Las musas matan a los artistas

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La panadería Diego tiene una pequeña terraza con cuatro mesas. No hay nadie más aparte de ti, y eso te alivia.

Hace dos horas, cuando te encontrabas en la lavandería, no podías escuchar ni tus propios pensamientos debido al mar de gente que charlaba sin parar. Eran en su mayoría mujeres de mediana edad y niños inquietos cuyas risas y gritos ahogaban el suave rumor de las lavadoras.

Al menos el barullo me mantuvo despierto, piensas, dejando las bolsas de pan y el vaso de café sobre la mesa. Te sientas dando un suspiro y estiras las piernas. Las miras por debajo de la mesa, sonriente. Cuando vuelvas a Rusia van a tener que editar tu piel en las fotos, pues ahora está muy dorada para sus estándares de belleza.

Oh, cierto. Ya no voy a volver.

Tu sonrisa se ensancha.

Abres una de las bolsas de papel y tomas un pan. Es plano y café oscuro, mucho más duro que las conchas, casi como una galleta. Tiene la forma de un cerdito. Comes una de las patas y das un sorbo al café, el cual te deja un regusto a canela. Su calidez y la soledad te regresan el buen humor de inmediato.

Ya tranquilo, miras los mensajes en tu móvil. Hay decenas de ellos. Consideras apagar el teléfono para olvidarlos, pero no quieres ser descortés con tus amigos. Han pasado algunos días desde la última vez que les escribiste, es de esperarse que se preocupen por ti. Te tomas tu tiempo para responder a cada uno—adjuntas unas cuantas fotos que tomaste a Taissa en la piscina y también un video donde canta—y les dices que te encuentras muy bien. Quieres escribirle a tu madre, pero ella sigue sin llamarte y lo más probable es que te ignore.

Qué mujer más egoísta y orgullosa, piensas, sintiendo un nido de serpientes en el estómago. ¿Qué intenta probar? ¿Que no me necesita? ¿Que no le importo tanto? Menuda ridiculez.

Buscas a Nicholai en tu lista de contactos y ves que está en línea. Tocas el botón de videollamada y en menos de cinco segundos su bello rostro pecoso aparece en toda la pantalla.

—Oh, miren quién llama—dice él, notablemente emocionado—. Hasta que te acuerdas de tu viejo amigo Nico. ¿Qué tal te va en ese paraíso terrenal?

Nicholai luce de lo más cómodo acostado en su cama con un pijama de seda puesto. Allá han de ser poco más de las nueve de la noche. Cuando se acomoda de lado notas una brillante melena rubia detrás de él.

—¿Con quién estás?

Nico enfoca el rostro de la chica. Es Natasha.

—Me tomó fotos esta tarde—dice Nico—. Ahora que no estás me hace trabajar el doble. Va a tener su primera exposición en un art café el próximo sábado y ha dormido poco por estar editando, ya sabes lo perfeccionista que es. Dijo que sólo iba a tomar una siesta pero ya han pasado cinco horas. Supongo que pasará la noche aquí.

—Me alegra que le esté yendo bien en lo que le gusta hacer.

—A mí también, aunque desearía que tuviera un ritmo menos acelerado. En fin, ¿cómo te va allá? He visto las fotos que me enviaste, no puedo creer que estés tan cerca de un animal como ese. Yo me hubiera meado en los pantalones.

No puedes evitar reír.

—Es muy amigable. El trabajo exige poco y puedo relajarme. Esto es mil veces mejor que unas vacaciones típicas.

—Goza lo más que puedas, ya falta poco para que volvamos a ser Barbies de colección.

—Uff, me da pereza de solo pensarlo.

Una parte de ti quiere decirle que tus días como maniquí andrógino terminaron. Pero Nicholai se ve tan contento de poder hablar contigo que optas por cambiar de tema.

Perlas de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora