La cena ya está lista.

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Algo la llevaba matando desde hacía un tiempo, lentamente. No, no era aquel dichoso tumor que le habían diagnosticado recientemente. Era otra cosa. Miró a Macarena, que se encontraba visiblemente atareada preparando la cena. Su expresión era de concentración absoluta. La escena que estaba contemplando era casi insólita en su convivencia, pues habían decidido al poco de vivir juntas que Zulema se encargaría de cocinar ¿La razón? La ineptitud culinaria de Macarena, de la que Zulema se había mofado abiertamente y sin miramientos. No obstante, aquella noche no le apetecía cocinar. 

– ¿De qué te ríes?

– De ti. – Zulema se levantó de la silla y se acercó a Macarena –. Venga, rubia, no me mires así. Sabes que cocinas fatal. Mírate. – Soltó una carcajada.

– Vete a la mierda, Zulema. – Macarena le dio la espalda y siguió cocinando.

Zulema salió de la caravana para respirar la brisa de la noche y admirar la cama elástica que había comprado hacía unos días. Desde luego, había sido un auténtico chollo. Cogió el libro que había dejado en la silla y se dirigió hacia su nuevo juguete. Leyó tumbada en él durante un buen rato, hasta que Macarena por fin la avisó. La cena, o lo que fuera aquello, ya estaba lista.

– Ya sé que soy el elfo del puto infierno, rubia, pero no hacía falta que la comida también lo fuera. – se burló Zulema. 

– Mira, Zulema. Si no te gusta, vas y te preparas tú algo – dijo la rubia sin ni siquiera mirarla. Tenía la vista fija en el plato.

– A ti tampoco te gusta ¿verdad? – preguntó Zulema sin poder contener la risa. Macarena, muy a su pesar, también acabó sonriendo.

Aquella noche transcurrió con tranquilidad para Macarena, pese haberse ido a dormir con el estómago vacío. Zulema, por el contrario, no pudo conciliar el sueño. Subió al techo de la caravana y, tumbada, contempló el cielo estrellado mientras sus pensamientos corrían intrépidos dentro de su cabeza. Entonces, lo vio claro. Lo que la había estado matando desde hacía tiempo era lo que más ansiaba cuando estaba encerrada: la puta libertad.

Por la mañana, cuando Macarena despertó, Zulema se había ido. No era habitual que se marchara desde tan temprano sin dejar una nota, pero Zulema siempre había sido una persona imprevisible, así que tampoco le extrañó demasiado. Aprovechó la mañana para limpiar y ordenar la caravana. No es que estuviera excesivamente sucia, ni desordenada. Pero allí tampoco había mucho que hacer, y necesitaba distraerse. Sabía que a Zulema le ocurría algo. Para su desgracia o para su fortuna, la conocía demasiado bien. Y sabía que su socia no le hablaría de ello, a priori. Tenía que pensar en cómo averiguarlo. 

Cuando casi estaba terminando y se acercaba la hora del almuerzo, encontró guardada en una pequeña caja la primera pistola que se había comprado cuando se mudó a la caravana, la pistola con la que Zulema le había enseñado a disparar. No es que no hubiera disparado antes, pero, desde luego, no lo había hecho de la forma correcta. Sosteniéndola en sus manos, evocó el recuerdo de aquel día...

Encontrándose en la caravana.Where stories live. Discover now