IV

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    Se sentó en el pórtico de su cabaña y abrazó el haori rojo que descansaba sobre sus hombros. Aspirar el olor de Inuyasha a menudo la calmaba, la hacía sentirse segura, acompañada. Ahora mismo se encontraba sola en casa y su aroma era lo único que le quedaba, pues su esposo había salido a cazar algo mientras ella dormía. Sabía que no debía tardar en regresar, así que aprovechó los pocos minutos a solas que le quedaban. Miró el bosque frente a ella, la tierra arenosa bajo sus pies, sintió el viento helado propio de las mañanas y oyó el sonido del río cercano a la casa. Todo el ambiente estaba tan tranquilo, tan en paz, que no podría haber nada que hiciera aún más contraste con el caos que sentía en su interior. Era como si todo el desconsuelo, dolor y pesar se mezclaran en su interior para hacerle más daño, para alargar así su tormento.

    Intentó aferrarse más al haori en cuanto el viento sopló fuerte, pero le costó más de lo esperado. La tela, normalmente suave, cálida y reconfortante, ahora se sentía como un edredón mojado sobre sus hombros. Le costaba mantenerse cubierta. Hizo una mueca de disgusto. Sí, definitivamente las noches llorando y los días sin comer ni moverse habían hecho estragos en su cuerpo. Se sentía débil, frágil, igual que una hoja marchita a punto de quebrarse.   

    Su estómago gruñó pidiendo comida y desvió la mirada a las canastas con frutas y verduras fuera de su cabaña, las mismas que ahora estaban atestadas de moscas y moho. Las personas de la aldea habían ido a dejarle pequeños obsequios en cuanto supieron lo sucedido. Los niños dejaban flores en la entrada para hacerla sentir mejor, las aldeanas traían frutas y algunos hombres se ofrecían a reparar posibles agujeros en el techo. ¿Era esa la forma medieval en que alguien le decía a otra persona que mejorase? No era muy diferente a su época donde le llevaban muñecos, flores y chocolates a los pacientes. ¿La trataban como a un enfermo? Suspiró y se pellizcó el puente de la nariz. No, definitivamente esa no era la intención de las personas del pueblo, solo estaba mezclando las cosas y viendo cosas erróneas. Solo estaba... Herida. Ella ya sabía lo que había pasado, su mente lo entendía a la perfección, pero ¿Y su corazón? ¿Cómo explicarle eso a su corazón? Si él no entiende de razón.
   
—Desearía que todo esto fuera un sueño.
   
    Sí, que fuese un sueño del que despertase después de una larga siesta bajo el árbol sagrado con Inuyasha abrazándola por la espalda mientras él acariciaba su vientre apenas notable. Le encantaría quejarse de sus pies hinchados, de su dificultad para dormir o de sus antojos difíciles de satisfacer. Oh, Dios, cómo le gustaría aquello... Pero no era posible.

     Evitó el estúpido impulso de tocarse el bajo vientre, ese que disminuía día a día, y mantuvo la vista al frente en busca de su esposo. Aparentemente aún tardaría un poco más en volver. Suspiró aliviada, pequeños momentos como ese le otorgaban una paz difícil de explicar. No es que no lo amara o que sintiera que él estorbara, pero cruzar miradas constantemente con él comenzaba a agobiarla. No toleraba ver el dolor en su mirada. Ver sus orbes doradas cargadas con pesar y aflicción le partían el alma. Bastaba ver sus ojos para querer sumirse de nuevo en un sueño profundo y no despertar jamás si con eso aseguraba no volver a ver esa mirada.
   
    No soportaba estar encerrada, ni aislada con la única compañía de Inuyasha, pero cada vez que creía tener fuerzas para levantarse y caminar recordaba la mirada que los aldeanos le dirigieron la única vez que decidió pasar por el poblado, esa mirada penosa y lastimera que la hacía sentirse como el ser más desdichado del mundo. Odiaba eso. Detestaba ser el nuevo chisme de la aldea, que todos hablaran de ella y la miraran como a un perro con sarna y la pata rota. Ahora entendía a Inuyasha. No había nada más aborrecible que aquella mirada de lástima. No podía caminar por las calles de la aldea porque el solo hecho de que los niños se prendieran de sus ropas para jugar le causaba una angustia inimaginable, era como ver a su hijo en el rostro de cada uno de esos niños, y eso le resultaba aterrador. Ni siquiera podía reunirse con Sango para hablar, de hecho, era la última persona en el mundo a la que deseaba ver. Su mejor amiga estaba embarazada por tercera vez, aquello sí que la hacía sentirse devastada al saber que ella misma no había podido llevar su primer embarazo a término. Lo que antes había supuesto una alegría inmensa para ambas, al saber que ambos niños nacerían casi al mismo tiempo, ahora le generaba una sensación de malestar y repulsión. No creía poder ver a la castaña sin antes detenerse a mirar su vientre, así como tener envidia por la buena suerte de ella. Sabía que estaba mal lo que pensaba, Sango no tenía la culpa de nada, pero el dolor de su pérdida no la dejaba pensar con claridad.

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⏰ Last updated: Jan 08, 2021 ⏰

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𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝒄𝒓𝒚Where stories live. Discover now