𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐝𝐨𝐬.

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Feliz cumpleaños, niño especial.

"Oculta tu corazón en una caja de cristal, bajo llave guárdala y lánzala al mar, o el ángel de la noche podría despertar".

Ese día era uno de los pocos en los cuales Park TaeHyung estaba sobrio, y JiMin lo agradecía infinitamente en completo silencio y con una pequeña sonrisa en sus labios.

Sabía que aquello no era gracias a él, y aunque le doliera, aceptaba que se trataría de un milagro si el niño fuera la razón de el gran esfuerzo que su hermano realizaba para dejar el alcohol de lado; o quizás, solo si se tratase de un chiste, un muy cruel chiste.

Suspiró y continuó caminando a lo largo de la calle con dos bolsas de papel llenas de víveres en las manos. Jeon JungKook, hijo del dueño y dependiente de la tienda más abarrotada de esa parte de la ciudad, se las había regalado al enterarse de que era su cumpleaños, y con una sonrisa le indicó al niño que saludara de su parte a su hermano mayor.

JiMin sabía que aquel pelinegro gustaba de su hermano y que aquello era mutuo. Pensaba que quizá se estaba aprovechando de el amor que JungKook le tenía a TaeHyung al aceptar aquellos obsequios, que iban en forma de comida y cosas para el hogar que les hacían falta, y de vez en cuando pedía un poco más con tal de contarle acerca del día de TaeHyung.

Y es que al sólo tener trece años para JiMin era complicado conseguir un trabajo decente a cambio de unos cuantos peniques.

Meses atrás la situación se había complicado mucho más cuando TaeHyung perdió su empleo como mesero en un pequeño restaurante que quedaba a unos veinte minutos de su casa, quedando sólo las pequeñas aportaciones de JiMin que en la mayoría de ocasiones terminaban invertidas en botellas, cigarrillos y alguno que otro fármaco, terminando en el estómago y la sangre de su hermano mayor.

El niño no tenía ropa decente, comía dos veces al día en raciones pequeñas, trabajaba de empaquetador en la tienda de la familia Jeon hasta altas horas de la noche y hacía el completo aseo de la casa, muchas veces terminando dormido en el sucio suelo por el cansancio.

Se sentía orgulloso, su cumpleaños siempre implicaba uno de esos merecidos descansos que de vez en cuando tenía, en donde podía disfrutar a escondidas de pequeños placeres tales como leer un libro o practicar su no tan buena escritura sin tener que preocuparse de su ajetreada vida.

Entró por el orificio de la ventana que daba al jardín trasero, tratando de no cortarse con el cristal astillado en el proceso. Caminó de puntillas por si a caso, esperando que su hermano hubiera cumplido con su promesa. Sonrió cuando descubrió que así fue.

Se encontraba sentado de espaldas a él en la mesa, martillando algo que el más pequeño no pudo definir, pero aseguraba que se trataba de uno de esos trabajos de carpintería que a veces hacía para conseguir un poco de dinero.

—TaeTae —Susurró con cautela pero sin perder aquel deje de emoción que arrastraban sus palabras; este no contestó.

Tratando de llamar su atención le tocó levemente el hombro, dando un ligero respingo cuando el mayor se dió la vuelta de manera abrupta y lo observó con sus oscuros orbes inexpresivos; JiMin se abstuvo de temblar —¿Qué estás haciendo? —Pronunció con suavidad, intentando no conectar su mirada con la contraria.

El mayor suspiró y pronunció —Intento arreglar ésto —Le enseñó un pequeño, destinturado y roto alhajero de madera color carmesí. —, no sé exactamente para qué NamJoon lo quiere, pero pagará bien —Curvó sus labios tenuemente mientras depositaba una mano sobre la cabellera chocolate del niño, y el menor percibió esa sonrisa como una ligera disculpa por todo el mal que le había hecho, mal que JiMin estaría más que dispuesto a perdonar a pesar de todo. —Y podría comprarte ropa —Agregó. —, sé que te hace falta.

Minúsculas y saladas gotitas golpearon el suelo generando un ruido sordo. JiMin estaba llorando.

Se arrojó a los brazos de su hermano. Si se trataba de un sueño, imploraba a los cielos el nunca despertar.

Ese día, TaeHyung también lloró.

°☆.•

Kim SeokJin, el panadero de la localidad quien le tenía mucho aprecio, le regaló un pequeño pastel por ser oficialmente un niño de catorce años.

JiMin no pudo sentirse más feliz, y con un abrazo se despidió para proseguir con su camino a casa, pensando en que le daría un pedazo a su hermano y otro a YoonGi.

YoonGi. A lo largo de todos esos años, aquel chico seguía entrando por su ventana cada noche.

Casi siempre solía contarle maravillosas historias, sobre diferentes mundos que el mayor había visitado en todos sus años de vida que, según le había dicho, eran miles.

Aparecía cuando la luna brillaba en lo más alto del cielo y se esfumaba cuando el sol comenzaba a centellar en el oriente.

Le enseñó a tocar la flauta de pan y el clarín, a contar en francés, a tejer con hilo de araña y a hablar en élfico.

—¡𝓨𝓸𝓸𝓷𝓖𝓲! ¡𝓨𝓸𝓸𝓷𝓖𝓲! ¡𝓨𝓸𝓸𝓷𝓖𝓲!
¡𝓔𝓵 𝓹𝓻𝓲𝓷𝓬𝓲𝓹𝓮 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓷𝓸𝓬𝓱𝓮, 𝓜𝓲𝓷 𝓨𝓸𝓸𝓷𝓖𝓲!
𝓢𝓾 𝓪𝓶𝓲𝓰𝓸, 𝓼𝓾 𝓬𝓸𝓷𝓯𝓲𝓭𝓮𝓷𝓽𝓮, 𝓼𝓾 𝓪𝓷𝓰𝓮𝓵 𝓰𝓾𝓪𝓻𝓭𝓲𝓪𝓷. 𝓔𝓼𝓸 𝔂 𝓶𝓾𝓬𝓱𝓸 𝓶𝓪𝓼 𝓮𝓻𝓪 𝓹𝓪𝓻𝓪 𝓮𝓵, ¡𝓜𝓲𝓷 𝓨𝓸𝓸𝓷𝓖𝓲!

El chico de negros cabellos y blanca tez, enorme sonrisa y ropa de finas telas confeccionadas por él mismo, o, más bien, el chico que hacía suspirar a JiMin en sus tercas ensoñaciones de joven adolescente.

—𝓨𝓸𝓸𝓷𝓖𝓲, 𝓨𝓸𝓸𝓷𝓖𝓲...
𝓔𝓵 𝓺𝓾𝓮 𝓻𝓮𝓰𝓪𝓵𝓪 𝓭𝓾𝓵𝓬𝓮𝓼,
𝓔𝓵 𝓺𝓾𝓮 𝓻𝓮𝓰𝓪𝓵𝓪 𝓯𝓵𝓸𝓻𝓮𝓼.
𝓔𝓵 𝓺𝓾𝓮 𝓽𝓮 𝓹𝓮𝓻𝓼𝓲𝓰𝓾𝓮
𝓶𝓲𝓮𝓷𝓽𝓻𝓪𝓼 𝓽𝓾 𝓬𝓸𝓻𝓻𝓮𝓼...

Ese era Min YoonGi, el ángel de la noche.

猿 || 𝐍𝐞𝐯𝐞𝐫𝐥𝐚𝐧𝐝 || 𝐘𝐌 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora