Soy Song Min Jae, Minjae para mis amigos y familia. Soy hijo del duque y la duquesa Song. Mi familia es la más influyente de estas tierras, prácticamente somos dueños de todo aquí.
Nuestra casa esta ubicada junto al extenso bosque Plufery, este mundo donde vivimos esta lleno de criaturas mágicas y nuestra familia es una familia de licántropos. En esta gran mansión vivo con mis hermanos: Castle J el mayor, Bic que es el más grande de todos después de Castle J y los menores Win y yo. Mamá y papá fallecieron hace un tiempo.
Llegué al comedor y apresuré el desayuno, no tenía interés en estar ahí ni un minuto más. Hoy me dedicaría a explorar un poco mas el bosque.
- ¿A dónde vas?- preguntó Castle J antes de que cruzara el umbral de la puerta que conduce al salón de estar.
- Al bosque, hoy es mi día libre, no tengo deberes. - dije decidido.
- ¿No quieres que te a acompañemos?- preguntó mi otro hermano Bic.
- No, estaré bien no me voy a adentrar mucho. Tampoco me transformare, solo voy a explorar un poco.
Dicho esto último salí en dirección al bosque. Exploraba el lugar, todo era hermoso. De repente siento un delicioso aroma a frutilla y vainilla. Era inevitable para mi no seguir ese aroma. Cuando estuve cerca caminé con más cuidado, para no espantar a lo que sea que tuviese ese agradable aroma.
Entonces lo vi, era un chico, era el hombre más hermoso que hubiese visto en toda mi vida. Sus rasgos eran dulces y delicados, no pude evitar que mi vista reparara en sus carnosos labios. Por un momento me sorprendí a mi mismo pensando en besarlo, idea que descarté lo más rápido que pude.
" ¿¡Pero qué haces!? ¡Es un desconocido!"- dijo una molesta voz en mi cabeza, no tarde en callarla.
Me acerqué al chico, parecía de mi edad, su rostro era perfecto, angelical. Y ese aroma a vainilla y frutilla era simplemente delicioso, era como una droga que me obligaba a estar junto a el. Me a alegre de ser licántropo, de no serlo no hubiese olido este espectacular aroma.
Su ropa estaba rota, era la primera vez que lo notaba. Rápidamente me quité mi saco y se lo puse. Como vi que no tenía intenciones de despertar y yo tampoco tenía intenciones de despertarlo y que saliera corriendo y huyese de mi, que por cierto era lo último que quería que pasase.
Lo tomé en brazos, comprobando lo liviano que era, impregnandome su aroma, sintiendo su calidez. Lo llevé hasta casa, lo acosté en mi cama y ordené a mi mayordomo que lo cambiase de ropa. Aunque hubiese querido cambiarlo yo mismo pero ante las miradas y respuestas que mis hermanos me exigían no tuve más opción que dejar que el mayordomo lo cambiase de ropa.
