CAPÍTULO 4

16 4 0
                                    

CAPÍTULO 4 - CUANDO LA VIDA SE CONVIRTIÓ EN ESTO

~Sofía~

Qué lenta parecía ir la vida, qué despacio pasaba todo. Parecía. Solo parecía. Porque hacía nada que estaba rogando por dormir más de dos horas seguidas y, de repente, Joel tenía tres años, empezaba el cole y casi todas las noches dormía del tirón. Casi. Con él todo eran "casis". Casi dormía bien, casi comía bien, casi tenía dominado el pis, casi dejaba de dormirse enganchado a la teta, casi se me soltó de la pierna cuando lo dejé en el cole, casi no lloró de alivio al ir a buscarle...

Yo había terminado la ESO justo el curso anterior, hacer 4º me costó dos años. Me habría encantado haber hecho Bachillerato y después seguir el camino de mis padres y estudiar Farmacia, pero no me pareció justo que Julio hubiera dejado Medicina para hacer Enfermería en un tiempo récord y poder aportar dinero en casa a la vez que ahorrábamos un poquito, y yo estar cinco años más estudiando. Me matriculé para hacer un Grado medio de auxiliar de farmacia que duraba un curso y tres meses de prácticas y así al menos estaba en la rama que quería. Me costó discusiones con Julián y mis padres, pues no querían que renunciara a la carrera, pero yo lo que no quería era que esta fuera un gasto más y, principalmente, quería salir de casa de mis padres. Quería que Julio, Joel y yo fuéramos una familia y no dependiéramos de nadie más que de nosotros.

Tres años más tarde, Julio trabajaba en un grupo de residencias de ancianos y yo estaba a media jornada en una farmacia del barrio gracias a la influencia de mis padres. Hacía un año que habíamos alquilado un piso a mitad de camino de nuestros padres y así, con mis veintiún años, Julio con veinticinco y el nene con seis, por fin teníamos nuestro hogar.

Por su parte Diana había terminado Derecho y trabajaba muy a desgana en la ventanilla de una sucursal bancaria. En realidad la desgana se había convertido en una constante en su vida. Había suavizado su trato con nosotros, pero yo seguía echando de menos a mi hermana, las risas, la complicidad que se perdió en el momento que supo que estaba embarazada. Seguía con César y en petit comité les llamábamos "la extraña pareja". Él aún no había terminado la carrera ya que tenía un par de asignaturas atragantadas, pero juraba y perjuraba que ese era su año. Berta se había alquilado un pequeño estudio en el que acumulaba sus obras en un rincón. Sus profesores de Bellas Artes decían que tenía mucho potencial, pero que no terminaba de salir y ella se frustraba. Que su chica estuviera metida en el armario y lo tuviera cerrado con siete llaves, ocultando su relación no ayudaba a bajar el nivel de frustración. Ángela estaba estudiando Periodismo en Madrid y aunque estábamos en contacto y hacíamos mucho el mónguer vía messenger, no era lo mismo que tenerla a tres calles.

Julio y yo no éramos unos veinteañeros al uso, eso está claro. Nos habíamos saltado la época de salir de marcha todos los fines de semana y muchas veces nos debatíamos entre echar de menos el no haber vivido esa etapa o alegrarnos por poder disfrutar la vida familiar que habíamos elegido. Nuestras noches de sábado consistían en compartir sofá con mis padres y cama con Joel. Quedábamos con nuestros amigos, pero nuestro sentido del deber con el nene era exagerado (ahora puedo decirlo, entonces me pareció lo normal) y nos cerramos demasiado en banda en torno a nuestro papel como padres, sin dejar que nadie nos quitara un poco de carga.

Nuestra actividad sexual se redujo drásticamente hasta que por fin tuvimos nuestra casa y Joel su propia habitación. ¡Con lo que nosotros habíamos sido en nuestros comienzos! Claro que, de aquellos polvos vinieron estos lodos, y nunca ha estado tan bien traído un refrán. Llevábamos una sequía muy larga y no era por falta de ganas, pero era imposible follar en esa casa con mis padres, los suyos, mi hermana o César siempre pululando por ahí. Compartir habitación con el nene tampoco facilitaba la tarea, obvio, y cuando le concedíamos el honor a alguien para que se lo llevaran al parque, solo nos daba tiempo a un rapidín que nos dejaba con más ganas que satisfacción. Cualquiera pensaría que al tener nuestra propia casa eso se solucionaría, pero después de cinco años compartiendo cuarto y cama casi todas las noches, no fue fácil que Joel se acostumbrara a dormir solo, así que había que rascar minutos a media tarde antes de ir a buscarle al colegio.

Cuando te volví a verDonde viven las historias. Descúbrelo ahora