Capítulo Uno

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Me interné en un bosque que desconocía. No era el de mi pueblo, pero sí el más cercano fuera de éste. 

A causa de la lluvia el suelo se había convertido en una mezcla de barro, hojas secas y pinocha seca de los pinos. Me había quitado los zapatos con taco aguja hacía horas y mis pies estaban cada vez sumergidos en el barro, con cada uno de los pasos que daba. 

Estaba empapada por la lluvia, tenía el cabello completamente húmedo, pegado al rostro y mi vestido me daba asco, de solo pensar que días atrás Cedric me lo había quitado para echarse un polvo mientras me mentía a la cara. 

Con esa última idea en mente, e incluso sin darme cuenta, comencé a llorar desconsoladamente. Quería gritar, quería seguir corriendo, quería golpear cosas e incluso cogerme una rabieta como una niña pequeña.

Aferré un trozo de tela del vestido y comencé arrancármelo de a tirones. El tul dorado más superficial se desenganchó con un crujido y lo dejé caer al suelo. Le di puñetazos a un tronco hasta que los nudillos comenzaron a sangrarme y lloré hasta caer de rodillas y enterrar los dedos en el barro, con el rostro hacia abajo, húmedo por las lágrimas.

Los sentimientos parecían querer consumirme. Estaba destruida y furiosa en partes iguales. Me sentía decepcionada y asustada por haberme convertido en vampiro. No sabía nada sobre mi padre, Cedric me había mentido y usado, no tenía a donde ir y tenía tanta hambre que sentía que iba a desmayarme. 

– ¿Estás bien? – unos pasos a través de los árboles acompañaron aquella pregunta. 

– Largo– dije sin siquiera levantar la cara para ver de quién se trataba. 

– ¿No eres... Avril... Abi...? – el sujeto seguía murmurando más para sí mismo que para mí. 

Me sequé las lágrimas con las manos sucias y me volví para mirarlo. 

– ¡April! – recordó finalmente. 

Tardé una milésima de segundo en reconocer su tez morena, sus ojos oscuros y su sonrisa amplia. Era Fausto, el brujo que... También me había mentido y fingido que había encontrado una forma de salvar a mi hermana. 

– Mejor lárgate, ya sé lo que hiciste– le dije volviendo a apartar la mirada. 

 – Oh... Ya... ¿Mataron a tu hermana? – preguntó él, sin un ápice de sensibilidad. 

– Si no me dejas en paz, te mataré yo a ti– le advertí mientras comenzaba a ponerme de pie y lo miraba directamente a los ojos.

Fausto levantó las manos en un gesto de inocencia y suspiró. 

– En mi defensa, Cedric me obligó– comenzó a decir– le debía un favor y él quiso cobrárselo así– 

– Genial– dije poniendo los ojos en blanco– eso no me hace sentir para nada mejor...–

– ¿Sabes qué te podría hacer mejor? – dijo él, comenzando a sonreír nuevamente– una buena ducha caliente y un té–

– Gracias, pero creo que me quedaré aquí – dije encogiéndome de hombros. 

– Tómalo como que estoy en deuda contigo por haberte mentido y quiero compensarte– insistió él, caminando hasta situarse a mi lado y tendiéndome el brazo para que me agarrara– estoy recogiendo hongos alucinógenos para un hechizo, pero ya casi tengo todo lo que necesito–

– Fausto, no soy más una humana– le aclaré, volviendo la mirada hacia él, esperando que se apartara de un salto y me mirara con desprecio. 

– Lo sé– sonrió él, sin dejar de tenderme su brazo– pero sigues siendo tú ¿No? –

Suspiré, asintiendo, e intenté esbozar una sonrisa. 

Sed de Sangre (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora