44 - Desde hoy...

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Este lunes Esteban logró salir de la repartición antes de lo habitual. Necesitaba ir al banco y dirigirse a la Bolsa de Valores para tener a mano la clave de su libertad.

Sin embargo sentía en el pecho estrechado al pensar en la historia de los dos. Al mismo tiempo que tenía mucho coraje por María haberle ocultado a la hija que tuvieron, en quien evitaba pensar, y por la manera tan despiadada en que ella la humilló, su corazón gritaba para que ellos estuvieran juntos, para que él luchara por ella porque sabía que le había herido, que le había hecho daño y que necesitaba lograr su perdón, pero al mismo tiempo ¿de que le serviría?

María no lo amaba. Todo lo que había hecho con respecto a él formaba parte de su plan de venganza. Por eso lo compró como un esclavo, o incluso peor, un esclavo de lujo, sin tener la menor consideración con sus sentimientos.

Por ese mismo plan le ocultó a su hija desde que se casaron y, lo peor: también por esa venganza insaciable había jugado con sus sentimientos entregándose a sus besos y haciendo el amor con él sin que él le importara cómo ella a él.

Para Esteban, nada de verdadero había en María y era como si los dos estuvieran en una constante disputa de quien era más capaz de lastimar y herir el uno al otro. Lo que Carmela le había dicho... Carmela se había engañado, María nunca lo amó. Puede haber sentido lástima o se ha identificado con su dolor ese día porque recordó su propio dolor y la pérdida de su madre. No lo había hecho por altruismo y sí por egoísmo como todo lo que hacía.

María sólo piensa en sí misma y en sus sentimientos ¡no hay nada bueno en relación a mí!, Concluyó herido de muerte Esteban mientras cerraba los últimos detalles burocráticos para tener en su poder esos 150 mil dólares que tanto significarían.

La noche se acercaba, y el miedo y la aprehensión llenaban el corazón de aquella pareja que no lograba entenderse aunque se amaban.

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Los detalles de la cena estaban todos arreglados cuando Esteban llegó a la casa. Él pasó rápidamente por la sala, no sintió la presencia de María, tampoco su aroma. Entró a su habitación y fue a darse un baño. Se puso su mejor ropa que, para el mantenimiento de su orgullo, había sido comprada con su propio dinero. Jamás aceptó los lujos ofrecidos por María, aunque ella insistiera.

Frente al espejo, en el tocador que poco utilizaba, finalmente sentía cierto orgullo de su figura. Con una sonrisa de triunfo en el rostro se dirigió al último cajón del tocador que había cerrado con llave desde la primera noche del matrimonio y jamás había vuelto a abrirlo. De allí sacó aquel pedazo de papel que contenía parte de su honor.

Parte que, por más que le hubiera vendido, él no permitió que se corrompiera, aunque María había hecho todo para eso. La otra parte ya no podía recuperar, por lo que no puso fin a aquel matrimonio en la primera noche, no podía dejar su honor caer tan bajo.

Pero esa noche, su corazón latía fuerte en el pecho al mirar su figura en el espejo. Arregló su pelo negro con brillantina y ajustó su corbata mientras el reloj apuntó siete horas en la sala.

Se retiró y tocó a la puerta de la cámara nupcial. Al no oír ruido, entró. Estaba vacía, María aún no había llegado. En el centro, una pequeña mesa preparada con una lujosa cena. Los más apetitosos y finos alimentos servidos en aquella mesa que no tenía el mal gusto de la exageración en la cantidad, pero la variedad de alimentos que abría el apetito. María siempre había tenido ese cuidado, desde el inicio de esos meses de matrimonio él había notado.

Como siempre, esos detalles lo sofocaban. Él se sentía más como una ofensa que como un cuidado. Porque conocía su condición, jamás vería algo ofrecido por María como gratuito. En cada pequeño detalle de su cuidado, una parte de su honor estaba depositada.

El marido que me compréOnde as histórias ganham vida. Descobre agora