II

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    El día había comenzado con normalidad. Los niños corrían en las calles, los hombres trabajaban en el campo y las mujeres se dedicaban a coser y comprar mientras vigilaban a sus pequeños. Kagome también había continuado con su rutina, recolectando hierbas medicinales y clasificándolas en la tranquilidad de su hogar. Todo, absolutamente todo, había transcurrido con normalidad... Hasta que llegaron ellos.

     Según Sango, aquellos hombres habían arribado la aldea poco después del mediodía. Lo recordaba bien, pues la exterminadora se encontraba limpiando los restos de comida cuando escuchó el relincho de caballos y gritos fuera de su casa.  

      Habían robado y saqueado la mayoría de las cabañas aprovechando que tanto él como Miroku estaban fuera desde hace un día y medio debido a sus trabajos. La casa mejor equipada y adornada era la suya, y los ladrones lo supieron al instante de encontrarla escondida en medio del bosque mientras huían luego de su redada. Sin embargo, no esperaron encontrarse a Kagome dentro. Sango no le contó mucho, desconocía los detalles de lo ocurrido ya que Kagome se negaba a hablar en demasía. De hecho, desde que las mujeres la atendieron, no había vuelto a hablar. Lo único que sabían era que habían intentado abusar de ella aún estando embarazada.   

    Sango alcanzó a esconder a sus hijos junto con los demás niños de la aldea y, con la ayuda de Kirara y otros aldeanos, lograron ahuyentar al cuarteto de hombres. Su aldea era humilde, una villa entre otras, así que no se habían llevado muchas cosas de valor. Ni siquiera habían tocado a las jóvenes del lugar, todas estaban a salvo. El recuento así lo auguraba, todos, absolutamente todos, estaban ilesos... Pero, entre tanto ajetreo, se olvidaron de una persona: Kagome.      

    La habían encontrado horas más tarde en lo profundo del bosque rodeada de sangre e inconsciente. Ya era tarde para intentar salvar a su hijo, se había ido entre un montón de sangre y fluidos. Las aldeanas intentaron salvarla a ella y una vez que lograron despertarla le dijeron, de la forma más directa y fría posible... Que ya no serían padres, que sus esperanzas se habían ido y que podrían volver a intentarlo en unos meses si aún deseaban engendrar. Tuvieron que someterla a un raspaje para sacarle cualquier resto que quedara dentro, para no correr el riesgo de que hubiera una infección. Imaginaba lo tortuoso y horrible que había sido para su compañera pasar por eso a solo horas de haber perdido al hijo de ambos, pero tampoco podía ir y recriminarle a las aldeanas. Ellas habían salvado la vida de su esposa, podría haberla perdido a ella también, pero la salvaron… La salvaron cuando él estaba lejos. ¿De qué servía trabajar tanto y darle la más lujosa de las cabañas si no había podido proteger el tesoro de ambos? Intentó no romper el suelo con sus garras debido al dolor y la frustración. Ya habría tiempo para eso cuando se encontrara solo en el bosque y arrasara todo a su paso.
   

     Dicen que no hay mal que por bien no venga, pero ahora se rompía la cabeza pensando ¿Cuál será el bien? ¿Qué bien traía el haber perdido algo que era tan valioso para ellos?

    Levantó ligeramente la vista, cansado, dándose cuenta por primera vez que desde hace un rato acompañaba los llantos de su esposa descargando un poco la angustia que llenaba su alma. Admiró la pequeña habitación. Tenía una ventana que Kagome insistió en hacer para poder amamantar a la luz del sol cuando naciera el cachorro. Sus ojos volvieron a humedecerse. La extraña silla que mandó a hacer parecía mirarlo con insistencia. Estaba vacía y era muy probable que tuviera que mandarla a quemar para que no les recordara… Lo que ya no tendrían, lo que habían perdido.

    Había un gran espacio en blanco destinado a otro mueble. Una cuna. Así le decía Kagome, era otra de las cosas de su época que ella insistía en recrear. Mierda. ¿Cómo le diría ahora a Totosai que ya no la necesitaban? ¿Cómo le diría que ese niño ya no nacería? Inspiró con fuerza tratando de calmarse, su nariz captó el olor de la sangre y las lágrimas de su mujer. La apretó con un poco más de fuerza, queriendo transmitirle la sensación de estar protegida, acompañada.

𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝒄𝒓𝒚Where stories live. Discover now