La aparición

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En un rancho apartado del pueblo, vivía una partera conocida como doña Pancha, la cual todo el pueblo quería y respetaba por lo bien que realizaba su labor. En su rancho, vivía con su marido, un hombre que solamente servía para beber y pensar en mujeres. También vivía con el pequeño Jorge y Petrita, sus sobrinos que cuidaba como a sus hijos porque por desgracia no gozaría de la dicha de ser madre.

   Jorgito y Petrita eran hijos del hermano de doña Pancha, un hombre que se fugó con una mujer insoportable, que al momento de dar a luz regalaba a sus hijos a doña Pancha porque sabía cuánto deseaba su cuñada ser madre.

   Un día, Jorgito cumplió los 4 años, mientras que Petrita tenía 6, y llegó a oídos de su madre lo bien cuidados que los tenía doña Pancha. Sobre todo Jorgito, que era rellenito por comer tanto. Entre los murmullos del pueblo, también estaba lo mal que hablaban de ella como madre, que no era capaz de criar a uno solo de sus hijos, así que decidió ir por Jorgito para criarlo ella. El niño de veras lloró pero doña Pancha le decía que no podía hacer nada porque ella no era su madre.

   Doña Pancha extrañaba a su sobrino, pues ni siquiera sabía a dónde se lo habían llevado, hasta que dos años después, reapareció su hermano, llamado Melquíades, cargando al niño en brazos.

   —Ay, hermana, vengo a ver si me lo puede ayudar a mí —dijo desesperadamente— porque si yo le daba a mis hijos era porque sabía que usted los iba a cuidar mejor que Eudosia.

   —¿Qué le pasa al niño? ¿Por qué lo traes tapado en una cobija?

   —Para que Petrita no lo vea. Lo que pasó es que yo quería asegurarle un terrenito a mi'jo y me fui a la bola con los guerrilleros. Y dejé a Jorgito con su madre. Yo no volví hasta 'orita que me dispararon el brazo y no pude seguir. Cuando regresé a la casa, miré al niño así como está y Eudosia, que todavía que no quiso ser mi adelita, me empezó a decir que por mi culpa el niño se estaba muriendo de hambre porque no les di dinero pero yo antes de irme le compré una chiva cargada para que empezara un rebañito. Y le dije: "pero bien que tú sí 'stás ancha de gorda y nomás el chiquillo no" luego le dije que ya no la quería como mujer y me traje al niño pa' acá. Pero me tengo que ir pa' seguir ayudando en el cuartel.

   Petrita escuchó la conversación pero su tío no la dejó ver a su papá porque estaban hablando de cosas serias y por temor a traumarse no la dejaban ver a su hermano, que por más que doña Pancha intentó convertirlo en aquel niño regordete, terminó falleciendo a los dos días por hambre.

   El pueblo entero estaba de luto y terminaron aborreciendo a Eudosia, que con la suerte que gozan los villanos de la vida real se terminó casando con un rico de Jalisco y se marchó de Sinaloa sin llorarle a su hijo.

   Petrita suplicaba llorando ver a su hermano por última vez antes de que lo enterraran, pero todos se negaban pues temían su reacción al verlo tan diferente de lo que fue dos años atrás. Pero sus ruegos ablandaron el corazón de doña Pancha, accediendo a que viera a Jorgito por última vez.

   Petrita necesitó ayuda para que la alzaran y pudiera ver a su hermano menor antes de reposar eternamente en el Panteón del pueblo. Su hermano estaba tan delgado que sus ojos se hundían más abajo de las cuencas. Todos pensarían que al ver a su hermano así se derrumbaría en lágrimas, pero lo que hizo fue colocar una flor en cada ojo, y despedirse de él con la madurez de un adulto.

   Jorgito fue enterrado en el Panteón del pueblo y Petrita iba a visitarlo con fidelidad cada cinco días para llevarle de las flores que había puesto en sus ojos.

   Pero lo que le sucedió a Petrita fue peor que la muerte, pues teniendo solo diez años, su tío se aprovechaba de las ausencias de doña Pancha por atender partos y comenzó a tocar a Petrita, amenazándola de muerte si no guardaba su secreto.

   Petrita era una niña muy hermosa, que sabía disimular con serenidad las pesadillas que vivía cuando su tía se marchaba. No importaba cuánto le pedía a su tía que la llevara, ésta le decía que no.

   Sin embargo, no hay que confiarnos de lo que sabemos que fácilmente puede denotar, pues un día, Petrita fue a buscar un cuchillo a la cocina y fue a la tumba de Jorgito y dijo:

   —Si hoy me quiere hacer algo, lo voy a matar con este cuchillo.

   Pero al revisar bien, miró que la tumba no era la misma y preguntó qué había sucedido. Entonces le dijeron que sacaron a su hermano para enterrar a alguien más porque por la Revolución los panteones ya no se daban abasto con tanto muerto.

   Se volvió a quedar sola, mirando la tumba, de la cual se oyó una voz de un hombre que le dijo:

   —No lo mates, niña, yo te voy a proteger.

   Si Petrita hubiera sabido leer, habría leído que la tumba era de su padre, que después de haber intentado unirse de nuevo a la Revolución, terminó perdiendo la vida. Pero Petrita se espantó, aunque la voz le pareció familiar, del susto soltó el cuchillo y se regresó al rancho antes de que oscureciera.

Petrita fingía dormir en su cuarto, esperando lo peor. Escuchaba pasos del segundo piso que se acercaban más y más, y al último el sonido de la puerta al intentar abrirse... que por alguna razón su tío no podía abrirla, maldecía, golpeaba la puerta, pero era imposible que pudiera entrar. En aquella noche, Petrita soñó con su padre, que vestía un traje café en vez de los blancos que acostumbraba, y se despedía de ella entre lágrimas.

   Noche tras noche intentaba abrir la puerta pero fue sin éxito hasta que se cansó de intentar. Pero, una tarde, Petrita fue a ver a la tumba donde estuvo su hermano, queriendo ver si oía la voz de aquel hombre pero sin resultado. La niña pensaba que estaba sola, lamentablemente, no miraba detrás de ella a su tío, que sin poder esperar más intentó tocarla nuevamente, y fue entonces donde Melquíades le gritó:

   —¡'Ora sí, m'ija, mátalo con el cuchillo!

   Petrita escuchó y eso intentó, buscó el cuchillo que había tirado tiempo atrás y con una ayuda misteriosa que inmovilizó a su tío, ella le clavó el cuchillo en un hombro, causándole la muerte por sangrado. En el instante que mató a su tío, miró a lo lejos a su padre, que vestía con el mismo traje de sus sueños, fue corriendo hacia él, pero al faltarle un metro, la aparición de su padre desapareció, dejándola sola, pero segura.

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Cuento dedicado a mi fiel lectora ruthnaomi13

Cuentos de Hadas (Vólumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora