Dos

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La venganza de su entrenador dura hasta el sábado en la tarde, e implica horas extra, y demasiado ejercicio físico para el gusto de Martín, pero no le molesta tanto como debería, porque al final del día, le da horas extra de probar su nueva escoba en metros y metros de aire libre de obstáculos y muggles que puedan verlo.

Martín había escuchado rumores, en los primeros años de su carrera, de que varios jugadores de las ligas mayores tenían la costumbre de ponerle nombre a sus escobas. Originalmente había pensado que era una tontería, pero al irse moviendo de equipo había comprobado que de hecho, eran la gran mayoría, y que tenía que ver con creencias más antiguas que el mismo juego.

Según ellos, el propio nombre de las cosas iba acompañado de magia, el tipo de magia que va entrelazado con las emociones más básicas. El tipo de magia que podía darle un poco de personalidad a un objeto inanimado con suficiente magia encima.

En general, Martín nunca se había considerado un creyente en ese tipo de cosas, y se había reído en voz alta, la primera vez que había sabido sobre María poniéndole un nombre a su escoba. Las escobas se cambiaban rápido en ese medio, los accidentes eran comunes, y si no, salía un modelo mejor, o un nuevo sponsor , y no tenía sentido intentar creer en ese tipo de magia si ibas a renovar tu modelo cada seis meses o menos.

Sabe que Luciano le pone el mismo nombre a todas sus escobas, pero jamás lo ha escuchado decirlo en voz alta, y tampoco ha querido preguntar, porque sabe que va a burlarse, y luego van a estar peleando, y toda la idea le parece innecesaria hoy en día.

Pero cuando vuela en la escoba blanca, piensa que le pondría un nombre. No está seguro de creer todos esos cuentos sobre el poder de darle un nombre a las cosas, pero si está seguro de que mientras vuela, se siente como si no estuviese solo en el aire, y esa sensación probablemente merece un nombre.

Manuel suelta una risita avergonzada cuando se lo cuenta, y luego maldice, porque la runa que está tallando acaba de quedar chueca.

— Es solo una escoba —murmura, pasándose las manos por el pelo, y Martín tiene ganas de defender la integridad de su escoba, pero ni siquiera Manuel parece creer lo que está diciendo. — Aunque yo igual había escuchado sobre eso de los nombres. Mi maestra le ponía nombres a sus escobas.

— ¿Como cuáles? —pregunta Martín, jugando con el cuchillo para tallar mientras mira a Manuel intentar reparar con magia la madera que arruinó.

No es un trabajo fácil, y ya puede ver las señales del cansancio en el moreno. No son grandes cambios, nada más notorio que el temblor de su mano dominante mientras dice el hechizo, o las gotas de sudor que van apareciendo en su rostro, pero es suficiente para Martín, y aún se está debatiendo entre esperar a que Miguel y los demás lleguen con el almuerzo, u obligar a Manuel a tomar un descanso antes.

— No me hagas decirlos, no puedo pronunciar ese idioma de mierda

—Decime la traducción entonces, no digas que no sabés.

Manuel se equivoca una segunda vez, y antes de que Martín pueda hablarle sobre las bondades de tomar un descanso cada dos o tres horas de trabajo, está comenzando de nuevo, visiblemente irritado por su propia torpeza.

— No hueón, eran puros nombres de canciones malas, —responde, entrecerrando los ojos mientras va rellenando los pedazos excavados de madera. — Era terrible cuando le venían a comprar algo.

— Pero dale Manuel, un ejemplo, solo un ejemplo te pido.

— Volteador de varitas —gruñe Manuel entre dientes, como si decirlo en voz alta le doliese.

A la medida (HP AU)Where stories live. Discover now