Capítulo Dieciséis

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Sentí una gota de sudor correr por mi frente y la limpié rápidamente sin poder evitar la arcada que salió de mi garganta. Últimamente estaba muy sensible, más de lo normal. Terminé de acomodar los últimos  libros y bajé de la escalera con cuidado. Había conseguido un trabajo de medio tiempo en una biblioteca ubicada en el centro de la ciudad. No pagaban mucho, pero era suficiente para suplir mis caprichos de lectora compulsiva.

—¿Qué haces todavía aquí, cariño? —Preguntó Sally, una adorable anciana que trabajaba en el mesón.

—Ya me iba. —Respondí mientras terminaba de abotonar mi abrigo. El frío del invierno comenzaba a notarse.

Le di un beso en el rostro a modo de despedida y me acomodé el bolso en el hombro. Crucé la puerta de vidrio y comencé a caminar rápidamente en dirección a la parada de autobus, antes de que fuera tarde. El frío se terminó de adueñar de mi cuerpo cuando habían pasado quince minutos y el bus que me llevaría a destino no se dignaba a aparecer. Fue entonces cuando divisé un auto aparcarse frente a mí. Rodé los ojos.

—Hija, te he dicho que me llames cuando salgas del trabajo.

—No necesito que vengas a buscarme, Alex. —Reproché. —Toda la vida estuviste ausente, no vengas a fingir ser un padre ejemplar ahora.

Mi padre negó con la cabeza y se inclinó hacia la puerta del copiloto para abrirla. Me crucé de brazos.

—Por favor Alexandra, sube. —Insistió.

Luego de un par de segundos, asentí derrotada. Me subí al auto y me abroché el cinturón delicadamente. El viaje transcurrió en silencio, hasta que Alex habló.

—¿y esas manchas? —preguntó mirando mi cuello de reojo.

Me acomodé el abrigo intentando ocultar mi cuello, incómoda. No eran algo de lo que me agradara hablar.

—No sé. —Me defendí, seca.

—Yo sé. —Respondió fingiendo sabiduría. —Esas manchas se producen por una enfermedad.

Me quedé callada. No sabía que responder a eso. Mi padre rápidamente siguió hablando.

—Esa enfermedad se llama tristeza, Alexandra.

Algo dentro de mí se contrajo, porque sabía que era cierto. Aunque la mayoría del tiempo intentaba ocultarlo. Miré el paisaje a través de la ventana, las costosas casas comenzaron a aparecer a mi vista.

—No quiero que trabajes, hija. —Habló mi padre interrumpiendo el silencio.

—¿Y quién me dará lo que necesito, tú? —Pregunté sarcástica. —No te confundas, aunque viva contigo no significa que usaré tu dinero.

—Hija, entiende, estás...

—Estoy embarazada, no enferma. —Escupí molesta mientras me bajaba del auto y cerraba la puerta de un portazo.

Caminé arrastrando los pies hasta la entrada de la casa. Para mi sorpresa no fue Ana quien me abrió la puerta, sino Louisa.

—Hasta que por fin aceptas que Alex te traiga. —Soltó sarcástica mientras levantaba ambas cejas y se cruzaba de brazos.

Pasé a su lado bajo su mirada reprobatoria, ignorandola por completo. Me bastaba con tener que soportar a Valentina todos los días, ya no toleraba un segundo más en la maldita casa. Para mi mala suerte, no tenía donde ir.

Me dirigí a la cocina en busca de Ana, se veía concentrada decorando un bonito pastel de chocolate. Se me hizo agua la boca por probar un trozo, pero lo oculté. Aún me costaba asimilar la idea de que mi estómago crecería como un globo.

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