16 - Aún te quiero

418 46 1
                                    

Comienzo de Flashback
Río de Janeiro - 1868

María y la señora Úrsula contaban monedas para conseguir comprar la leche al día siguiente cuando alguien tocó la puerta. La situación era muy difícil, hacía una semana que Sofia había muerto y, si no fuera por la ayuda de Gerardo, no habrían podido enterrarla.

Fue en aquel momento que María entendió el valor de los amigos en una sociedad en que, lo que valía era lo que se poseía, el bien más inestimable, era la amistad. En la puerta estaba Gerardo con un comisario del señor Visconde de Paracambi. El comisario contó a María que Antonio era su abuelo y que, apenas había sabido que su padre había fallecido y se puso a buscarla, a ella y a su madre. Por suerte, en sus andanzas, había dado con Gerardo que reveló conocer a la viuda del hijo de su patrón y a su hija.

María se conmovió al oír las palabras del comisario. Él le contó que su abuelo estaba enfermo y quería reconciliarse con la familia de su hijo, que ella estaba invitada a ir a su casa porque él no tenía condiciones de viajar por la enfermedad. María siempre había oído a su papá hablar del abuelo y de cómo había rompido con él porque él no aceptó su relación con Sofía. Ahora, delante de María, aparecía la oportunidad de volver a hacer su vida lejos de Río de Janeiro, eso era todo lo que necesitaba.

El comisario le dijo que su abuelo seguramente se haría cargo de ella al saber que ella estaba huérfana y María vio en esto la providencia divina. Ella y la señora Úrsula le agradecieron a Gerardo y embarcaron aquel mismo día, en viaje a la ciudad de Paracambi. Llegaron en medio de la noche y el encuentro entre María y su abuelo fue conmovedor.

Él se conmovió al saber la situación de la nieta y María de inmediato le contó a su abuelo que estaba embarazada. Antonio sintió una oportunidad de corregir con su nieta el error que había cometido con su hijo y prometió ampararla y proteger a su hijo. Quiso saber quién era el padre del niño para obligarlo a casarse con María, pero ella se negó a decírselo. También se propuso a  encontrar a un marido dispuesto a casarse con ella y darle un apellido al bebé al que María tampoco lo aceptó. Antonio pronto se dio cuenta que María era una mujer de fibra, de carácter y, con el dinero que le dejaría, sabía que ella podía defenderse sola y dar una buena vida al hijo que esperaba.

María y su abuelo convivieron algunos meses, pero en diciembre de 1868, Antonio no resistió la enfermedad y se murió. María nuevamente fue obligada a despedirse de un ente querido. Él fue enterrado en su propia hacienda en una ceremonia muy restringida a pocas personas.

En aquella ocasión María salía muy poco de la hacienda, para ocultar el embarazo y, en esas condiciones, conoció a principios de enero de 1869, la magnitud de la herencia que recibía, voluntad expresada en el testamento de su abuelo: ella era su heredera universal.

Muy pronto Luciano Irajá, su padrino a quién María nunca le importó, logró convertirse en su tutor, pero María, a los 21 años, tenía total control sobre sí y sobre su vida. Los dolores y las pérdidas habían moldeado a una mujer fuerte, sin miedo, que no se sometía a aquella sociedad ni a la voluntad de los hombres.

Rápidamente pidió a su padrino, que sólo se interesó en cuidar de la sobrina cuando ella recibió una herencia, que iniciara los trámites para que Esteban San Román se casara con ella.

— Esteban San Román está comprometido con Ana Rosa Vasconcelos... En la corte no se habla en otra cosa sino en la inminencia de que pongan fecha para la boda. — Le indicó su tutor insatisfecho por el temor de perder el control sobre sus bienes.

— Él está comprometido con los 30 contos de reis que el barón ofrece para quien se case con su hijita consentida y fútil. Le vas a decir que yo ofrezco 100 contos de reis y, si él pide algo por adelantado, mejor, porque así no podrá huir al compromiso. Supe que él está enfrentando problemas financieros.

