27. Portarretratos vacíos.

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Cuando despertó en la habitación de huéspedes que Luna le había asignado la noche anterior, se dio cuenta de que sorpresivamente había descansado con comodidad. En aquél lugar no había nada fuera de lo común y supuso que estaba especialmente armado para cualquier tipo de persona.

Escuchó algunas gotas golpeteando contra el cristal de la única ventana del cuarto y eso le dió ganas de quedarse un rato más en la cama. Sin embargo, era consciente de que no podía hacerlo porque había escuchado algunos ruidos detrás de su puerta, lo que indicaba que alguien se había levantado. Así que salió pronto de la cama y se vistió, más decente que en la noche anterior.

Recordó de repente lo bien que la habían pasado, de hecho, no había sucedido nada absolutamente extraordinario más que varias porciones de pizza y vasos de cerveza , pero Hermione se sorprendió de lo mucho que uno podía divertirse si se encuentra con las personas indicadas. Casi creyó que podría tener amigos.

De pronto, la puerta se abrió de golpe y Luna apareció detrás de ella con una bandeja que presumía un sencillo, pero elaborado desayuno.  

-Buenos días –saludó con una sonrisa radiante en su rostro-. Deberías estar descansando, nos acostamos tarde anoche.

Hermione pensó que su humor contrastaba en particular con el día gris.

-Buenos días –respondió frunciendo el ceño-. Tu también deberías… ¿Y eso?

Luna desvió la vista hacia la bandeja en sus manos.

-Eres nuestra invitada, Hermione –explicó acercándose a la mesa de luz y depositando allí el desayuno-. ¿Qué clase de anfitriona sería si no te trajera el desayuno a la cama?

 -No tienes por qué hacerlo, Luna –le dijo con seriedad-. Neville me dijo que no quieres que te de nada por quedarme aquí, pero no voy a permitir que me alimenten gratis. Yo pagaré mi comida, yo la cocinaré y limpiaré esta habitación y todo lo que ensuciemos Crookshanks y yo. ¿Está claro?

La expresión exasperante en el rostro de Luna le advirtió que había sonado un poco demandante y se arrepintió de la rudeza con que había dicho aquello, pero no de lo que había dicho.

-Eres nuestra invitada, Hermione –repitió, aunque esta vez con tono menos alegre-. Ya no eres mi jefa… Esta es mi casa, estas son mis reglas, se hace lo que yo digo y sin discutir. ¿Está claro?

Hermione asintió y Luna sonrió de nuevo.

-Cómetelo –le ordenó señalando la bandeja-. Se va a enfriar.

Hermione había insistido tanto en ayudar en algo que Luna no pudo hacer otra cosa más que dejarla hacerlo en la cocina, aunque básicamente el aporte de su ex jefa era nulo. No entendía ninguna de sus órdenes y parecía querer hacerlo todo a su manera. Hermione, por su parte, no comprendía por qué los Lovegood cocinaban así; tal vez para ellos daba igual si era azúcar o sal lo que le ponían a la carne, pero para ella no lo era y pensó que sólo comería algunos vegetales de alrededor, no estaba segura de a qué ser viviente le había correspondido ese pedazo de carne rojizo que reposaba cerca de su mano, pero no estaba dispuesta a averiguarlo.

Aprovechó aquel momento, en el que Luna parecía muy ocupada preparando lo que pensó que sería el relleno, para preguntar algo que le había llamado la atención desde que lo había visto en esa casa.

-Luna, ¿puedo preguntarte algo? –inquirió y la muchacha asintió sin apartar sus ojos de la preparación-. ¿Por qué todos esos portarretratos están vacíos?

Todo el mobiliario del departamento de los Lovegood estaba lleno de portarretratos, de diferentes tamaños y formas, pero particularmente extraños porque ninguno de ellos cumplía la función para la cual había sido diseñado, ninguno exhibía fotografías.

-Es simbólico, claro –respondió.

