agresión por parte de los piratas o algún otro enemigo. Además, era el corazón del gobierno de Misuvia, y donde el gobernador actual había establecido su residencia. El resto de la población habitaba en las colinas circundantes al muelle, en casas de lo más variopintas y de todas formas y tamaños.
En la cúspide de la colina más alta, se encontraba un suntuoso templo dedicado a la deidad protectora de la ciudad. Cientos de veletas giraban mecidas por la sempiterna brisa marina del atardecer, y en el centro, se encontraba una fina estatua del legendario pokémon Lugia sobre un pilar de granito.
Frente a esta estatua, se encontraba sentado un joven Mudkip, mirando los destellos que la luz del crepúsculo arrojaba sobre las aguas del océano. Esa sería la última puesta de sol que el joven Arthel observaría desde su hogar en mucho tiempo, y quería estar en el mejor sitio de la ciudad para apreciarla.
- Mañana es el día – dijo Arthel sin dirigirse a nadie en particular – Mañana, por fin emprenderé mi viaje, el viaje que llevo deseando desde que tengo memoria. Por fin, podré aprender a hacer las cosas bien y así ayudar como corresponde a los pokémon que lo necesiten.
La estatua permaneció completamente inmóvil, pero a medida que la luz solar se desvanecía y la luna llena comenzaba a alzarse e iluminar el cielo, el semblante de Lugia adoptaba una apariencia mucho más deslumbrante. A la luz de la luna, la estatua parecía que verdaderamente cobraba vida.
- Creo que te voy a extrañar, Lugia – reconoció Arthel mientras contemplaba el efecto que la luz tenía sobre la estatua–. Siempre estuviste aquí, dispuesto a oír mis pensamientos, compartir mis tristezas y soportar mis frustraciones. Eres prácticamente el único al que verdaderamente puedo llamar amigo en esta ciudad tan poblada.
Tras unos treinta minutos, la noche ya se había adueñado del cielo y pronto sería el momento de ir a casa para el joven Mudkip.
- Será un viaje largo y riguroso, y de seguro bastante solitario también, pero creo que podré soportarlo –volvió a hablar Arthel en voz alta -. Después de todo, cuento con tu apoyo, ¿no es así? No estaré realmente solo. Sé que siempre podré contar contigo para que ilumines mi camino, Lugia.
- El guardián de los mares es una criatura atareada, niño – dijo una voz a poca distancia de Arthel-. Dudo mucho que se dé el tiempo para observar y guiar a un renacuajo errante.
El Mudkip, sobresaltado, observó a todos lados para descubrir quien había hablado. Como no pudo ver nada, dirigió su mirada con incredulidad a la estatua. Posado en una esquina del pedestal en que Lugia se alzaba, se encontraba un gran pokémon pájaro. Su lustroso plumaje negro y su mirada penetrante eran inquietantes, pero lo que realmente llamó la atención del Mudkip era el tamaño descomunal del pico del pokémon ave.
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Pokémon Ausvandel: La academia Plateada
AdventureEn una región habitada solo por las fantásticas criaturas conocidas como Pokémon, un joven Mudkip sueña con convertirse en un valiente aventurero y explorador. Para lograr ese objetivo, se dirigirá a la prestigiosa Academia Plateada, donde podrá ap...