Desmorónate

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Todo era escombros.

Y yo quería gritar. Desgarrarme la garganta hasta que mi voz fuera indescifrable, hasta que ya no quedará rastro de ella y mis cuerdas vocales se rompieran como hilos bajo el filo de una tijera, pero sabía que eso no ayudaría a revertir el tiempo.

Caminaba tambaleándome con los puños apretados por la impotencia y también como una forma de retener a mi pobre alma desoladamente melancólica que se quería filtrar entre mis dedos y desparramarse en el piso resquebrajado.

El lugar era un caos. Era un debacle en todo su esplendor.

Polvo se alzaba al aire e impreganaba mi piel dejándola sucia, entraba en mis ojos nublándome la vista y con cada inhalación ennegrecía mis pulmones impulsandome a toser secamente.

Paredes de concreto derruidas y vidrios quebrados yacían desperdigados por el suelo, amontonándose junto con muebles irreparables y... cadáveres, muchos cadáveres. La sangre era una de las protagonistas en la escena y si pudiera respirar sin trabas seguramente podría oler su aroma pestífero.

No había estertor que se escuchara indicando que alguien seguía con vida, mis oídos solo podían percibir un pitido constante que se iba acallando paulatinamente junto con mis invariables pasos y mi corazón, que con cada latido dolía más, como si golpeara una costilla astillada.

Todo era mi culpa, porque yo era un paradigma del desastre, por más inverosímil que pudiera parecer.

Me arrepentía, ese era un hecho que arremetía mi ser y se volvía mi propia agonía; el peso punzante y recalcitrante de un hierro encendido chamuscando piel y carne desnuda. En esos momentos hubiera preferido ser una persona cruel y despiadada, donde no hubiera espacio para los sentimentalismos en ningún recoveco del cuerpo. Pero eso ya no sucedería, no hoy, ni mañana, y el arrepentimiento tampoco me dejaría este mismo día y quizás nunca.

Lo... lo siento, Hann, no quería que las cosas acabarán así.

No podía llorar, me era imposible. Por más que quería que mis ojos se anegaran de lágrimas frías para así dar paso a una forma de desahogarme, simplemente no podía, y es que la llave de mis lagrimales estaba cerrada y atorada.

Todas esas emociones se arremolinaban debajo de mi piel, como si se arrastracen, cubriéndome. Era tantas y tan potentes que desencadenaron en mi interior una incomprensión extensa que dieron paso a un hueco expansivo que necesitaba ser llenado por algo desconocido que no estaba a mi alcance. Llegó un punto del vacío tan extremo que había aparecido y crecido después del dolor que en realidad ya no le veía sentido a nada, así que sin más dejé fluir todo lo que había contenido por tantos años de abstinencia, dejando de lado las barreras y liberando por completo al poder arrasador y ominoso que me recorría y que reprimía, porque además de ser perjudicial para las personas, tentaba con desgarrarme hasta la muerte, pero eso ahora ya no importaba.

Caí de rodillas vapuleando el suelo y de inmediato lo recorrió una estremecida violenta que se extendió y se extendió, y solo pasaron unos segundos cuando se resquebrajó y empezó a abrirse de par en par una profunda zanja como si de una herida hecha por un hacha se tratara. Y solo pasaron unos segundos cuando escuché una estructura caer y luego los gritos estridentes alzarse con pavor.

Ya no me importa nada.

Ya no me importa si me destruyo y todo también lo hace a mi paso.

Relatos Sacados Desde la Nada MismaWhere stories live. Discover now