II. Porque aproveché mi oportunidad

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El sábado se había convertido en el día preferido de Gerard. Era un acuerdo tácito encontrarse con Frank, Bert y Anthony en la biblioteca y, mientras los dos primeros aprovechaban la explanada y rampas para andar en skate, él y Anthony entraban a leer. O a dibujar, en su caso.

Anthony ya se había acostumbrado a su presencia y no se quejaba en demasía, siempre y cuando Gerard no hiciera mucho ruido. De hecho, ni siquiera le prestaba demasiada atención. A veces Gerard dejaba caer el lápiz a propósito, o suspiraba fuerte, solo para que Anthony le dedicara una mirada de hartazgo color avellana, recordándole la gama de tonalidades de las hojas de los árboles en otoño.

Todavía le costaba que los dibujos salieran bien. No era el trazo lo que le costaba, las líneas le salían de memoria, y ya había conseguido la presión justa del granito sobre el papel rugoso para las tenues sombras bajo sus ojos. Lo difícil era cuando llegaba a su casa más tarde e intentaba pintarlo. No había forma en que plasmara los colores —que tenía grabados en sus pupilas— de Anthony en sus pinturas. Quizá podría hacerlo si lo tuviera en frente en ese momento, quizá le faltaba el modelo en vivo y en directo para conseguir el color exacto.

Frank había dicho una vez que él posaría para Gerard, siempre y cuando pudiera pintarlo dormido. Que era demasiado inquieto como para sentarse por horas en el mismo lugar, que no era como Anthony. Gerard le había confesado entonces que no serviría de nada, porque Frank era rojo, naranja y púrpura, y Anthony era verde, azul y celeste, y que, además, no eran tan parecidos.

Parecía mentira que los hubiese confundido como la misma persona alguna vez. Conociéndolos mejor, ahora, Gerard podría señalar de memoria las diferencias: el contorno de la sonrisa, la leve curvatura de la nariz, la firmeza de sus cejas, el brillo en sus miradas. Ni hablar de los tatuajes, las posturas, el largo de sus pasos. Lo único en lo que eran idénticos, para sorpresa de Gerard, era en su estatura. Todavía le era difícil creerlo, porque había algo que hacía que Frank pareciera diminuto a su lado.

Gerard se rompía la cabeza intentando descifrar la ilusión óptica.

Fue una de esas largas tardes en la explanada, mientras él y Frank fumaban, y veían a Bert hacer piruetas, en la que decidieron que Gerard tenía que terminar sus dibujos, y que debían cambiar el lugar de encuentro. La biblioteca se había convertido en un obstáculo más que en una ayuda en esa relación con Anthony. Los primeros pasos ya estaban dados, se conocían y Anthony lo toleraba, pero eso no era suficiente, no podían conocerse mejor allí. Cada vez que Gerard intentaba hacer conversación, Anthony le susurraba: —Esto es una biblioteca —Y eso bastaba para explicarle que no tenía intención de escucharlo hablar.

De eso conversaban mientras Bert intentaba deslizarse sobre el barandal y fallaba estrepitosamente.

—Bueno, pero Anthony es así... es decir, creo que le agradas. Se sigue sentando contigo, ¿no? —Le preguntó Frank antes de darle una honda calada al cigarro. El humo se escurría de sus labios, bailaba torpemente hacia arriba y Gerard se entretuvo observándolo.

Asintió con la cabeza, pero no entró en detalles. Siendo justos, no es que Anthony tuviera mucha opción. Él también le dio una calada al cigarrillo y sintió el negro rasgarle la garganta. Le gustaba.

—¿Y cómo van los dibujos? ¿Los has terminado? —preguntó Frank. Luego escupió el humo y miró la rampa. Bert se acomodaba los pantalones mientras se miraba la rodilla, y el raspón rosado sobre su piel—. ¿Qué dice? De que lo pintes...

Gerard se encogió de hombros.

—Dijo que son buenos —sonrió orgulloso—. Que debería ilustrar libros.

—Libros, libros —protestó Frank—. Todo es libros para él...

Los dos volvieron al silencio gris del cigarrillo, a mirar al rubio que no se daba por vencido e intentaba otra vez hacer la pirueta.

Figura & Color {Frank Iero & Gerard Way}Where stories live. Discover now