Días de pandemia

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Domingo. ¿O lunes? ¿Tiene sentido ya? Hasta hace algunas semanas seguía el paso de los días. Hasta hace algunas horas, todavía creía que podía seguir acá.

Ahora miro por la ventana y siento que el cielo claro, calmo, se ríe de mí. Las aves que surcan el cielo se ríen de mí, incluso este vaso de vino barato destinado únicamente a nublar mi mente y obturar mi recepción de información, se ríe de mí.

Siento que he envejecido años, más de lo que es sano envejecer en este tiempo. Y mi mamá me pregunta que cuál es mi sueño de vida. Ninguno, si no hay futuro, le respondo a modo de chiste. O quizás es que realmente no lo hay.

Cada mañana me despierto y es siempre la misma sensación. Odio despertarme, odio mis días, odio estos días. Odio mi forma de cocinar, de vestir, de limpiar. Odio mi propio reflejo y mi olor que impregna las habitaciones de este espacio que habito sin descanso hace casi seis meses.

Odio mi cama, mis sábanas, los azulejos de mi cocina y el pasto alto. Odio saber que el mundo se quema, mi tierra se quema. Las personas mueren, y no parece importar. Lo que importa es la economía, y ellos. Siempre ellos. El número de casos crece, y la distopia futurista cyberpunk que creímos esperar, esa que nos horrorizaba hipócritamente, es en realidad nuestra cotidianeidad, cargada de features que no hubiéramos podido reconocer como elementos de un apocalipsis New Age. Pero acá estamos, idiotamente alabando a las mega-coporaciones extranjeras, creadoras y perpetradoras de la desigualdad más incapacitante y aterradora que se haya atravesado, conectados a una red de información constante, sumidos en una realidad virtual con sus propias reglas y su propio sentido de moralidad y responsabilidad. Uno ya no distingue que es lo real, que no. Que pensar, todo es un flujo de confusión y caos y vorágine y soledad absoluta y absurda.

El mundo se cae. Yo un poco también. Soy consciente de eso. Y no, las cosas no van a estar mejor, porque esto es consecuencia de las acciones que hemos tomado, de la articulación de este sistema perverso que devora almas y animales e historia. Esto no va a pasar, solo va a dejar secuelas que eventualmente tomarán una forma anecdótica si son lo suficientemente procesadas por los medios masivos. Lo suficientemente regurgitadas en las campañas electorales, lo suficientemente twitteadas, digeridas, apelmazadas, remodeladas, horneadas y servidas al público hambriento, expectante, glotón e insaciable de odio.

Esto solo puede empeorar, a menos que tomemos acciones. A menos que los gobiernos del mundo tomen acciones. Aquellos que, en su malicia, con su sombra de poder proyectada por un cuerpo pequeño, languideciente y vil, lograron esto. Que caigan.

Mientras cae la noche, cargo mi tintero de un azul cielo, sigo escribiendo. Ingenuamente, tomo toda la tristeza que sedimenta el atardecer sobre mí y la transformo en rabia. Y digo que no, que así no es. Que se me vaya la vida, pero yo de esta tierra salgo habiendo cambiado las cosas. No me voy, hasta que el mundo sea un poco menos de mierda. Eventualmente, esto no será más que una cicatriz en una Tierra necrosada. 

La CaídaWhere stories live. Discover now