Capítulo 12. Descubrimos la verdad, más o menos

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                          Maratón 2/2

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No sabría cómo empezar a describir los Campos de Asfódelos. Tan solo imaginaos a la mayor concentración de gente que hayáis visto. Bien, pues ahora imagínatelo un millón de veces más grande.

La hierba negra llevaba millones de años siendo pisoteada por los muertos. Soplaba un viento cálido y pegajoso como el hálito de un pantano. Crecían árboles negros, que al parecer, eran álamos.

El techo de la caverna era tan alto que podría haberse hecho pasar por un nubarrón, pero las estalactitas lo delataban. Intentamos no hacer ruido para que no se cayera ninguna encima porque había varias de ellas desperdigadas por el suelo, incrustadas en la hierba negra.

Seguimos abriéndonos camino, metidos en la fila de recién llegados que serpenteaba desde las puertas principales hasta un pabellón cubierto de negro con un estandarte: «JUICIOS PARA EL ELÍSEO Y LA CONDENACIÓN ETERNA. ¡BIENVENIDOS, MUERTOS RECIENTES!».

Por la parte trasera había dos filas más pequeñas.

A la izquierda, espíritus flanqueados por demonios de seguridad marchaban por un camino hacia los Campos de Castigo  que brillaban y humeaban en la distancia, un vasto y agrietado erial con ríos de lava, campos de minas y kilómetros de alambradas de espino que se separaban las distintas zonas de tortura.

La fila que llegaba del lado derecho del pabellón de los juicios era mucho mejor. Esta conducía pendiente abajo hacia un pequeño valle rodeado de murallas: una zona residencial que parecía el único lugar feliz del inframundo. Más allá de la puerta de seguridad había vecindarios de casas preciosas de todas las épocas. Flores de plata y oro lucían en los jardines. La hierba ondeaba con los colores del arco iris. Se oían risas y olor a barbacoa.

El Elíseo.

En medio de aquel valle había un lago azul de aguas brillantes, con tres pequeñas islas en el medio. Las islas Bienaventuradas, para la gente que había elegido renacer tres veces y tres veces había alcanzado el Elíseo. Supe que aquel era el lugar que quería ir cuando muriera, aunque me daba igual si ir al Elíseo o a las islas.

Abandonamos el pabellón del juicio y nos adentramos en los Campos de Asfódelos. LA oscuridad aumentó. Los colores se desvanecieron de nuestras ropas. 

Tras unos kilómetros caminando, empezamos a oír un chirrido en la distancia. En el horizonte se cernía un reluciente palacio de obsidiana negra. Por encima de las murallas merodeaban tres criaturas: las Furias.

- Supongo que es un poco tarde para dar media vuelta- comentó Grover.

- No va a pasarnos nada.

- A lo mejor tendríamos que buscar en otros sitios primero- sugirió-. Como el Elíseo, por ejemplo...

Annabeth y yo le miramos mal y yo le cogí por la camiseta y ella por el brazo.

Grover emitió un gritito. Las alas de sus zapatillas se desplegaron y lo lanzaron lejos de nosotras.

- Grover. Basta de hacer el tonto.

- Pero si yo no...

Otro gritito. Sus zapatos revoloteaban como locos. Levitaron unos centímetros por encima del suelo y empezaron a arrastrarlo.

- Maya! -gritó, pero no funcionaba-. Maya! ¡Por favor! ¡LLamad a emergencias! ¡Socorro!

Intenté agarrarle del brazo y lo conseguí, solo que tiraba tan fuerte que se me escurrió la mano, así que corrimos tras él.

La hija de Hestia- PJOWhere stories live. Discover now