24. Elena Kane

579 53 1
                                    

He de admitirlo: despertarme en medio del Inframundo con un vestido egipcio no era lo más raro que me había pasado.

Cuando Nico y Andy desaparecieron por el túnel en la Casa de Hades, estuve un buen rato tumbada en el frío suelo de piedra.

No quería cerrar los ojos, no quería morir.

Tenía que resistir, tenía que esperar a Nico y Andy para que me ayudaran a volver al campamento. Y allí me darían néctar o ambrosía y Jose utilizaría sus poderes de curación. Me recuperaría.

Pero tuve que resignarme.

-No soy ninguna diosa - suspiré.

La herida del pecho me ardía y sabía que, cerrara o no los ojos, moriría muy pronto, si no antes.

Entonces, tuve una sensación muy extraña, como si me levantaran cada vez más lejos del suelo.

Cerré los ojos con fuerza.

Alguien me zarandeó y abrí los ojos. Y entonces vi al chico.

Tenía toda la pinta de tener la edad de Leo, de pelo negro muy corto y cálidos ojos marrones.

-Deberías venir conmigo - susurró, tendiéndome la mano - Estás llamando mucho la atención con... eso puesto.

Bajé la mirada y comprendí por qué no sentía la ropa. La camiseta del Campamento Mestizo, los vaqueros y las Reebok habían sido sustituidos por un vestido de seda blanca que resplandecía. Llevaba los brazos engalanados con anillos y brazaletes de oro y sandalias en los pies. Es cierto que el collar repleto de joyas pesaba un poco y que llevaba suficiente laca en el pelo para petrificar a un dios de los importantes, pero aparte de eso...

-¿Sigues ahí? - la voz del chico me sacó de mis pensamientos.

Me levanté de un brinco y sonreí. El chico me miró entre asombrado y aliviado.

-Toma - me tendió un amuleto que me colgué alrededor del cuello - Te protegerá contra los monstruos que pueda haber aquí.

Lo seguí por aquel páramo oscuro y desierto, intentando por el camino sustituir el vestido por mi conjunto habitual o, al menos, por algo más normal.

-¿Sabes quién soy? - preguntó de repente.

-Desprendes la energía de un dios. Y creo... que ese es la forma que adoptaría Anubis.

-Es cierto lo que dice Sadie: tienes mucho talento.

-No sabía que conocieras a mi prima.

-Somos viejos conocidos. Acabamos de hablar, ¿sabes? Estaba destrozada por tu muerte.

Hablaba con tranquilidad y parecía divertirse con mi situación.

-¿De verdad?

-¡Oh, sí! Estaba destrozada, ¡ni te imaginas cómo! - ahora hablaba con emoción, como quien te cuenta la mejor película del mundo - Lloraba de una manera...

Alcé una ceja. ¿Desde cuándo Anubis podía ser tan... malvado?

-Tú no eres Anubis.

-No sé de donde has sacado esa conclusión. Soy Anubis, en carne y hueso... más o menos.

-Tú no eres Anubis - repetí.

-¿Cómo lo sabes? - dijo con voz ronca.

- No lo sabía - expliqué triunfante - Pero tú me lo acabas de confirmar.

Curvó los labios en una sonrisa maligna. Retrocedí un paso.

- En años no he conocido a nadie tan listo como tú. Es una lástima que tenga que matarte. Me gustaría contar con ayuda, claro, pero...

-No pretenderás que me crea que has venido tú solo.

Su sonrisa se esfumó. Los ojos marrones se tornaron rojos y se convirtió en un hombre musculoso, de ropa roja brillante. Sus dientes, blancos como perlas, estaban apretados con fuerza.

- Serapis tenía razón: eres una mocosa irritante. Pero no podrás competir contra el poder de un dios.

-Ya lo he hecho más de una vez, y todos acabaron mal. ¿Qué es lo que te hace diferente, Set?

Aquello pareció enfurecerlo de verdad. Unas enormes llamas escarlata envolvieron al dios y lo elevaron en el aire. De forma instintiva, me llevé la mano a la espalda. Mis dedos se cerraron en torno a un enorme báculo de marfil con una zafiro en la punta. En el mango había innumerables símbolos egipcios y algunos griegos.

-¡Imposible! ¡El amuleto tenía que bloquear tus poderes!

Inmediatamente, me lo arranqué del cuello; y entonces vi por qué no había funcionado.

El amuleto estaba completamente carbonizado, como si lo hubiera alcanzado un rayo y después lo hubieran quemado. Lo tiré al suelo y, tras darle el pisotón que lo rompió en cuatro trozos, Set gruñó.

-Ya me has hartado, Kane - siseó - ¡Cogedla!

Legiones de monstruos griegos y egipcios (entre ellos algunos dioses y otras especies varias) surgieron de entre las sombras me rodearon. Agarré con fuerza el báculo y entorné los ojos hasta convertirlos en dos líneas amenazantes. Todos rieron.

-Tenías razón, Set - gritó alguien - Es una monada.

Las carcajadas aumentaron.

Un chorro de nieve vino directo hacia a mí y, aparte de tumbarme en el suelo, me arrebató el báculo de las manos.

-¿Qué te pasa, Kane? - rió Quíone, jugueteando con el báculo entre los dedos - ¿Ya no sabes ni mantenerte en pie?

El círculo se había estrechado. Dos escasos metros me separaban de los monstruos, que me contemplaban como un tigre a punto de capturar a su presa. Ellos eran el tigre, yo era la presa.

-Se acabó la partida - exclamó Jonsu, el dios egipcio de la luna - Has jugado bien, pero me temo que has perdido.

Cuando me puse en pie, todos enmudecieron. Me planté delante de Set y expulsé el aire que había estado conteniendo en mis pulmones.

-Hazlo rápido, antes de que cambie de idea - mascullé en egipcio antiguo.

-Excelente.

No sé si soñaba o si ocurrió de verdad, pero me pareció oír a Jose gritando: ¡No, Elena!

En cualquier caso fue lo último que oí antes de que el jopesh de Set me atravesara el estómago y cayera al suelo entre los vítores de los monstruos y los llantos (lo que me dejó claro que no me había imaginado nada) de mis amigos.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSAWhere stories live. Discover now