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Prólogo

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Sentada en la mesa de un lujoso y sofisticado restaurante, estaba yo, sola, comiendo el corte de carne más caro y extravagante de todo el menú. Esa era la primera vez que comía algo tan delicioso. La carne era tan suave y jugosa que prácticamente se deshacía en mi paladar, haciéndome sonreír como una tonta cada vez que me llevaba un trozo a la boca. También era la primera vez que probaba el vino tinto. Su sabor, dulce y aterciopelado, adormecía mi lengua cada vez que ingería un sorbo.

Después comer un par de bocados más, dejé escapar un profundo suspiro.

Era realmente difícil seguir ignorando a los individuos de las otras mesas que me miraban con curiosidad e interés, preguntándose: «¿Qué hace una chica tan joven como ella comiendo sola en un lugar como este?». Sin embargo, no podía culparlos. Yo misma no dejaba de hacerme esa misma pregunta.

—Esta es la última vez que acepto asistir a una cita a ciegas organizada por Lucas —murmuré en voz baja, limpiándome las comisuras de la boca con una servilleta de tela—. Mañana por la mañana voy a asesinar a ese idiota y luego me aseguraré de no dejar ni una sola prueba del crimen».

Quiero decir, ¿en qué estaba pensando cuando acepté esa cita a ciegas? ¿Por qué permití que Lucas me convenciera? Yo jamás salía a citas, mucho menos con completos desconocidos. Y lo peor, me habían dejado plantada. Así como lo oyes, mi cita llevaba aproximadamente una hora de retraso.

Cuando terminé de masticar y tragar el último trozo de mi costosísima cena, dejé los cubiertos perfectamente alineados sobre el plato de porcelana y le pedí a uno de los camareros la cuenta.

Estaba más que lista para marcharme de ese pretencioso lugar.

—¿Acostumbras comer antes de que llegue tu cita? —exclamó una voz ronca y profunda.

En el momento en el que alcé la mirada, encontré a un apuesto chico de ojos grises tomando asiento en la silla frente a mí. Al examinarlo, noté que mi cita tenía esa clase de rostro fresco y llamativo que demandaba atención. No pude evitar sentir un extraño cosquilleo en el estómago.

—¿Disculpa? —murmuré, sin atreverme a apartar mis ojos azules de los suyos.

El apuesto chico sonrió y después señaló mi plato vacío con uno de sus largos y masculinos dedos. Era una sonrisa demasiado arrogante para alguien que había llegado excesivamente tarde.

—¿Acostumbras llegar una hora tarde a tus citas? —contraataqué sin una gota de vergüenza.

No iba a dejar que me intimidara solo por su atractiva apariencia.

Mi cita se encogió de hombros y se pasó una mano por su oscuro, alborotado, y ligeramente rizado cabello castaño. Por alguna razón, aquel gesto hizo que mi corazón diera un pequeño brinco.

—En mi defensa, debo decir que había un tráfico de mil demonios —se excusó, pero sonaba a mentira.

—En mi defensa, debo decir que estaba muriéndome de hambre.

La sonrisa en sus labios se agrandó, permitiéndome ver su dentadura blanca y perfecta.

—Entiendo, en ese caso ¿quieres pedir algo más o prefieres solo mirar mientras ceno algo rápido? —me preguntó él con un tono burlón, mirando el menú de manera desinteresada.

—La verdad es que no estoy segura —respondí, debatiéndome entre irme o quedarme.

—O podemos saltarnos toda esta mierda e ir directo al grano. Dime, ¿eres de las que lo hacen en la primera cita? —preguntó, como si yo fuese a responderle con toda naturalidad.

Mi boca se abrió y mi mandíbula estuvo a nada de tocar la superficie de la mesa.

«¿Pero qué... qué clase de pregunta es esa?»

—Sabes, estoy muy cansada. No sabía que esperar a un chico por tanto tiempo podría ser tan agotador. ¿Por qué no terminamos la cita ahora? —dije, regalándole una de mis falsas sonrisas.

Sus ojos grises me miraron llenos de confusión. Acto seguido, frunció ambas cejas.

—¿Eso es todo? ¿No quieres acostarte conmigo?

«¿Quién en su sano juicio querría acostarse con alguien en la primera cita?».

Por suerte para mí, el camarero regresó a la mesa con la cuenta de mi cena en las manos. Se detuvo para mirar a mi cita y luego, sin que yo tuviese que pedírselo, le tendió la cuenta a él.

—Gracias por la cena, estuvo deliciosa —murmuré.

La expresión en el rostro del chico guapo fue bastante épica, era evidente que no se esperaba nada como eso. Debía estar acostumbrado a que las chicas saltaran sobre él. Sin decir nada más, tomé mi bolso y me levanté de mi sitio. Cuando salí del lujoso restaurante, una enorme sonrisa tiró de mis labios al escucharlo soltar una palabrota después de mirar la cuenta que le habían entregado.

Ese era el precio porhaberme hecho perder mi tiempo, imbécil.

Ese era el precio porhaberme hecho perder mi tiempo, imbécil

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Karen Mata Gzz

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Cita a Ciegas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora