Mis días contigo (epílogo)

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Una llamada telefónica lo distrajo de su lectura, pero no importaba en lo absoluto, porque sus días a su lado eran lo más maravilloso que había vivido, esa hermosa existencia, encajaba tan perfectamente con su dicha, y su gloria personal, que se sintió dentro de las elocuentes líneas del escritor que era su homólogo: "por qué negar la alegría de vivir, si no sé encerrarlo todo en la alegría de vivir? No hay vergüenza en ser feliz". Bodas, Albert Camus.

-"Hola Cam, amor, tengo una emergencia en el Hospital, ¿podrías pasar por la princesa?"

-"Mon amour, no hay problema."

-"Gracias mi amor, se los compensaré cuando llegue a casa, ya tengo el regalo perfecto para Cami, y para ti, un millón de besos... no sabes cuanto quiero estar contigo..."

-"Yo también Milo."

-"Esta noche, espera por mi amado Cammie, haremos el amor."

-"Como siempre, yo estoy anhelando por ti... suerte en el trabajo, te amo, y te dejo, tengo que prepararme para ir por la niña."

-"Claro amor... te amo, y dile a Camille que la adoro."

-"Yo también te amo, y si, se lo diré."

La ciudad le parecía un camino de luminarias a cada metro que avanzaba, esas luces multicolores de las lámparas callejeras, danzantes y paralelas a los faros de los automóviles, compañeras en secreto de las íntimas confesiones de los bombillos de las casas, celosas del brillo de la luna y las estrellas, pero afortunadas por estar más cerca de la tierra, le traían una enorme paz, que se fundía con el aroma de la tierra mojada, y el recorrido de las gotas de lluvia en un viaje interminable del cielo al suelo, en un ambiente exquisitamente acogedor, que hacía un dueto perfecto con la calidez del interior de su automóvil, eran cosas muy sencillas sin duda, ¿pero quién dice que la felicidad se encuentra en detalles ostentosos?, a veces, encontramos la más maravillosa de las dichas en pequeños detalles, y para Camus, esa tarde noche se le antojaba como un momento para grabar para siempre, en las páginas que componían el libro de su vida.

Conducía con prudencia, esperando las señales de avance entre esa selva asfáltica, con algunos vistazos de césped, o de una atrevida camelina carmesí, que le recordaba a los labios de Milo, y a su apasionada forma de amarlo, y también a la puesta en escena que llevaban a cabo cada madrugada en su lecho matrimonial, ofreciendo un privado teatro de sombras que se fundían en una sola, que significaba un por siempre, un eternamente, además de la preciosa cima de su amor, se encontraba en otro apartado de su alma, su preciosa dama, su hija, su diosa, su señorita, que representaba el más grande tesoro para ambos.

Desde que la encontraron en aquel bosque, ya habían pasado doce años, en los cuales tuvo el placer de verla crecer, rodeada de cuidados y mimos por parte de Milo, y en una educación impecable por parte de él, además de las constantes atenciones de sus hermanos y amigos para con la niña, pasaron divertidas anécdotas criándola, como la constante pelea entre convertirla en una pequeña gran artista, o una deportista profesional, entre ese peculiar grupo de ex caballeros dorados, estaban los que adoraban verla vestida como una princesa, y los que clandestinamente la llevaban a ver películas de terror, o la enviciaban con pizza y maratones de juegos de video, estaba de más decir quiénes pertenecían a cualquiera de los dos bandos, porque era más que obvio, y aún así, su hermosa Camille se adaptaba a todo, perfecta como ninguna, amable, bondadosa, tal y como él la recordaba en su encarnación anterior, agradecía poder ser su padre, o mejor dicho su madre, porque involuntariamente tomó ese papel cuando esa pequeña era una bebé de mejillas sonrosadas, y le llamó "mami Camus".

Sonrió para sí mismo, cosa que antes de su amado Doctor era impensable, e inevitablemente comparaba su anterior ser con el actual, se sentía como si en su pasado hubiera estado dormido, y ahora, con los sentidos más despiertos que nunca, se disponía a no caer en ese estado nunca más. El agradable sonido de la lluvia, lo relajaba, al igual que el agua corriendo por su parabrisas, en pequeños ríos transparentes, como si fueran unos hilos purificadores, toda Atenas estaba sumergida en un bautismo involuntario de renovación, las primeras tormentas del año siempre tenían esa nostalgia involuntaria.

Mi amado Doctor (MiloXCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora