Capítulo 35

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Anoche nos recogimos relativamente tarde y cuando por fin nos refugiamos bajo las sábanas eran cerca de las tres de la mañana. El cansancio nos pudo y pronto nos dormimos. Aunque no pudimos descansar todo lo que nos hubiera gustado dado que a las ocho de la mañana tendríamos que volver a estar en planta. Fuimos a desayunar con el profesor, tal y como llevamos haciendo estos días atrás, y hablamos acerca de cómo se planteaba el día. Alfred nos dijo que iba a encargarse de hacer algunas compras para poder celebrar fin de año como corresponde y que, por tanto, nos daba el día libre para poder hacer lo que nos placiera. La alegría no tardó en apoderarse de la mesa. Eso sí, antes de marcharse al supermercado nos dio una serie de instrucciones sin dar muchos detalles para que nos dirigiéramos a la playa, concretamente, a la zona del muelle que ya frecuentamos en una ocasión.


—¿Alguien se hace una idea de por qué nos ha enviado aquí?— pregunta Iván, repasando con sus ojos el paisaje de ensueño que nos rodea. Las aguas cristalinas relucen bajo la fulminante mirada del sol que culmina el cielo. 

 —¿Para que nos revolquemos en la arena cuál croqueta?

 —La venganza por haber acabado con arena en lugares insospechados— continúa Robert, tras oír lo que tenía que aportar.

 —Quizás se trate de una emboscada y en cualquier momento nos asalte para enterrarnos bajo la tierra.

 —Cuando has dicho, enterrarnos bajo tierra, ¿en qué sentido lo decías, Alex?

 —Hay muchas posibilidades, depende cómo de positiva o negativa seas. Podría ser acabar bajo tierra como juego o como venganza. Y créeme, en el segundo caso, estaría implicada la policía.

Natalie da un grito al recibir esa clase de respuesta y mira espantada a su alrededor para comprobar que el profesor no está en las inmediaciones, observando, en silencio, todos y cada uno de nuestros movimientos para decidir cuándo es el momento idóneo para atacar. Iván se quita la playera blanca que lleva puesta para mostrar la camiseta de tirantas que lleva justo debajo y se la echa en el hombro con aire despreocupado.

 —No sé si lo has entendido bien, así que voy a explicártelo lentamente— se burla el chico de ojos verdes, poniendo fin al miedo que ha nacido en Nat para sustituirlo por un gran enfado por su actitud fuera de lugar—. Si te entierran completamente bajo tierra, con la cabeza incluida, el peso de esta te oprimirá el pecho y cerrará tus vías respiratorias. Entonces, mueres. Pero si se da el primer caso, a parte de seguir taladrando cabezas con tu voz chillona e insoportable, acabarás con el pelo cubierto de arena. Y apuesto que preferirías estar muerta antes que tener el pelo hecho un desastre. Eres una niña.

 —Yo no soy ninguna niña, así que no me digas de esa forma. Y, escúchame bien— le advierte, dándole un golpecito con el dedo en el pecho—, la única razón por la que querría seguir viva sería para continuar taladrándote la cabeza. Con suerte, algún día consiga funcionar bien, ¿no crees? ¿Podría ser posible?

Suelto un bufido y pongo mi mano a modo de visera para poder ver mejor las vistas. Lydia ha abandonado su posición para acercarse al área ensombrecida y aún cubierta por arena, que se halla a comienzos del muelle. Algo ha llamado su atención y, ahora, su actitud nos incita a todos a seguir sus pasos. Se arrodilla en el suelo y pronto se le une Ayrton, que cava con sus manos a modo de rastrillo.

 —¿Qué es eso?— suelta Olivia, tratando de ver más allá de las cabezas que tiene por delante, centrando todo su equilibrio en la punta de sus pies.

 —Una carta en botella.

 —¡Como en las películas antiguas!— exclamo eufórico en cuanto recibo esa gran noticia por parte del chico que yace arrodillado junto a la pelirroja, con sus dedos cubiertos de tierra húmeda—. Vamos a abrirla. Averigüemos qué pone en ella.

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