Epílogo

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Manuel la va a buscar justo a la hora, de hecho, probablemente llegó un poco temprano, a juzgar por el tamborileo nervioso que hace con las llaves del auto que arrendó. Tiene puestos los pitillos que le regaló para navidad, y esas zapatillas terribles que guarda desde el colegio, con la suela toda rayada en letras de canciones que Tiare nunca ha querido escuchar. Sabe que la izquierda tiene un nombre escrito también, pero prefiere pretender que no está ahí, porque ni siquiera de niña le pareció un buen chiste, y ahora que es una adulta le avergüenza imaginar siquiera la cara de su hermano cuando recibió ese regalo en particular.

Manuel tiene la cara afeitada también, y ella sabe que es solo por ella, porque la va a buscar, porque sabe que no soporta esa barba de dos días que se deja cuando está trabajando demasiado. Ese pensamiento la hace sonreír, de la misma manera que habría sonreído hace años, cuando aún era una niña y Manuel aún vivía con la familia.

Aun así, ya no es una niña, y tiene un diploma para mostrarlo, aunque Manuel no pudo asistir a la ceremonia. Ese es el problema de Castelobruxo, —piensa, acarreando su maleta fuera del bus con un bufido exasperado— está lejos, y es muy complicado llegar.

Pero eso nunca más va a ser un tema para ella.

Se despide de beso en la mejilla con todo el mundo, riéndose entre promesas que no debería hacer realmente, porque ella sabe, más que ninguna otra persona, lo difícil que es mantenerse en contacto con la gente cuando están a más de una llamada de distancia. Por eso mismo se preocupa de dar abrazos y repartir buenos deseos, porque quizá no los vuelva a ver, y ha pasado tantos años con las mismas personas que la sola idea le duele.

Manuel la mira todo el tiempo, con una media sonrisa que le recuerda a su padre, y Tiare se la regresa, haciéndole un gesto con las manos y un "¡Ya voy!" silencioso con los labios.

No cree demorarse tanto, es solo un par de despedidas más, unas promesas vacías por aquí y por allá, y unas conversaciones importantes que quedan a medio terminar, antes de que regrese al lugar original, con las manos en la maleta, lista para ir al departamento vacío de Manuel, y luego de vuelta a la casa en Santiago a esperar que comience su nueva vida.

No cree demorarse tanto, pero cuando se voltea, Manuel ya no está solo en el asiento, ni tamborilea las llaves contra su pierna. Está riéndose, con un vaso de café en una mano y Martín Hernández al lado, hablándole tan cerca que algunas de las señoras que pasan los quedan mirando.

El problema con Castelobruxo es que está demasiado lejos, y su hermano odia escribir cartas.

Tiare los mira unos segundos antes de empezar a avanzar de nuevo, decidida a hablar con Manuel apenas tenga la oportunidad.

— ¿Te despediste bien? Si querí' te espero otro rato —le dice Manuel, a modo de saludo, aunque igual se levanta a darle un beso en la mejilla.

— No, si ya terminé —responde, sonriéndole. Manuel asiente nomás, guardándose las llaves en el pantalón. — ¿Quién es tu amigo?

Tiare ve a Martín fruncir el ceño, y se aguanta las ganas de sonreír, porque aún es demasiado temprano, y su hermano parece al borde de la risa también, aunque duda que sea por las mismas razones.

O quizás sí lo es, quizá ambos están pensando que ella debe ser la única que no reconoce a Martín como una figura pública hoy en día.

— Es Martín, mi amigo del colegio ¿te acordai? —dice Manuel por fin, carraspeando, y ahora es a él a quién Martín mira con el ceño fruncido, mascullando algo que Tiare no intenta entender.

— Ah, tu ex. —corrige, en voz alta, y Manuel carraspea, mirando discretamente alrededor, como si no hubieran estado pegados hace dos segundos.

— Su pololo, de nuevo —interrumpe Martín por fin, sonriendo con burla.

A la medida (HP AU)Where stories live. Discover now