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Después de estar un rato más hablando con Dave, el bar ha empezado a llenarse y han decidido que era mejor salir de allí antes de que alguien reconociera a Natalia. El demonio les ha contado ya todo lo que sabe al respecto del ritual, pero les ha prometido que estará alerta por si le llega más información.

Mientras caminan en silencio, tras llamar por teléfono a Capde e informarle de todo lo que han averiguado, Alba repasa de nuevo lo que saben hasta ahora de los planes de Tinet.

El vampiro quiere ascender como demonio puro y para ello necesita hacer un sacrificio que incluye a todos los habitantes de Madrid, tanto humanos como no humanos. Para conseguir eso tiene que ofrecer su sangre inmortal con una daga ritual sobre el sello de la Boca del Infierno, lo cual abrirá las fauces del monstruo, engullendo así la ciudad de un bocado.

Alba deja ir un suspiro.

– ¿Qué pasa? –Le pregunta Natalia, que camina a su lado.

– ¿Por dónde vamos a empezar? Según tú, Tinet está rodeado de guardaespaldas a todas horas. Dave dice que ya tiene la daga, y por si fuera poco ni siquiera sabemos dónde está exactamente el sello.

–Yo sé dónde está.

La rubia frena en seco, haciendo que Natalia, que ha avanzado un par de pasos más, se gire a mirarla.

– ¿Dónde?

–Bajo uno de los lugares más visitados de Madrid. –Contesta la vampira. – ¿Te apetece un paseo por el parque?

No están muy lejos del Retiro, así que en otros veinte minutos de paseo, se plantan frente a las puertas cerradas del parque. Ambas saltan la verja sin demasiado esfuerzo y pronto retoman su paseo, aunque esta vez prácticamente a oscuras, ya que apenas queda alguna farola encendida y la luna está ya muy menguada. Todo el parque está envuelto en un silencio casi sepulcral, y aquello está poniendo a la cazadora un poco nerviosa.

–Si te hago una pregunta personal, ¿me la responderías? –Pregunta Alba, en un intento de distraerse y, de paso, buscando saciar su curiosidad.

– ¿Tiene que ver con lo que ha dicho el bocachancla de Dave sobre mis aficiones?

–A ver... Reconoce que es normal que quiera saber más detalles sobre algo que tiene que ver conmigo. –Se defiende la rubia. – ¿Desde cuándo lo haces?

–Prácticamente desde el principio.

La respuesta directa y sin tapujos de Natalia pilla a la rubia por sorpresa, que tarda unos segundos en articular una frase con sentido para continuar la conversación.

– ¿Desde que te convertiste en vampiro?

–Más bien, desde que tuve uso de razón. –Aclara la morena, que al ver la confusión en el rostro de Alba, prosigue. Por la forma en la que toma aire y lo expulsa pesadamente, parece que ha tomado una decisión difícil. –Se llamaba Sara y era unos meses más joven. Yo tenía ya once años cuando llegó a casa.

Con tan solo el principio de la historia, la cazadora ya empieza a atar los cabos sueltos en su cabeza, pero deja que Natalia prosiga sin interrumpirla.

–Victoria, mi nana, se había ausentado unos días y, cuando volvió, trajo de su mano a una pequeña huérfana. Les explicó a mis padres que la niña era su sobrina, que su familia había muerto en un terrible accidente, y que ella era el único pariente cercano le quedaba. Con el tiempo, Sara se integró en el día a día de la casa y acabó por convertirse en mi dama de compañía, aunque fuera solo de cara a la galería. Victoria era como otra madre para mí, así que ella era también familia. Si yo aprendía algo con mis tutores, después se lo enseñaba a Sara, si salíamos a correr por el bosque y se caía, era yo quien atendía sus heridas... Más adelante, cuando alcanzamos la pubertad, pasábamos noches en vela riéndonos de los pretendientes que venían a conocerme, y en las noches que dormíamos, los hacíamos juntas en mi cama...

Flores para un apocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora