8. Luz

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El regreso a la academia fue surrealista. La última tarde en el hotel pasaron unas horas todos juntos, porque cuando les hicieron la prueba se reunieron los nueve en una de las habitaciones, y también se vieron en el camino de regreso al día siguiente. En el autobús los grabaron por separado, como si no estuvieran todos allí, y al entrar a la academia tuvieron que hacer el paripé de un falso reencuentro. Les explicaron que eso era lo que el público quería, lo que vendía, y Maialen y Bruno no tuvieron más remedio que ceder, aunque fuera en contra de la verdad que siempre llevaban por bandera. Y sin embargo, lo que experimentaron al entrar no tuvo nada de engañoso. Al verse allí dentro y abrazarse, mientras de fondo sonaba la canción que se había convertido en su himno, fue como si no hubieran salido nunca.

Mai ese día estuvo eufórica, porque además de que volvían era su cumpleaños, y Bruno no podía dejar de sonreír mientras la veía emocionada dando saltitos. A la hora de cenar hubo tarta, pero tenía canela, y Mai, que jamás se había quejado de la comida, esa vez no probó bocado, pero apenas le importó. Estar de regreso con todos sus compañeros era increíble, y aunque la presencia de cámaras al principio le resultaba incómoda, enseguida se adaptó.

A Bruno le costó más. Aunque el primer día sintió una felicidad absoluta, tener que cortarse con Mai no le resultaba nada fácil. Saber que ella estaba enamorada de él y que le había elegido era inaudito, ni en sus mejores sueños se hubiera imaginado un desenlace como ese, pero era un suplicio tenerla al lado y no poder besarla, tocarla como a él le hubiera gustado. Se preocupaba además por su marcha, porque suponía que en dos semanas sería el próximo en irse, y ahora que por fin podía estar con ella, no quería que ese momento llegara. Así que estuvo un poco ansioso, y durante los primeros días le costó disfrutar.

Por las noches no. En cuanto apagaban las luces se iban a la habitación y por fin podían ser ellos mismos. Se iban directos a la cama de Mai, la de siempre, que ahora era de los dos, y después de que sus labios se encontraran con ansias tras un largo día de espera, hablaban libremente de todo lo que no podían decir al otro lado de la puerta. La primera semana Mai necesitaba descargar, porque le molestaba que explotaran su relación de cara al público, y aunque participar en la canción de Bruno le gustaba porque sentía que le apoyaba, no le parecía bien que le hubieran dado el papel que le tocó. Ella quería ser "la enfadada", le parecía más divertido, y ya en la cama renegaba, pero Bruno se reía mientras le decía que parecía una niña pequeña haciendo pucheros, y después le mordía y terminaba riéndose ella con él hasta que se le olvidaba. Sus compañeros observaban cómo la escena se repetía varias noches y les miraban disimuladamente con ternura, contentos de que lo suyo hubiera cuajado al fin. Ahora que les conocían, no concebían a una Maialen sin Bruno, ni a un Bruno sin Maialen, eran dos entes separados que brillaban con luz propia y sin embargo juntos deslumbraban, como esos atardeceres maravillosos que cautivan tanto, que resulta imposible apartar la mirada del cielo.

Cuando llevaban allí unos días llegó el regalo de Mai. Al principio Bruno pensó en regalarle un anillo, pero desechó la idea porque al fin y al cabo ella acababa de dejar una relación larguísima por él, y pensó que quizás eso podría agobiarla. Así que optó por un colgante, pero le costó mucho decidirse, muchísimo, tanto que cuando salió rumbo a Barcelona el paquete ya estaba en camino, pero no había llegado. Tuvo que remover Roma con Santiago para que se lo dieran, porque una vez dentro de la academia ya no podían recibir nada del exterior, pero el parón y el consiguiente regreso habían ablandado un par de corazones, y después de mucho rogar por fin lo tuvo en sus manos. Lo había pedido por internet, no tuvo otra opción, y en cuanto lo abrió no pudo evitar enseñárselo a sus compañeros, que admiraron la belleza de aquel objeto, aunque a él sólo le importaba Mai.

Ella le había preguntado por su regalo varias veces, y Bruno, que disfrutaba provocándola y viendo cómo saltaba a la primera de cambio, supo aprovechar la ocasión. Le repitió muchas veces que si se portaba bien, con suerte se lo daría al día siguiente, y cuando Mai con una risita le respondió "me lo vas a dar hoy y lo sé", sonrió pensado en lo bien que le conocía.

Esa noche cedió. Cuando ella abrió la caja extrañamente estaban solos en la habitación, y al ver lo que escondía en su interior Maialen se quedó sin habla. Era un colgante grande, de forma circular, con cientos de cristales muy brillantes que formaban pétalos, y en el centro un rombo color ámbar al que acompañaban, como sosteniéndolo, cuatro pequeñas piedras. Era muy ostentoso y no iba mucho con su personalidad, pero era precioso, y mientras buscaba algo que decir Bruno se adelantó.

-A ver, Mai, este regalo tiene su explicación... Los cristales tienen brillo propio y reflejan la luz, como lo haces tú con todo lo que te rodea. La disposición de los pétalos parece fractal, es decir, se multiplica a distintas escalas, de manera casi infinita, eso se queda corto si hablamos de lo mucho que yo te quiero -en ese punto a Mai, que era de lágrima fácil, le empezaron a llorar los ojos-. El centro casi dorado es el núcleo, como el alma que lo sostiene todo, no existe alma más pura que la tuya, y las piedras que lo sujetan, los cuatro puntos cardinales, que simbolizan que pase lo que pase, y estés donde estés, podrás contar conmigo siempre. -Aquí hizo una pausa, y mientras le decía que no llorara, le enjugó las lágrimas, suspiró, y continuó-. Sé que es grande, quizá demasiado lujoso para ti, que eres la sencillez personificada, pero sé que en algún momento de tu vida vas a ganar un premio, y en ese momento podrás ponerte algo que irradie la misma luz que llevas dentro, ¿no? -Ella le miró sorprendida mientras se reía, y le respondió:

-¿Un premio, yo? Qué cosas dices, Bruno. Eso no va a pasar...

Él dijo que claro que sí, que no entendía cómo podía dudarlo, pero enseguida afirmó que no importaba, porque creía en ella lo suficiente para que valiera por los dos. Maialen, que seguía boquiabierta, le dio las gracias y le dijo que el colgante era precioso, y mientras intentaba encontrar una palabra más adecuada para describirlo, ella, que era compositora e incluso experta en inventar nuevos vocablos, tardó en encontrar una, pero de repente le llegó. Tras darle un largo beso en la boca, y después muchos más, cortos y sonoros, sonrió y le dijo al fin:

-Es insaciable. Como tú.

Mientras miraba a Bruno con orgullo, agradeció haber sido valiente y poder estar a su lado. Estaba enamorada hasta las trancas. No había ninguna duda.

 No había ninguna duda

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Desorden sistemático (Brunalen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora