Solo dos opciones (I).

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– Me voy.  – La voz de Macarena reflejaba una férrea determinación.

Horas antes, tumbada en el techo de la caravana y sobrecogida por el dolor que emanaba de las heridas infligidas por Zulema, había recordado aquella vez en la que también había intentado marcharse. Recordó, sobre todo, la fría soledad que había sentido en aquella tumba. Una soledad que ahora también sentía. Y eso la asustaba; por ello, debía marcharse. Sin embargo, esta vez no traicionaría a Zulema, tan solo se iría. Lo que entonces no sabía Macarena era que, en esos momentos, el abandono era también para Zulema una forma de traición.  

– Pues vale – respondió Zulema encogiéndose de hombros, sin ni siquiera mirarla.

Macarena se hallaba justo en la puerta de la caravana, sin haber llegado a entrar. Zulema, recostada en la cama, boca arriba, miraba fijamente el techo.

– ¿No vas a decir nada más? – Zulema no contestó.

Macarena asintió levemente, dolida, y entró en la caravana para comenzar a recoger sus pertenencias. Mientras iba de un lado para otro, sus pensamientos también iban y venían: << Así que este es el final.  Un adiós con dolor y sangre, como al principio >>. Afortunadamente, no tendría que llevar demasiado equipaje. Solo debía coger su ropa, sus productos de aseo, su pistola y la fotogra...Joder, la foto. La vio mientras revisaba un cajón, y se quedó paralizada, observándola. Se la habían hecho aquella extraña Navidad con la cámara que Zulema, sorprendentemente, le había regalado. De repente, la invadió un sentimiento extraño, indescifrable, que diluyó de un plumazo toda la rabia que sentía. Entonces recordó, como si las hubiera escuchado ayer, las palabras de Zulema, y sintió que algo la golpeaba por dentro. Aunque pareciera increíble, sí que habían vivido buenos momentos. Muchos más de los que nunca hubiera creído posible. Macarena había sido feliz. No siempre, desde luego, pero ¿quién lo era? De repente, dudó. << ¡Mierda! No, Macarena ¡joder! Tienes que irte, tienes que irte ya. Déjate de gilipolleces >>.

– ¿Qué coño haces ahí, quieta? – le preguntó Zulema, que se había incorporado y ahora la miraba fijamente.

– Nada. Yo...eh... – Sin saber muy bien ni qué decir ni qué hacer, señaló la fotografía – ¿La dejo aquí o...?

– Rómpela.

– ¿Cómo que la rompa? – exclamó Macarena con incredulidad. 

– Pues eso, que la rompas. 

– Pero ¿qué estás diciendo?

– Eres lo suficientemente lista como para comprender el significado de "romper", rubia.

– No podemos romperla, Zulema. – El tono de Macarena, todavía colmado por la incredulidad, dejaba entrever también una profunda congoja. 

– ¿Por qué no? Es solo una foto – dijo Zulema encogiéndose de hombros.

– Ya, solo una foto... – respondió Macarena con un leve suspiro –. Bueno, pues si no la quieres me la llevo yo. No voy a romperla.

- No lo estás entendiendo, rubia. No quiero que la tengas tú tampoco. Quiero que la rompas. 

Zulema se había levantado y se había acercado a ella, pero situándose a una distancia prudencial. << Joder, está hecha un asco >>, pensó, fijándose con atención en Macarena por primera vez desde que le diera la paliza. Aun con todo, y pese haberla atacado con una furia animal, no estaba herida de gravedad. Muy a su pesar, algo le impedía herirla de verdad.  La ambivalencia constante en sus sentimientos hacia Macarena la colmaba de frustración.  Quería que se marchara para siempre y, al mismo tiempo, que permaneciera a su lado; quería matarla, a veces, y, al mismo tiempo, no dejaría que la matara nadie. No sabía con exactitud cuándo había comenzado a sentirse así, aunque tenía una idea muy aproximada: el motín a Sandoval. 

Macarena no tendría por qué haber vuelto para ayudarla, pero lo hizo, aunque ello significara perder la libertad que Castillo le estaba regalando. Zulema, que amaba la libertad, encontró en aquel sacrificio un acto ridículo pero, a la vez – aunque esto jamás lo confesaría en voz alta –, conmovedor. Aunque solo fuera por un momento, sintió que Macarena expresaba una preocupación sincera por ella. Extrañamente, esto le resultó aterrador y reconfortante al mismo tiempo. Había algo fascinante, magnéticamente atrayente, en generar preocupación en aquel que te odia. Mucho más tarde, cuando salió de la cárcel, Macarena también acudió a su rescate, aunque eso Zulema todavía no lo sabía.

Dos veces. Dos veces Macarena había vuelto a por ella. No. No: "a por ella", sino: "por ella". Sin embargo, eran dos también las veces que se había intentando marchar. Esta segunda vez parecía definitiva. Y si en la primera Zulema había sentido rabia, ahora la embargaba la decepción. Eso la asustó. La decepción, al igual que la culpa, eran sentimientos totalmente inútiles que no se podía permitir sentir. Por ello, trató de encontrar la rabia, y la halló. 

– ¿Te has quedado sorda, ahora? – preguntó con sorna –. Te estoy diciendo que la rompas. 

–Zulema, coño, que no la voy a romper. 

Macarena hizo el amago de guardar la fotografía en su maleta, pero Zulema, siempre más rápida, se la quitó.

– Rubia. – La rabia en la voz de Zulema era tan intensa que casi se podía palpar –. Esta foto fue un error. Regalarte esa dichosa cámara fue un error. Y proponerte ser mi socia fue el puto mayor error. – Hizo una breve pausa para depositar toda su ira en los ojos de Macarena –.No haberte matado cuando pude fue un error ¿Salvarte de morir en la lavadora? También fue error. Y como todo ha sido un error, y esto no tendría que haber pasado nunca, no quiero que exista nada que pruebe que ocurrió. Esta foto – dijo señalándola, pero sin mirarla –, no significa nada. Todo esto – continuó, ahora refiriéndose a la caravana, a su vida compartida –, nunca ha significado nada. 

– Si nunca ha significado nada para ti, ¿por qué te afecta tanto? – preguntó Macarena con un ligero temblor en la voz. Sus ojos mostraban un tono rojizo que amenazaba con delatar sus emociones. 

–  ¿Afectarme? ¿El qué? – Zulema rio de forma despectiva –. Para que que algo me afectara tendría que importarme primero, rubia, y tú nunca me has importado. – Acto seguido, rompió la fotografía.

Macarena no sintió  lo que pensó que un día sentiría al ser por fin libre, sin Zulema. No sintió alegría, ni alivio. No. Aquello le dolió más que cualquier golpe físico. Pero no estaba dispuesta a demostrarlo. No estaba dispuesta a dejarse humillar.

–  Ojalá te mueras – dijo, reuniendo en su voz toda la ira que fue capaz de encontrar.  

Sin esperar respuesta, se dirigió a la puerta dispuesta a marcharse para siempre. Pero justo cuando iba a salir...

–  Ya me estoy muriendo. 

Macarena se detuvo en seco. Tenía ahora solo dos opciones, aparentemente sencillas: salir o volver a entrar. Alejarse o terminar, por fin, de acercarse. Entonces, sin volver la vista atrás, se marchó. 

Encontrándose en la caravana.Where stories live. Discover now