Four Petals

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—Kyle —Ike entró a su habitación un día—. Stan y Kenny están abajo, ¿les digo que se vayan?

El pelirrojo lo miró desde su escritorio, ajustando la mascarilla que cubría su boca -aunque prefería a no usarla en casa- y negó.

—Yo bajaré.

—Bien. —el menor estuvo a nada de preguntarle por sus ojos hinchados y la razón por la que se cubría, aunque antes ya lo había hecho y sólo terminaba ignorado.

*

Él sabía porqué estaban ahí, comiendo tranquilamente unas galletas que probablemente Sheila les dio, esperándolo. Y era totalmente razonable considerando que había comenzado evitando a Stan, y en consecuencia muchas veces a Kenny. ¿Cartman? A él no parecía interesarle mucho.

Eso desde el segundo día a partir de su auto-diagnóstico. Desde que había, básicamente, echado al pelinegro.

El rubio lo saludó con un movimiento de mano, masticando animosamente una galleta con chispas de chocolate. Stan se volteó hacia él y pareció querer acercarse, pero se contuvo. Kyle lo agradeció internamente.

—Hola… —el pelirrojo saludó un poco incómodo, no queriendo cortar los dos metros y medio de distancia que los separaban.

—¿Quieres jugar? —el azabache preguntó con demasiada confianza, como si ya llevaran una extensa conversación.

—¿A qué? —recordaba que hace unos años jugaban muy seguido y a cualquier cosa, y eso no siempre había terminado del todo bien. Como cuando fueron detectives privados… ¿Eso hace cuánto? ¿Seis años?

—Stan compró un juego para la consola y no se puede abrir porque el novio debe estar presente.

—No seas idiota, Kenny. —pronto el rubio se quejó, sobando el hombro que Stan se había encargado de golpear.

—¿Novio? —Kyle frunció el ceño.

—Habla de ti. —el pelinegro rodó los ojos.

Su corazón se agitó y comenzó a toser. Al final tendría que botar la mascarilla que rápidamente se había manchado con sangre y pétalos. Haciendo lo posible porque sus amigos no se dieran cuenta.

—¡Woah, viejo! —exclamó Kenny—. ¡Yo habría muerto si tosiera así!

Por alguna razón a los otros dos no le parecía que exagerara.

*

Aunque intentó negarse, Sheila lo obligó a salir porque encerrarse tanto en su habitación no es sano. Pero no reconocería que fueron las amenazas de su madre; prefería mentir diciendo que fue la insistencia de McCormick.

Ahí estaban, con el rubio sentado en medio como su muralla china, frente al televisor de la habitación de Stan, en un silencio que sólo Kenny parecía notar tenso.

—¿Eres contagioso? —preguntó de pronto. Había perdido y por ende le había cedido su control al pelirrojo. El último negó—. ¿Y la mascarilla?

—Es para no manchar todo. —el azabache respondió, y sonaba molesto, y eso molestaba a Kyle.

—¿Ah? —Stan miró de reojo a su súper-mejor-amigo y suspiró.

—Olvídalo. Supongo que es porque no quiere toserle en la cara a la gente.

Hubo un espacio para que el pelirrojo respondiera. No lo hizo y el silencio fue más incómodo aún.

Kenny arrugó la tela del cubrecama bajo sus manos, y decidió que si sólo escucharía el ruido del juego, mejor fingía querer orinar.

—Voy al baño.

—Mierda… —Stan no sabía si su contrario maldecía por su compañía o porque su personaje había muerto.

*

—¿Crees que escapó? —llevaban unos diez minutos esperando al rubio para que siguiera con su turno y no volvía. A pesar de no ser mucho tiempo, se les hacía eterno.

—Espero que no.

—Quizá él sí tiene Gastroenteritis.

Kyle rió.

—Puede ser. Tu baño terminará marrón.

—Eres asqueroso.

Ambos rieron ahora y se relajaron un poco en sus lugares.

—Por cierto, ¿y Cartman?

—Con Wendy, creo.

—¿Y eso?

Stan hizo una mueca.

—La tarea de historia. Él no se quejó mucho y ella sólo corrió a su casa con sus apuntes y lápices.

—¿Y tú cómo sabes eso?

El pelinegro dejó de mirarlo para enfocarse en la pantalla con el juego en pausa, de pronto distante.

—Eso dijo él cuando lo invitamos a jugar. Supongo que sólo se burlaba. O al menos eso espero.

Él estaba celoso, o eso daba a entender. Por lo tanto, Kyle no sabía qué responder más que con una mueca y un "oh" soso que escapó de sus labios.

El silencio se prolongó nuevamente, por unos dos minutos más. Y justo cuando Kyle pensaba sus palabras, abría su boca y Stan le prestaba toda la atención del mundo, entonces Kenny entraba riendo estrepitosamente por la puerta, con las manos detrás de la espalda.

—Oh, amigo —si de por sí no se le entendía mucho, su risa en medio no aportaba—. Mierda, Kyle. —de pronto se acercaba a él y el pelirrojo se echaba hacia atrás por la cercanía. El menor de los Marsh alzaba una ceja, el rubio había pasado delante suya sin dejar que viese su espalda.

—¿Qué?

—No adivinas qué encontré en la habitación de los padres de Stan.

Hubo un cruce de miradas. Kyle sonreía con un poco de malicia, sospechando que era lo que escondía con tanta diversión.

—¿Qué cosa?

—¿Por qué entraste a la habitación de mis padres? —trató de intervenir el azabache. Sus contrarios hicieron gestos para que se callara, como si para él no fuera relevante o la razón fuese obvia.

—Yo pensé que sólo lo tenía la señora Cartman —rió, nuevamente, Kenny—, pero no. Es el ultra vibrador 2000.

Hubo un silencio, como si hiciesen falta más, dónde Stan se tomaba el puente de la nariz y negaba lentamente. Pronto este espacio, donde habían miradas difíciles de explicar, negaciones y vergüenza ajena, fue quebrado por la risa de los únicos invitados en esa habitación.

Y por un momento, unos segundos o como mucho un minuto, mientras sólo eran audibles las carcajadas de los adolescentes, el pelinegro miraba embelesado a su mejor amigo; preguntándose, ¿hace cuánto no reía con tanta sinceridad, sin presiones? ¿Y por qué él no era la causa, o siquiera participe, de tal expresión de comodidad y diversión?. No sabía qué le molestaba más: el hecho de que lo extrañara o que de pronto McCormick le parecía tan molesto como un grano en el culo.

How to Deal with Flowers [Style Hanahaki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora