Capítulo 29

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Iria

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Iria

El algún momento habíamos llegado al hospital. La gente de los pasillos de urgencias se apartaba al rápido paso de la camilla que cargaba a un Lucas inconsciente y cubierto de sangre. Los enfermeros hacían lo que podían para taponar la herida y detener la hemorragia, pero con mis conocimientos sabía que estaba perdiendo mucha sangre.

—¡Hay que operar de inmediato!

—¡Llamad al doctor Klerk!

Se disponían a pasar por una puerta que no permitía el paso a nadie que no fuera paciente o médico, sin embargo, me negaba a soltar la mano de Lucas.

—Señorita, debe dejarle o no podremos hacer nada por él —me dijo una enfermera con tono impaciente.

—Lucas...

—Iria, déjales hacer su trabajo. —Dylan soltó mi mano de la del pelinegro con impaciencia y vi la camilla perderse por esa puerta que se cerró fuertemente tras su paso.

El shock había desaparecido en cuanto Lucas cerró los ojos. Todo había pasado rapidísimo a partir de ahí: Vincent y Samuel cargaron con él hasta un todoterreno en el que también nos metimos Dylan y yo. Entre los dos tratamos cubrir la herida con la camiseta del moreno, que estaba empapada de sangre cuando los enfermeros la cambiaron por gasas. Vincent condujo a toda velocidad hasta el hospital y yo salí del vehículo pidiendo auxilio extasiada, hasta ese momento en el que recorría los pasillos a toda prisa.

En todo el recorrido no solté su mano, me negaba. Para mí era una manera de impedir que se marchara de mi lado, en mi cabeza era lo único que impedía que se fuera. Cuando Dylan me obligó a soltarle me quedé mirando por un vidrio circular en la puerta, observando cómo se perdía por otro pasillo a la derecha. Me llevé las manos manchadas de la sangre de Lucas al cuello, tratando de aliviar el dolor que me provocaba el enorme nudo que se había atorado ahí.

Di rienda suelta a las lágrimas que pedían permiso para brotar de mis ojos y me dejé caer por la puerta, deslizándome suavemente hasta el suelo. El moreno, que también estaba lleno de sangre, me cogió en brazos como a una novia y me llevó hasta la sala de espera, donde la gente se nos quedaba mirando raro. Yo también lo haría si viera a dos lunáticos llenos de sangre, Dylan sin camiseta y yo como recién sacada de la película El Exorcista, con el pelo enmarañado y heridas por todas partes. Intentó coger mi mano, pero cuando noté que su tacto no era el mismo que el del pelinegro, me solté. Fue entonces cuando me abrazó y ahí sí que me dejé. Lloré, lloré y lloré como nunca antes lo había hecho, sobre el hombro de un Dylan que apenas había dormido y que seguramente estaba congelado.

Todo había sido por mi culpa. Si no le hubiera presionado, si no le hubiera echado en cara que no estuvo con su madre cuando más le necesitaba, si no hubiéramos discutido, yo no me habría ido y nada de aquello hubiera pasado. La culpabilidad me carcomía, pero la esperanza de que se recuperara estaba ahí, oculta bajo un manto de malas vibraciones.

INFIERNO (Disponible en físico) ©Where stories live. Discover now