Uno.

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NICASIA

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NICASIA

—Nicasia... —Suspiró Helios Lachlan, apoyando los brazos sobre el escritorio metálico. La luz iluminaba su calvicie y ojos oscuros.

Nicasia ladeó la cabeza. La pared detrás de Helios le parecía más interesante que lo que estaba a punto de decirle. Conocía qué palabras saldrían de su boca; lo supo desde el primer momento en que leyó sus derechos y sentencia como si estuviera mandándola al corredor de la muerte en lugar de a confinamiento.

—Dejemos de lado las formalidades —retomó Helios.

A duras penas, volvió su atención a él. Sentada con las manos esposadas, percibió al guardia junto a la puerta removerse, tal vez exhausto.

Era temprano por la mañana, Nicasia tampoco había tenido tiempo para dormir en la pequeña celda que le habían ofrecido hasta su audiencia con Helios al día siguiente.

Parte de ella extrañó el calor de una cama real.

—¿Comprendes lo que está en juego? —inquirió. Nicasia asintió. Quería salir de allí, que los guardias la tomaran de los brazos hasta arrojarla en confinamiento; crear una distancia entre Helios y ella—. No te dejarán ir hasta que hables.

—Lo sé —replicó tras un instante. Conocía las reglas y las excepciones que habían hecho por ella. También sabía que sus padres estarían decepcionados; no necesitaba que otra persona la hiciera sentir más insignificante. Debía prepararse para lo que la esperaba en confinamiento. Debía encender el modo de supervivencia hasta que Ziv la sacara de aquel antro.

—Jex me ha dicho que te ruegue porque hablaras —prosiguió el Juez. Disimuló una sonrisa; claro que su padre aprovecharía las conexiones por ser un premiado oficial de Phoenix en manipularla porque contara lo que sabía. Era una pena que Jex ya no conociera a su propia hija—. Por lo que percibo, no lo harás.

Hizo una mueca, negando con la cabeza.

Helios volvió a suspirar, esta vez tomando los cuadernos que había desperdigado por el escritorio para guardarlos en la cartera.

—Recuerda que tienes tres meses, Nicasia. —Se puso de pie, colgando la cartera en su hombro. Nicasia lo siguió con la mirada, quieta en su silla. La levantarían los guardias cuando debiera irse—. No los desaproveches. Y cuídate el moratón —añadió, señalando su propio ojo izquierdo.

Casia sonrió por acostumbramiento. Ya no le dolía el golpe que un oficial le había dado el día en que la atraparon.

—Llama a Vadik. —Ordenó Helios hacia el guardia de pie junto a la puerta—. Que lleve a la Srita. Derval a confinamiento.

La puerta se abrió y, pronto, jalaron a Nicasia del brazo, poniéndola de pie. No miró a Helios cuando salió del cuarto, aunque sintió los ojos oscuros sobre ella de la misma forma que un padre miraría a un hijo condenado a una vida miserable.

El guardia que la arrastró al pasillo gris iluminado por focos blancos, era el mismo que la había llevado hasta allí. Lo primero que había notado al verlo de pie bajo el umbral de la pequeña celda donde había pasado la noche, fue la nariz rota. Luego los ojos celestes y el cabello rubio, corto al ras. Por momentos, se preguntaba cómo había acabado con la nariz rota, pero se mantuvo en silencio. Primero, porque Vadik no parecía la clase de persona a la que le gustaba hablar y, segundo, porque tampoco estaba en los planes de Nicasia conversar con un guardia.

Las cadenas alrededor de sus muñecas rozaban con su piel, lastimándola por el movimiento del caminar y la forma en que Vadik sostenía su brazo. No dijo nada; había aprendido mucho tiempo atrás a soportar el dolor físico. Ahora, más que nunca, lo pondría en práctica.

Llegaron hasta la puerta gris con una pequeña ventana circular. Nicasia no llegaba a ver lo que había del otro lado, tampoco esperó mucho tiempo cuando Vadik la abrió pasando una tarjeta blanca por el lector en la pared.

Del otro lado, se abrió una sala. En un escritorio semi-circular se hallaba una mujer con el mismo uniforme azul oscuro de guardia. Su cabello tirante en una coleta alta y un flequillo que llegaba hasta sus ojos. Apenas la miró cuando se acercaron a ella.

Frente al escritorio, confinamiento se alzaba. Lo único que dividía a los convictos de la guardia era unas rejas negras que llegaban hasta el techo. Desde donde estaba, Nicasia distinguió varias puertas a ambos lados del cuadrado enorme y varias mesas redondas desperdigadas con asientos. Escaleras al final se dirigían a los pisos superiores.

—Nicasia Derval —anunció Vadik a la mujer, quien buscó en la computadora por su nombre.

Segundos después, la puerta en las rejas se arrastró hacia un costado de forma automática y Vadik la encaminó hasta el otro lado. La puerta se cerró detrás de ellos mientras seguían con su camino hasta las escaleras. Con un rápido vistazo hacia arriba, notó el balcón que seguía la forma del recinto junto con dos puentes que unían ambos extremos. Eran tres pisos en total.

Lo que más le llamó la atención era el frío que hacía.

—Vamos, camina —apuró Vadik al subir las escaleras.

Nicasia se mordió la lengua para no responder. Se dejó llevar hasta el balcón, pasando puerta tras puerta con ventanas redondas y pequeñas.

Se detuvieron frente a una que se encontraba abierta.

Vadik la soltó. Allí donde la había tocado, se entumeció por completo.

—Esta será tu celda —señaló Vadik, tomando los brazos de Nicasia para quitarle las esposas. Se abstuvo de acariciar las muñecas—. En diez minutos se llamará para el desayuno.

—¿No podría haberme quedado abajo? —cuestionó. Hacía tanto tiempo que no decía tantas palabras seguidas que su garganta ardió y, cuando Vadik la miró con las esposas en la mano, supo que debería haber mantenido la boca cerrada.

Sintió un tirón en su cabello corto. Vadik la había tomado por detrás, acercándola a él. Nicasia luchó contra el instinto de apoyar las manos donde le dolía, de empujarlo o gritarle que se alejara.

—Ya no estás bajo la protección de Helios —susurró. Su aliento chocando contra el rostro de Nicasia—. Será mejor que empieces a acostumbrarte —añadió antes de soltarla con tal brusquedad que perdió el equilibrio—. Ahora acuéstate hasta que sea la hora —ordenó.

Con el cuero cabelludo palpitando del dolor, Nicasia giró sobre sus talones e ingresó a la celda. La puerta detrás de ella se deslizó, sumiéndola a una habitación un poco más grande de donde había estado la noche anterior. La luz amarillenta iluminaba una litera a su derecha.

Tomó asiento sobre las sábanas grises. El colchón era tan fino que podía sentir las tablas bajo este. Era mucho peor que la otra celda.

En la esquina contraria, había un retrete junto a una pileta que esperaba tener que usar lo menos posible.

Se recostó, apoyando la cabeza en la almohada y tapándose con las sábanas que no la ayudaron en absoluto. El frío calaba a través de la tela hasta sus huesos. El uniforme gris que consistía en unos pantalones holgados, remera sin mangas y un chaleco tampoco le proveía la calidez que necesitaba.

Pero estaba bien. Estaría bien.

Ziv la sacaría de allí y podrían empezar una vida juntos. Solo debía sobrevivir.

Errante || Bellamy BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora