Despedida efímera

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El tintineo del metal le indicó que ya era hora de salir a la calle parasu paseo nocturno. Se levantó del sofá y corriendo moviendo el rabo deun lado a otro, se sentó frente la puerta esperando a que su ancianodueño, con paso lento, llegase a donde él para colocarle la correaadecuadamente. Una vez estuviese listo, él con la correa y el anciano conun abrigo que le protegiera del frío, salieron uno delante del otro por lapuerta de casa, y tras cerrar con llave, iniciaron su recorrido diario haciael parque iluminado tenuemente con las farolas de la calle y la leve luz dela luna. Era una noche preciosa plagada de estrellas que lucían comopequeños diamantes adornando el firmamento cual joyas de una reina.Las calles estaban vacías y muy silenciosas, donde sólo se percibían lossuaves ruidos de los insectos acompañándolos en su caminata, y el golpede los zapatos del anciano contra la acera al compas de las patas de suamado perro.

Este era, probablemente para ambos, el momento más feliz y pacífico del día,disfrutando de una fría noche de invierno, dondesólo notaban el calor de su cariño. Llevaban tantos años compartiendouna vida que no sabrían qué hacer sin el otro. Este tipo de noches leservían al anciano para pensar y reflexionar,además de recordar con nostalgia y con cierto egoísmo recuerdos que ahora eran momentos de un presente que ya no le pertenecían. Daría lo que fuera porpoder echar atrás el tiempo y cambiar algunas cosas, hacerlas mejor, sermejor hijo, hermano, amigo. Pero le reconfortaba saber que hizo lo que pudo.

Observaba a su perro que caminaba tranquilamente con el hocicopegado al suelo, olisqueando algo ajeno al olfato del dueño.Ocasionalmente se paraba en un punto concreto y lo inspeccionaba conuna concentración sorprendentemente efímera, pues rápidamente girabala cabeza, apuntaba el morro en otra dirección, y seguía su camino comosi todo el interés puesto en lo anterior hubiese desaparecido.

No tardaron mucho en llegar a un tranquilo parque en el que soltaral perro para que pudiese andar a sus anchas era posible. Este hermoso,pero vacío, parque era el más cuidado del pueblo, un poco apartado de lapoblación donde los niños más traviesos no pudiesen estropear lanaturaleza con sus balones y tonterías. Se respiraba una hermosa yplácida calma imposible de encontrar en cualquier otra parte. Los árbolesdanzaban al ritmo del viento nocturno, haciendo que sus hojas chocaranentre sí creando una placentera armonía que acariciaba los oídos delanciano, que disfrutaba del sonido como si de la más maravillosa sinfoníase tratara. El perro, ignorando a su dueño, correteaba libremente trasalgún asustadizo animal que huía de las fauces de su perseguidor.

Una vez el perro se hubiese cansado de aterrorizar a los pobresanimales, se acercó con la lengua afuera a su dueño, jadeando, tomandoaire con fuerza dejando ver el vaho escapar de su boca. El dueño esperó aque el perro recuperase el aliento antes de colocarle la correa una vezmás y hacer el camino de vuelta a su casa. Era sorprendente como lavuelta era aún más silenciosa y plácida que la ida. La muda noche y sufrío viento, abrazaron y acompañaron al perro y al anciano hasta casasusurrando en sus oídos palabras en un idioma desconocido.

Pasado el umbral de la puerta, el perro se sacudió el pelajemientras el anciano se quitaba el abrigo y lo colgaba en el perchero.Frotando ambas manos para entrar en calor, se fue acercando a su cuartodonde perezosamente se puso su pijama y se metió en la cama, arropadohasta el cuello, gozando del calor de las sábanas. Mientras tanto el perrole observaba, y visto que su dueño ya estaba sumido en un profundosueño, se tumbó a los pies de la cama dejándose llevar por el cansancio.

A la mañana siguiente, el hijo menor del anciano entró por la puertaa hacer su matinal visita. El fiel perro y su viejo dueño estaban dormidose inmóviles, tanto era así que incluso parecía que no respiraban. Esetétrico pensamiento empujó al joven a acercarse a la cama a comprobarque el anciano aún seguía con vida. Con las manos temblorosas ylágrimas en los ojos que impedían que viese bien la pantalla del teléfono,consiguió llamar a la ambulancia para informales de la trágica noticia.Unos minutos más tarde, fue el sonido de las sirenas las que indicaron alperro que aquel precioso paseo nocturno, sería su último.

Relatos (hasta Septiembre 2020)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt