LIMBO

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La pequeña Maddie la trajo de nuevo a la realidad cuando jaló de sus sueter para llamar su atención.

-Quiero hacer pipí -le dijo retorciendo sus manos en su pequeño vestido.

Alicia la tomó de la mano y juntas se acercaron al mostrador para pedir indicaciones, luego se dirigieron al final del pasillo donde se encontraba el sanitario de mujeres.

-¿Puedes hacerlo sola?

Maddie le contestó con un asentimiento de cabeza pero aun así le ayudo a bajar sus mallas y ropa interior antes de entrar al baño.

Mientras su pequeña hermana entraba al sanitario ella se recargo en una de las paredes completamente exhausta. Estaban en el hospital a donde la habían trasladado después del asalto. No había perdido del todo la conciencia pero la experiencia había sido tan caótica que tenía la cabeza hecha un lío, si no le punzaba era porque le habían dado medicamentos para el dolor pues su atacante le había dejado marcas en el cuello donde ahora llevaba un vendaje.

Leo estaba en terapia intensiva porque de una forma que ninguno de los dos pudo explicar el asaltante había logrado romperle una costilla con el único golpe que le había dado. Afortunadamente los doctores dijeron que se recuperaría pronto.

Maddie salió del baño y ella le ayudó a lavarse. Salieron de nuevo a la sala de espera donde estaban aguardando a que su padre hiciera el papeleo para que todos pudieran regresar a casa.

-¿Falta mucho? -preguntó la pequeña.

-No, pronto saldremos de aquí.

-Estoy aburrida -hizo un puchero y se dio vuelta en la silla para ver al final del pasillo donde habían desaparecido sus padres hace un momento.

-Tengo algo para ti -Alicia metió la mano en uno de sus bolsillos de dónde sacó un par de bolsas de lo que antes habían sido galletas de la fortuna pero que ahora se habían reducido a polvo. Eso no pareció importarle a Maddie que con entusiasmo las tomó de su mano para comerlas.

Unos minutos más tarde vieron aparecer a su padre y a Ana.

-¿Podemos irnos? -exclamó la pequeña al verlos.

-Tú y mamá se irán a casa, tu hermana y yo todavía tenemos algo que hacer -le contestó su padre acariciándole la cabeza, luego se giró hacia Alicia -debemos ir al Ministerio Público a presentar la denuncia.

Alicia no quería que su madre y hermana se fueran en un taxi, pero después de asegurarle que Don Fermín, su taxista de confianza, pasaría a recogerlas se subió con tranquilidad al coche de su padre.

Cuando llegaron, una recepcionista con cara de que no le agradaba en lo absoluto su presencia les dijo que esperaran hasta que pudieran tomarles declaración. Después los recibió un policía rechoncho que parecía más la parodia de un oficial, de esas que salen en las caricaturas de los periódicos. Le hizo mil preguntas y puso otras mil quejas para procesar su denuncia hasta que su padre perdió la paciencia y lo amenazó con reportarlo cuántas veces fuera necesario si no los ayudaba a solucionar su problema. "No hace falta que se altere" respondió el policía y comenzó por fin a hacer su trabajo.

-¿Vio la cara de su agresor señorita?

-Sí

-¿Podría describirlo? -dijo al tiempo que llamaba a un oficial más joven y delgado que traía consigo un cuaderno de bocetos. El joven comenzó a trazar tan pronto Alicia habló, al final extendió una hoja con un boceto a lápiz a su comandante quien después de darle un vistazo se las mostró a ellos.

-¿Es este el sujeto?

Alicia observó detenidamente a un hombre de rostro alargado, mentón cuadrado y prominente, labios finos, nariz ligeramente puntiaguda y unos ojos hundidos en sus cuencas con una expresión vacía. El parecido era tan cercano que le arrancó un escalofrío. Solo despegó la vista cuando a sus espaldas escuchó un en un susurro: "dios mío".

-¿Qué sucede papá?

-Yo conozco a este hombre.  

PrometidosWhere stories live. Discover now