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CAMILLE SUSPIRÓ, sintiéndose estresada por todos los proyectos que se le habían acumulado en la semana

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CAMILLE SUSPIRÓ, sintiéndose estresada por todos los proyectos que se le habían acumulado en la semana. Miro hacia la ventana de su habitación, notando cómo las gotas de lluvia resbalan por el vidrio, repasando cómo había llegado a ese punto de su vida. Cursaba su último año de la preparatoria, el próximo tendría que ir a la universidad y no tenía ni idea de lo que estudiaría, de hecho, Camille ni siquiera tenía algún sueño en específico el cual lograr.

A veces, cuando las noches se le hacían eternas, cuando su cuerpo le pesaba y no podía dormir, se comparaba con un cascarón. Se le complicaba demostrar sus sentimientos y era rara la ocasión en la que reía o se emocionaba, sentía que dentro suyo su corazón solo latía para mantener su cuerpo vivo y en movilidad, pero no tenía sueños, ni siquiera alguna meta personal.

Sus compañeros no se juntaban con ella, le hablaban solo para lo esencial. Camille no los culpaba, sabía que ella podía llegar a dar miedo o incluso parecer intimidante, suponía que era por su falta de expresión. Internamente se disculpaba con todos ellos, por no poder demostrar un lado más dulce, no sabía cómo hacerlo.

Ella creía que tal vez en su vida pasada había hecho algo que le había traído tan mala suerte, que incluso en esta vida, la seguía atormentado. Tenía recuerdos vagos de su niñez, pero incluso en ese entonces tenía mala suerte.

Se había acostumbrado, pero incluso en lo más profundo de su cabeza, sí que deseaba algo. Deseaba poder experimentar la emoción del "amor", del que tanto había leído y del cual se había ilusionado experimentar en su adolescencia, pero incluso aquella pequeña cosa nunca se le cumplió. Tal vez, su destino era estar sola, aunque eso no lo sabía con exactitud.

Miró de nuevo su escritorio, frunciendo el ceño al ver sus libros de texto y sus libretas llenas de apuntes. Por lo menos, le iba bien en la escuela, tal vez, solo eso era un buen augurio de que su suerte podría cambiar en cualquier momento. Camille creía en los buenos y malos augurios. Tenía una tía, la cual había muerto ya hace algún tiempo y era la única la cual la trataba con cariño. Su tía Elizabeth era una mujer supersticiosa, creyente de la magia blanca y negra. Odiaba los gatos negros y recuerda vagamente cómo la sala de su tía estaba llena de cruces cristianas, el típico ojo azul que absorbía el mal de ojo y demás cosas que jamás le había interesado investigar a fondo, pero, al haber pasado tanto tiempo junto a ella, se le pego el ser algo supersticiosa.

Hacía algún tiempo que había ido con una psicóloga por órdenes de su madre, la cual siempre estaba preocupada por su salud. La psicóloga le decía que su falta de expresar emociones era a causa de sus inseguridades que se le desarrollaron en la infancia, incluso llegó a diagnosticarle ansiedad social. Hacía ya tiempo que no había vuelto a ir con esa psicóloga.

Pero eso ya no le importaba mucho, hacía tiempo que había dejado de fijarse en su situación emocional, ya que Camille creía fielmente que por ahora esa no era la prioridad. No podía decir que estaba feliz con su soledad, sabía que los seres humanos estaban hechos para socializar y que inconscientemente, el cerebro siempre buscaría una forma de socialización, pero Camille había encontrado el gusto de la soledad. Se había acostumbrado.

𝐀𝐏𝐑𝐄𝐍𝐃𝐈𝐄𝐍𝐃𝐎 𝐀 𝐀𝐌𝐀𝐑    Levi AckermanWhere stories live. Discover now