— ¿Quieres ofrecer 500 mil dólares como dote a Esteban San Román?

— Sí, padrino. Y quiero que tú le digas que fue idea tuya, que tú lo has elegido.

Contrariado, Irajá atendió el pedido de su ahijada y Esteban vio allí la oportunidad de solucionar un grave problema en el que se había metido. Había consumido, en su estilo de vida vividor e inconsistente con sus ingresos, gran parte de las economías de la familia y su madre le había pedido parte del dinero para la remodelación de la casa y el ajuar de su hermana. Desesperado, y sin salida, Esteban aceptó el compromiso con la heredera de que le propuso Irajá. El contracto incluía la cláusula de no ver a su novia sino hasta la víspera de la boda. Muchos compromisos eran arreglados así en esa sociedad. Para Esteban, no había ningún mal en eso y pronto se comprometió con Irajá y recibió 150 mil dólares por adelantado por lo que firmó una nota prometedora. ¡Su destino estaba sellado!

Fin de Flashback

***
Río de Janeiro 1870

La primera semana de matrimonio no fue muy distinta al primer día. María y Esteban se encontraban para el almuerzo, pasaban la tarde en la sala y paseaban por el jardín después de la cena. Hacían todo lo que se esperaba como comportamientos normales de una pareja en luna de miel. Excepto por las noches y por las repetidas salidas de María.

Por las noches la perturbación por el silencio y la cercanía era evidente en la piel de los dos. Además después de ese beso, ninguno de los dos pudo sentirse igual. Algo cambió entre los dos.

Esteban se moría de celos, era muy claro que ella tenía una conexión muy cercana con alguien para salir todos los días sin importarle su molestia con esa situación. Además, él estaba dispuesto a recuperar el respeto de María y, quizás, su respeto propio porque, en cada momento, sentía el peso de la humillación que ese matrimonio significaba para él.

Al fin de la primera semana, volvió al trabajo sorprendiendo a María que lo encontró a la entrada de la finca cuando también iba de salida a ver a su bebé.

— ¿A donde vas? — María le preguntó.

— Hoy regreso a la repartición. Creo que te comenté ayer.

— No debo haber puesto atención. Creí que dejarías ese trabajo. Nunca te ha gustado.

— Sí, recuerdo haberte comentado hace dos años. Fue una recomendación de Antenor. Yo le soy muy agradecido por este trabajo, pero...

— Siempre has deseado algo más grande. — sonrió María. — Hoy eres millonario...

— Tú lo eres, María.

— Recibiste la dote, puedes hacer lo que quieras con tu dinero.

— Ese dinero no me pertenece.

— Bueno... es tuyo, haz lo que quieras. Pero sobre el trabajo...

— No te preocupes. Hoy ya no me parece poca cosa. Puedo ser tu juguete, pero soy algo dueño de mí aún, ¿o no?

— Por supuesto. Eres libre. — Dijo cínica.

— No tanto como tú. Hoy es la primera vez que salgo, mientras tú...

María encogió los hombros.

— Ya te dije que no te importa...

— Y lo acepté, pero es complicado. Tú me acabas de preguntar a donde voy, yo no puedo hacer lo mismo. Pero ¡ya! No te molestaré mientras me respetes.

— Te lo aseguro. — María se acercó. — No me gusta que pienses que no me doy al respeto, Esteban. A parte de todo lo que ha pasado entre nosotros, tengo dignidad.

— Yo lo sé, pero María...

La miró a los ojos, sintió una ternura, como se ella desease que él se acercara, que se conectaran.

— No puedo evitar ponerme celoso. Aún te quiero...

María suspiró y lo encaró. Eses ojos, esas palabras. Eran tan sencillas, pero le movieron el piso. ¿Como Esteban podía quererla después de como le ha tratado? Tuvo miedo de creerle, ¿Qué podría pasar si le creía?

***

El marido que me compréWhere stories live. Discover now