"¿Quién eres tú?"

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Después de haber luchado impertinentemente contra aquella pesada oscuridad, decidí quedarme en tierra. No sé con exactitud cuanto tiempo estuve en aquel trance, pero fue lo sufiente para replantearme la vida de otra forma, viviendo la vida al máximo, si podía volver a despertar.

No pude abrir los ojos de golpe, por lo que tuve que hacer guiños constantes durante un rato. Unos cuantos minutos después, me vi capaz de girar mi cabeza hacia los lados, y pude apreciar que había alguien sentado en aquellos sillones tan incómodos que se ponían al lado de la cama del enfermo.

- ¡Ah, Rachel! ¡Ya has despertado, tesoro! - aquella mujer expresaba mucho entusiasmo al verme despertar - Voy a llamar a la enfermera - la mujer desapareció tras la puerta de aquella habitación totalmente blanca.

Cuando escuché el pestillo que indicaba que la puerta se cerró, giré mi cabeza hacia la ventana. Todo el cielo estaba azul, y solo unas pocas nubes, completamente blancas, cubrían aquel trocito de universo que podía apreciar. Aquel último pensamiento me hizo sentir pequeña y vulnerable, tanto que me imaginaba qué tipo de gente (si existía vida) podría vivir en otros planetas, a tantos años luz de distancia como el tiempo que había pasado luchando contra aquella magnética oscuridad.

Súbitamente, la mujer entró en la habitación, arrastrando consigo a una enfermera.

- ¿Ves? ¡Ya se ha despertado! - esa señora estaba empezando a asustarme. ¿Por qué mostraba tanta ilusión porque me haya despertado?

- Mmm... Vamos a ver - la enfermera mostraba ecuanimidad a la hora de hacer su trabajo. Tomo una de aquellas linternas que utilizan los médicos y me abrió el párpado de manera excesiva. Después, comenzó a aplicar la luz sobre mi ojo, lo que hizo que tuviera unas irremediables ganas de cerrarlo, debido a que me lloraba -. ¿Te duele algo? - me preguntó, a lo que yo negué con la cabeza - Bueno, pues te tendremos unos cuantos días en observación, ¿entendido? - esta vez asentí - ¿Puedes hablar? - cuestionó.

En ese momento me carraspeé la garganta por vez primera, lo que me dejó contestar un simple sí con una voz muy ronca. No recordaba apenas el sonido de mi voz. La enfermera, comenzó a guardar sus instrumentos y se fue sin objetar nada más.

- Rachel, cariño, me ha echo muy feliz verte abrir los ojos desde hace tanto tiempo - a la mujer empezó a caérsele la lagrimita.

- ¿Cuánto tiempo llevo así? - cuestioné. Mi voz aún seguía ronca, aunque ya la recordaba un poco más.

- Oh, cariño, han sido 7 meses de pura preocupación y agonía. Mira, mira mis ojeras, teniendo que dormir en este sofá tan incómodo... Bueno, después de todo, te has despertado - esa mujer no me estaba cayendo muy bien...

- Tengo una pregunta más... - susurré.

- Pregunta, preciosa, claro que sí - me animó.

- ¿Quién eres tú? - la mujer cambió su expresión radicalmente: antes, su tez irradiaba felicidad (desde mi punto de vista un poco falsa y teatral); y, después, su cara mostraba todo lo contrario, su rostro estaba asqueado e indignado, como si mi pregunta le hubiera costado perder mucho dinero.

- ¿Cómo? ¿No me recuerdas? - su voz era exactamente igual: era tan falsa como antes, solo que ahora demostraba cómo era la persona que la poseía en realidad.

- Si te soy sincera..., no.

- Soy tu madre, Rachel - esta vez, mi voz formó una gran o. ¿Cómo podía ser mi madre tan poco parecida a mi? No me refería a mi aspecto (del que no me acuerdo), si no en personalidad. Definitivamente, éramos dos polos opuestos.

- Emm... Lo siento - me sinceré. No quería sonar borde, pero no sabía expresar lo que sentía en aquel momento.

Ella, enfadada, plantó los tacones en el suelo, se levantó del mullido sillón con el ceño fruncido, y andó lo más rápido que pudo con aquellos zapatos de aguja hasta la puerta. A los treinta segundos, apareció junto con la enfermera de antes.

- ¡No me reconoce! ¡ELLA NO ME RECONOCE! - gritó enfurecida. Su cara estaba roja, y solo faltaba que un poco de humo saliera de sus orejas para expresar que no estaba en su mejor momento.

- Vamos a ver... - dijo la enfermera cansada. Se acercó a mi poniendo los ojos en blanco. Por aquella expresión, pude juzgar a simple vista que mi supuesta madre la tenía hasta el gorro - Te hemos hecho muchísimas pruebas y no tienes ninguna conmoción, lo de la memoria ya es distinto. Te voy a preguntar algo trivial... ¿Cuántos años tienes?

- 24 años.

- Dime tu nombre y apellido, por favor.

- Rachel Graham.

- Has estudiado una carrera, ¿verdad?

- Sí, soy publicista, aunque aún no he ejercido.

Me hizo varias preguntas de ese tipo, tantas que perdí la cuenta.

- Por lo que veo, tienes un claro caso de amnesia.

- ¿Mi hija amnésica? ¡Dios mio! - mi "madre" era un poco exagerada.

- Perdone, señora, pero que su hija tenga amnesia no es ninguna deshonra. Tal vez eso fuera lo mejor... - susurró por lo bajo esto último, de manera que solo lo pude escuchar yo, que solté una risita.

- A mi, en realidad... - fui interrumpida por aquella irritante mujer.

- ¡NO ME IMPORTA TU OPINIÓN! ¡TÚ NO PODÍAS PERDER TU MEMORIA! - gritó amenazadoramente.

- Con su permiso, señora, la invito a que salga y se tome un café en la cafetería del hospital. Yo la acompaño un rato - aquella amable enfermera la medio empujó hacia la puerta de salida y ella no opuso resistencia -. Uff..., menos mal que ya se ha ido. Todos estos meses no ha parado de darme la vara con idioteces. Esto es un hospital, no un hotel de 5 estrellas.

- Lo sé. Gracias por mandarla por ahí porque me estaba empezando a poner nerviosa - me sinceré.

- Tranquila. No tienes que agradecerme nada. ¿Cómo puede ser esa mujer tu madre?

- No lo sé, créeme que no lo sé.

Stockholm SyndromeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora