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    Mantenía las piernas abiertas mientras sentía sus caderas ser jaladas ocasionalmente hacia adelante. Kagome aferraba la delgada tela que recubría el futón con fuerza entre sus manos mientras apretaba los dientes reprimiendo los gritos y sollozos que clamaban por salir al exterior. Con cada nuevo desgarro sentía que se le iba la vida. Podía sentir algo húmedo y caliente escurriendo entre las piernas, cerró los ojos con inusitada fuerza mientras lloraba en silencio, el olor de su propia sangre inundaba el lugar. Las maderas de la cabaña parecían absorben aquel olor, grabándolo a fuego en su memoria y en su alma. Sus entrañas se desgarraban y sangraban profusamente cada vez que esa cosa entraba en su interior, sentía que su propio estómago estaba siendo rebanado como un trozo de carne.

Una última embestida, sintió que esa cosa exploró su interior de forma ruda buscando cualquier rastro de vida y, finalmente, se retiró dejándola con un vacío inmenso y la sensación de sentirse ultrajada. Se giró de medio lado sin importarle el dolor que la consumía o las manchas de sangre a su alrededor y se quedó completamente estática ignorando la presencia de las otras mujeres en la cabaña.

—Terminamos —escuchó en la lejanía acompañado del sonido de la cortina de bambú y algunos pasos alejándose.

Cuando creyó estar sola se sentó pasando por alto el dolor que invadió su bajo vientre, miró con detenimiento y aflicción entre sus piernas, las cuales estaban atestadas de sangre y algunos tejidos. Las palabras que le había dicho Kaede hace un par de horas aún hacían eco en su cabeza y el penoso escenario solo confirmaba que aquello era cierto.

—Lo lamento Kagome, pero perdiste a tu hijo.

Inconscientemente llevó sus manos a su estómago, sintiéndolo tieso, como si aún albergara vida en su interior. Sin más, se tapó el rostro con sus manos y lloró con toda la angustia y el desconsuelo que sentía.


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Abrió la puerta de su cabaña con desesperación mientras buscaba a su mujer con la mirada. No la encontró, en cambio, sus ojos se encontraron con un futón impregnado de sangre situado justo a la mitad de la espaciosa habitación. Su corazón se estrujó y creyó que la sangre se había vuelto hielo en sus venas, tragó saliva con dificultad. No, no podía ser cierto. Sango no podía tener razón, debía estar mintiendo, exagerando.

—Kagome —musitó, esperando escuchar su voz respondiéndole desde alguna de las habitaciones, pero solo el silenció lo recibió— ¡Kagome! —Nada.

Caminó dando grandes zancadas haciendo resonar la madera bajo sus pies descalzos. El olor de la sangre femenina era tan intenso que no lo dejaba concentrarse. Solo su vista y oído podrían ayudarlo a encontrarla. Para su fortuna o desgracia no hizo falta buscarla demasiado tiempo. Kagome estaba en una pequeña habitación cercana a la matrimonial. La reconoció al instante. Estaba de rodillas en el cuarto de su futuro cachorro. Avanzó a paso lento hasta situarse tras su espalda y la abrazó lentamente. Ella apenas pareció darse cuenta de su presencia. Estaba ofuscada, pensando en lo ocurrido durante la mañana.

Al rodear su estómago con sus manos sintió algo suave, su esposa aferraba algo fuertemente entre sus manos. Rozó el objeto con sus garras y corrió levemente el rostro para mirar por sobre el hombro femenino con curiosidad. Una manta. Una pequeña y delicada manta de color celeste estaba presa entre los dedos de la azabache. Tenía algo de calor debido a las manos de Kagome. Ella mantenía la tela estrujada contra su pecho con ahínco, como si esa diminuta manta estuviera envolviendo y calentando a alguien. Sabía lo que pasaba por la mente de su mujer. Se negaba a aceptarlo, se negaba a aceptar aquella pérdida.

—Kagome —llamó mientras tiraba un poco del otro extremo de la manta con el fin de quitársela, pero ella no cedía—. Kagome, dámela —la azabache ciñó aún más la frazada contra su pecho y apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos—. Él no está aquí, Kagome. Lo perdimos —y aunque su voz sonaba parcialmente tranquila solo él sabía cuánto le había dolido decir esas palabras. Su propia saliva parecía cortar su garganta por el dolor que lo llenaba al reprimir su llanto—. Lo perdimos —repitió y la sacerdotisa pareció aflojar un poco el agarre.

—Lo…

—Lo perdimos —afirmó.

—Lo perdimos… Se fue… —Kagome soltó de súbito la manta y posó su mano en su vientre siendo consciente de que estaba vacío. Llevó su otra mano a su boca mientras intentaba contener un grito de horror. Las palabras de Inuyasha la devolvieron a la realidad como un balde de agua fría, muy fría —¡Mi bebé! ¡Mi hijo!

La mujer se dejó caer al suelo en posición fetal mientras se tocaba el pecho sintiendo la forma agónica en la que éste parecía desgarrarse por dentro al igual que su estómago hace un par de horas. No duró mucho en el piso. Inuyasha la tomó de la cintura y la recostó en su pecho mientras la aferraba a su cuerpo con fuerza impidiéndole volver a tirarse al suelo. No debía dejarla sola, debían superar esto juntos. La acomodó mejor en su regazo y la escuchó llorar como una niña pequeña dando alaridos de dolor y dejando que las lágrimas fluyeran largamente y sin descanso.

—Ya va a pasar —susurró—. Todo estará bien. Es… estaremos bien —no creía en sus propias palabras. Pero uno de ellos debía ser fuerte, él sería fuerte por ambos.

Reprimió un gruñido fiero y a la vez desolador, no quería asustarla. Esperaría a que Kagome se durmiera para después ir en busca de los hijos de puta que le hicieron eso. Una vez terminado el trabajo, solamente en ese momento, se permitiría llorar desconsoladamente junto a su compañera.

Continuará...

¡Hola, lectoras hermosas! Originalmente esto iba a ser un one-shot, pero tardé tanto haciendo el resto que decidí publicarlo por partes para hacer esto más llevadero. Ojalá les guste mi nuevo fanfic, espero no abandonar este proyecto —como otros que tengo JAJAJAJA—.

Decidí subirlo ya que hoy no pude publicar el drabble que les prometí, pero bueno, algo es algo xD ¡Dejen sus comentarios! Los estaré leyendo ❤😎

15.8.20

𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝒄𝒓𝒚Where stories live. Discover now