Capítulo 3: Un susto

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Capítulo 3:
Un susto

Asier no para de hablar por teléfono desde que regresamos

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Asier no para de hablar por teléfono desde que regresamos. Prácticamente, me dejo la cena tirada, por discutir con su abuelo el pésimo trato que nos han dado y la poca confianza que nos tienen para tratar el caso de los asesinatos. Un mes en el que no hemos hecho nada más que ser turista en un pueblo pintoresco.

Las muertes se han enfriado, y por cuenta de esos fantasmas ninguno ha venido a tocar a mi puerta. Bueno, la última y más resiente víctima lo intento. Y solo fue eso un fallido intento. Lo que significa que tendré que rastrearlos, convocarlos... en fin, más trabajo innecesario.

Lejos de la isla no estoy generando ni un centavo partido a la mitad. Tengo a Kelly, una distracción y el trabajo remunerado lo quitan de mi camino. También deberían quitarme los impuestos que debo pagar este mes, en consideración de hacerme perder el tiempo. Si fuera posible.

Guardo la comida de Asier en el microondas e inicio los labores del hogar, en esta ocasión lavar los platos. Otto no hizo más que escabullirse a su habitación, para intentar dormir un poco antes de que a media noche a Kelly, nuestra invitada de honor, decida hacer una fiesta en nuestra cocina moviendo los cubiertos, las charolas... Una melodía ensordecedora que nos hemos calado desde el primer día que llegamos aquí, ella es uno de esos fantasmas quisquillosos y malcriados que encuentran divertido perturbar el sueño de los que seguimos vivos.

Dialogar con una niña de ocho años, muerta de paso, con la intensión de explicarle que las doce de la noche no es hora para juegos, ni de berrinches es como hablar con un florero. Después de una semana, deje de insistir. Por lo que tenemos una breve pausa de la siesta entre las doce y la una y media de la mañana, para esa hora Kelly ha satisfecho su cometido diario de perturbar a los demás.

Es raro no verla por la sala. ¿Quién sabe dónde anduviera?

—¿Mi cena? —su voz me eriza la piel. Deja un beso en mi oreja, su aliento contra mi piel. Suspiraría de placer, pero se supone que estoy molesta por no sentarse a la mesa.

—Se la di al gato —abro el grifo y enjuago.

Sus dedos se deslizan por mi espalda, una caricia que quema a través de la tela. Qué difícil es guardar la compostura cuando se pone en plan seductor.

—No tenemos un gato.

—Otto hace de gato —se me quiebra la voz, y se me escapa una risita. Por alguna razón me imaginé al primo con orejas y bigotes. Intentar enojarme por una tontería no ha salido como esperaba.

Se ríe contra mi cuello. Amo su risa, es tan genuina y rítmica. Por lo menos disfruta de mis ocurrencias, que son bastante malas, por cierto.

—¿Te lo imaginaste? Yo lo hice, y es muy gracioso —me sostengo del lavadero, y lo acompaño en la diversión hasta que recuerdo que estaba por hacer mi reclamo.

Médium. Beso a la muerte (libro 2)Where stories live. Discover now