Las niñas gritaron y empezaron a saltar entre los cojines que Heejin y yo habíamos regado por todo el suelo específicamente para el juego, seguidas por nosotras.
Durante uno de esos intentos, Heejin pisó mal uno de los cojines, cayendo al suelo en un golpe no tan fuerte.
—¡Mamá! — gritó la pequeña Chaewon, hija de Heejin y Hyunjin. Iba a dar un paso fuera del cojín, completamente preocupada, pero Yerim la detuvo.
—¡Chae, espera!, ¡Te vas a derretir también!
—¡Pero mamá...!
—Ya no importa, Chaewon. Vete. La lava ya me está quemando— en un gesto de dramatismo, Heejin llevó una mano hacia su cuello y la otra la extendió hacia su hija—. Sálvate tú.
Cerró los ojos y sé movió como si estuviera convulsionado durante algún tiempo.
Yo ya había saltado hasta llegar con las niñas y cubrí sus ojos con mis manos, sería muy perturbador si vieran eso.
Y entonces... dejó de moverse como pez fuera del agua y cerró sus ojos, sacando su lengua.
—¿Ya se murió? — preguntó Yerim.
—Sí, o eso creo.
Quité las manos de sus rostros y Chaewon levantó ambos brazos hacia el cielo mientras gritaba.
—¡Nooo, mamá!, ¡Te vengaré!
Yerim río y la tomó de la mano, saltando ambas hacia otro cojín.
Tomé una sábana blanca y cubrí a Heejin con ella, agachando la cabeza y negando levemente.
—Adiós, vaquera — quité mi sombrero imaginario y sequé una lágrima —también imaginaria—.
Las niñas imitaron mi acción y nos quedamos en silencio durante algunos segundos.
De inmediato Jungeun y Hyunjin aparecieron por las escaleras.
—¿Qué hacen?
—¿Y por qué tanto ruido?
—¡No, mamá! — ambas niñas gritaron al mismo tiempo, asustando a Jungeun y Hyunjin, quienes se detuvieron a un pie de bajar las escaleras.
—¡Si pisan el suelo se derriten!
—¿Qué? —ambas se observaron durante unos segundos, y entonces Jungeun le preguntó.
—¿No dijiste que habían acabado con los insectos la semana pasada?