CAPÍTULO 7

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Sábado, 17 de noviembre de 2011

Querida Anna, perdona que te dejara a medias ayer, pero sabes que te escribo desde un banco en el que espero a Beth para ir a entrenar y en cuanto aparece a lo lejos dejo de escribirte, no sea que me descubra.

Ahora seguiré contándote lo que ocurrió antes de ayer. Copiaré y pegaré lo último para que quede todo más claro.

*- Ya… -dijo ella un poco más tranquila- el problema no es ese –me extrañé, de nuevo- el problema es que tras despertar quise que el sueño se hiciera realidad…*

Yo no sabía que decir, pero por suerte para mí Beth comenzó a hablar de nuevo.

- Durante las primeras horas del día estaba deseando que llegara la hora de ir al entrenamiento, después me di cuenta de que lo que sentía no estaba bien, así que pensé que lo mejor sería evitarte para olvidarlo lo antes posible –todo aquello lo dijo sollozando y cabizbaja- por eso te grité antes, por eso… -rompió a llorar y no pudo seguir hablando.

Entonces le puse la mano izquierda sobre la cabeza y sin separarla de ella bajé hasta la espalda, donde le di unas cuantas caricias, después quise hacer lo mismo sobre su hombro más alejado, pero tan solo pude llegar hasta él, pues antes de que pudiera propinarle alguna caricia, se dejó caer de lado, apoyando su cabeza en mi hombro izquierdo, dejando su coronilla justo delante de mi cara y rodeándome con ambos brazos, después sentí como todo su cuerpo temblaba fruto del llanto. Aquello me sorprendió, pero rápidamente supe lo que tenía que hacer. Le correspondí el abrazo, la besé en el pelo, y dejé mi cabeza sobre la suya. Y no pude decir nada, bien porque no sabía que decir, bien porque no quería saber qué decir.

Sentí que poco a poco se iba calmando.

- Tu siempre has sido tan bueno conmigo –dijo con un hilo de voz- y hoy por un simple sueño me he portado como una idiota mientras tu solo te preocupabas por mí –seguía abrazada y sollozando.

- Tampoco ha sido para tanto- busqué la forma de consolarla para que no se sintiera mal- me has tratado mejor que tu hermana cualquier día normal.

Reconozco que aquello pudo sonar demasiado directo y extremo, es verdad que Gwen pasa bastante de mí, pero también yo de ella. Pasamos el día trabajando, por la noche vemos la tele y apenas hablamos sobre lo que estamos viendo. Después yo me voy a casa y así hasta el fin de semana, del cual un cuarto lo paso con el equipo de baloncesto. El día  del fin de semana que no hay partido, ellas van a ver a sus padres. De vez en cuando yo las acompaño, y muy pocas veces Gwen me acompaña a mí porque dice que no le gusta King George. A mí en cambio me encanta mi pueblo, aunque apenas pueda visitarlo. Así que la verdad es que cada día paso casi el mismo tiempo con Beth que con Gwen.

Mi comentario le hizo algo de gracia.

Después despegué mi cabeza de la suya y la miré, ella inclinó la cabeza hacia atrás y me miró. Y nos miramos. Y todo se detuvo. Pasó un segundo “deja de mirarla, deja de mirarla”. Pasó otro segundo “deja de mirarla, deja de mirarla”. Pasó otro segundo y la dejé aparte –no a Beth, sino a la razón-. Nuestros labios tiraban el uno del otro mutuamente, se encontraban a escasos centímetros. Ya nada podría detener nuestro deseo. El sueño de Beth iba a hacerse realidad y nada podría detenerlo. Nada excepto un sonido, el sonido de una llave entrando en una cerradura, girando y quitando el gatillo que impide que una puerta sea abierta por cualquiera.

No teníamos por qué ponernos nerviosos. Gwen tardaría suficiente tiempo en llegar a la puerta de la habitación como para separarnos y disimular. Pero nos quedamos petrificados.

SIN SALIDAWhere stories live. Discover now