No tardó mucho en explicarse, ya que la cara de confusión que Hermione mostró lo decía todo. Dejó de lado el relleno y se giró para hablarle.

-Cuando vives con alguien más, como yo con mi padre, existen recuerdos compartidos, pero también aquellos que sólo te pertenecen a ti –murmuró seriamente-. Cuando una casa está llena de fotografías, te imponen el recuerdo que debes recordar, a pesar de que no te pertenezca del todo. Cuando los portarretratos están vacíos, te dan la posibilidad de elegir tu recuerdo, el más feliz, el más divertido, el que sea y puedes recordarlos con más alegría.

-Pero... Al mismo tiempo podrías recordar malos recuerdos –comentó pensativa.

-Eso sirve, Hermione –le contestó-. Recordar cosas malas hace que te des cuenta de que la vida no es perfecta y que de esas cosas que te lastimaron aprendiste más que de todos los momentos felices juntos.

Hermione se quedó pensativa unos segundos y supo que, en parte, Luna tenía razón. Uno aprende a través de golpes, eso lo sabemos todos, pero los momentos felices también nos enseñan, nos enseñan a disfrutarlos como si no fuéramos a vivir otro.

Ya era de noche y aún llovía, no tan fuerte como lo había hecho el resto del día, pero era una fina llovizna que mojaba. En otras circunstancias, habría sido una mala idea salir a dar un paseo a pie, pero en ese momento poco le había importado humedecerse y pescar un resfriado porque nada de todo lo que tenía podría arruinarse y se sentía afortunado. Sabía que era un perdedor que aún no encontraba trabajo y que vivía de la ayuda que le daba a George en la tienda y de las buenas intenciones de su hermano que, a pesar de burlarse de él todo el tiempo, era tan bueno como un Weasley debía ser; pero ni siquiera su carácter de auténtico perdedor lo deprimía.

Casi había llegado a la puerta del edificio, cuando vio una figura negra que estaba… ¿Esperándolo? Ron sintió la profunda mirada que esa persona extraña le dirigía y se sintió algo intimidado. Por un momento, pensó en retroceder, pero se arrepintió al instante. Él no era cobarde y, a pesar de no tener muchas intenciones de acercarse al extraño, se percató de que sus pies no habían dejado de moverse y que ya se encontraba prácticamente delante de él.   

Era un hombre, un hombre con una espalda mucho más grande que Ron y, aunque poseía un abrigo que parecía costoso, sus brazos lucían fuertes y le daban un aspecto de rudeza que hizo que Ron no se sintiera extremadamente tranquilo. Su cara no se veía y Ron maldijo al portero del edificio que no se había dignado a cambiar el foco de luz que se había quemado.

Intentó esquivarlo, pero sus suposiciones se confirmaron y aquel extraño habló con una voz tan clara que Ron había escuchado pocas veces, pero que no tardó en reconocer.

-Ronald, ¿verdad?

Quiso decirle que no, pero estaba seguro que el hombre ya sabía a la perfección quién era él, así que asintió.

Lo próximo que sintió fue un terrible dolor en su mandíbula y el sabor amargo y desagradable de la sangre dentro de su boca. La vista comenzó a nublársele e intentó empujar al hombre y devolverle el puñetazo, pero justo en ese instante recibió otro duro golpe en el estómago que lo dejó sin respiración y cayó al suelo mojado.

-Piénsalo… Mejor… La… Próxima… Vez… Que… Quieras… Meterte… Conmigo –le espetó Viktor remarcando cada palabra con un golpe.   

Era una explosión de dolor tras otra y Ron se sintió un idiota por no tener las fuerzas suficientes para ponerse de pie. Luego se dio cuenta de que Viktor no estaba solo, más de dos pies le estaban proporcionado violentas patadas a todo su cuerpo. A pesar de ello, trató de pararse y dar él algunas patadas a sus agresores, pero entonces uno de ellos le pisó la cabeza con fuerza y entonces Ron se rindió y cayó desvanecido.

La boda de mi jefa. (Romione).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora