CAPITULO VI - SEGUNDA PARTE

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      De todas las ideas estúpidas que había tenido en su vida, aceptar acudir a la cita con Izaak era la peor de todas; aun siendo consciente de ello, no era capaz de apartarse del escaparate del Starbucks Coffee.

      Consultó la hora en su reloj. Eran más de las ocho y cuarto. Si Izaak había decidido presentarse debía de encontrarse ya al otro lado del cristal, tal vez acodado en el largo mostrador anaranjado atendido por uno de los camareros de enorme mandil verde y mirada aburrida, o sentado en alguna de las sillas de alto respaldo de madera o en uno de los vistosos sillones de chillona tapicería violeta. Aunque siempre cabía la posibilidad de que, como él, Izaak hubiera optado por limitarse a observar, o que no estuviera al tanto y su presencia en la cafetería fuera pura casualidad. Incluso podía ser peor y que aquello resultara una broma pesada de Kaleb, quien, oculto en algún lugar apartado del local, esperaba para mofarse de su ingenuidad.

      En realidad todo lo que pasaba por su mente no eran más que elucubraciones. Lo único innegable era que, obviando el más simple sentido común, se encontraba en el único lugar del mundo donde no debería estar.

      Había tenido dos días para pensar con detenimiento y calma lo que estaba a punto de hacer y arrepentirse a tiempo. Dos largos días en los que había recibido varias llamadas de Pin, durante las cuales, a pesar de sentirse absolutamente mezquino y traicionero, no hizo alusión a su alarmante proyecto. Cuarenta y ocho horas de un continuo hacer y deshacer planes, tomar y abandonar decisiones, para finalmente terminar a las puertas del Starbucks Coffee, tan indeciso como fastidiado.

      Escudriñó el animado local, sin percatarse de lo descarada que resultaba su actitud. Eliminó de su examen a las parejas que se daban la mano con mimo por encima o por debajo de las mesas negras, así como los animados grupos de amigos sentados en los amplios sofás, y se centró en los solitarios varones que en sus respectivos asientos parecían esperar algo.

      De todos, que no eran muchos, sólo uno le hizo sospechar.

      Se hallaba sentado en la esquina de uno de los sofás y su rostro quedaba oculto tras las hojas desplegadas del The New York Times que estaba leyendo. En la pequeña mesa que había frente a él había una taza. Parecía corpulento y sus pantalones negros y caros zapatos de piel marrón le daban un aire elegante. Desde el otro lado del escaparate no alcanzaba a averiguar si aquel individuo era la persona que esperaba encontrar o no.

      Podía permanecer con la cara pegada al cristal hasta verle bajar el periódico. O podía marcharse de allí, antes de que eso ocurriera, y olvidarlo todo.

      Suspiró hondo.

      «Únicamente voy a ver cómo es», se dijo con las dilatadas pupilas clavadas en el periódico. «Sólo ver su cara una vez».

      Un minuto, dos, tres. Y aquel hombre se movió para pasar la hoja y descruzar las piernas y volverlas a cruzar. Retuvo unos segundos la respiración, pero lo único que llegó a vislumbrar fue cabello abundante y negro y una frente amplia.

      —Sólo quiero verlo —musitó.

      Pero casi sin percatarse de ello, sus pasos le dirigieron hacia la puerta acristalada de acceso al local. La empujó y un tintineo de campanas repiqueteó sobre su cabeza. Alzó la vista y vio la típica campanilla de latón, de las viejas tiendas de barrio, que anunciaba la entrada de un nuevo cliente. Había una agradable temperatura en el interior y un intenso olor a café, vainilla y canela que no le incomodó tanto como hubiera imaginado. Amortiguado por el murmullo de la clientela creyó percibir, procedentes del hilo musical, los virtuosos acordes de un saxofón y un piano, armonizando agradablemente con el ambiente relajado y apacible del local.

SEDUCING LOVE II (ADAPTACIÓN /PINSON)Where stories live. Discover now