"La esencia del ser humano se encuentra en su piel, en su desnudez".

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Me giré lentamente y me permití observarla. Un ángel. Un ser luminoso. Una criatura de la más absoluta pureza. Eso era Camino. Al contemplar su cuerpo desnudo, pensé que nada podría nunca eclipsar tanta belleza. Pensé que ni la más terrible de las mezquindades sería capaz de resistirse a una muestra de virtud tan pura como aquella. Y me sentí la persona más afortunada de la Tierra por poder ser testigo de semejante magia.

Ella me miraba con una seguridad que nunca antes había visto en sus pupilas. Poco quedaba ya de aquella joven incapaz de sostenerme la mirada cuando nos conocimos. Poco quedaba ya de la muchacha tímida que se ruborizó hasta las orejas cuando le sugerí que se cambiase de vestido en mi estudio. Ahora en sus ojos veía a una mujer fuerte, decidida, que sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Vi tan claro como el día que lo que Camino quería y lo que yo quería eran la misma cosa, y tuve miedo porque el brillo de sus ojos denotaba que pocos obstáculos, entre ellos mi ya escasa fuerza de voluntad, podrían interponerse entre ella y aquello que deseaba.

Pintándola, rasgando con el lápiz sobre el papel, casi podía sentir la suavidad de su piel bajo las yemas de los dedos. Y mientras mi mano se movía sola y esos hermosos ojos almendrados me estudiaban, mi mente voló a otro mundo. A uno en el que podía confesarle a Camino cuánto la amaba. Un mundo en el que no debía tener miedo de exteriorizar un sentimiento así de puro. Un mundo en el que era libre de besar y abrazar a aquella mujer inmaculada y decirle que ella era mi ilusión, mi sueño y mi alegría. Un mundo en el que nadie me juzgaba por amar a otro ser humano.

Un penique por tus pensamientosWhere stories live. Discover now