8. Ceremonia

370 43 6
                                    

Esa semana fue un tropel de preparativos, por suerte, ser amiga de unos cuantos brujos agilizaba el proceso. Los días pasaron demasiado rápido, apenas tuve tiempo de disfrutar los preparativos. Mi madre perdía el alma en esa celebración, estaba pletórica.

Yo estaba a punto de vivir uno de los mejores momentos de mi vida, y esa felicidad se notaba en el ambiente. Olvidé el resto, el mapa no mostraba nada, se había quedado callado, como si me dejase disfrutar de todo eso, como una tregua silenciosa tras haberme lanzado contra un reino de peces furiosos.

Antes de que llegasen los primeros invitados me planté en el jardín trasero de mi casa. Edward había decorado con más flores, más vegetación y naturaleza, todos los alrededores de mi hogar.

Arys lo había ayudado haciendo que los rosales, las camelias y el resto de las flores se mostrasen más lozanas que nunca. Paseé por ese jardín, pensando en Arbenet, en lo mucho que ella hubiese disfrutado de ese momento... Recordé sus brazos, su voz...

La mano de Eathan encontró mi mejilla antes de que una lagrima se derramase sobre ella. Levanté mis ojos, su rapidez era algo tan nuevo y sorprendente que aún no me acostumbraba a sus juegos.

—Están todos con vosotras hoy... —Supo ver exactamente a través de mi mente. Sonreí con tristeza—. No llores por ellos, estarán felices, te verán feliz... Eirel, es un momento precioso, ellos querían verte alegre, contenta, no pensando en los que no estarán hoy presentes de cuerpo, pero te aseguro, que estarán en alma...

Otra lágrima presa en sus dedos. Sus labios encontraron la piel de mi mejilla. Cerré mis ojos y le rodeé la cintura con mis manos.

—Ojalá pudiese verlos conmigo ahora, Eathan... —sollocé—. Ojalá pudiera ver la sonrisa de mi padre una vez más, y decirle que cada vez entiendo más lo que él decía... y abrazar a Arbenet otra vez... Solo otra vez... —Apretó sus manos contra mi cuerpo, asiéndome con fuerza. Besó mi cabeza y me separó lentamente de él.

—Ojalá pudiera hacerlo yo también, hoy y siempre... —Nos miramos, rotos ambos. Forzó una sonrisa—. Algún día, dentro de mucho, mucho tiempo, nos reuniremos con ellos en el Padarkän. En un lugar muy bello, cálido y acogedor, y viviremos eternamente para que tú y tu padre podáis discutir de nuevo... —Me sacó una sonrisa.

—Y Arbenet pueda reñirnos por comer galletas de forma clandestina... —Carcajeamos ambos con tristeza.

—Y reprenderemos a mi padre porque por su culpa casi nos peleamos, y eso, eso sí es imperdonable...

Sonrió con sarcasmo y me aflojé en sus brazos. Mi amigo... Mi mejor amigo volvía a ser él, sin tensiones, sin rotos ni descosidos... Volvía a ser tan mío como antes... Besé su mejilla y lo abracé de nuevo.

—Sí, le iba a dar dos collejas... Y luego lo abrazaría tan fuerte que le rompería las costillas. Tal que así —Apreté mis brazos contra el cuerpo de mi amigo con mucha, mucha fuerza y él se puso a reír.

—¡Prefiero las collejas!

Reímos ambos y nos separamos. Suspiré, más tranquila y me miró, enternecido. Sus ojos chispeaban orgullo, me observaba como si para él no existiera obra de arte más bella, y yo me sonrojé ligeramente. Luego él se acercó a mi rostro y tocó mi nariz.

—Disfrutemos del día, porque, Eirel Kashegarey, vas a tener una hija de sangre. Lo cual me hace pensar que, a ti, ni un Dios te va a quitar lo que te propones cuando quieres.

Sonreí y afirmé. Besó mi cabeza y pasó su codo sobre ella, apoyándose en mí, como cuando éramos niños. Le pellizqué la costilla y se puso a correr. Lo seguí.

ERALGIA IV, La CondenaWhere stories live. Discover now