17 de Octubre

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Me he despertado de sopetón por culpa de la alarma. Ese horrible pitido metaladra el tímpano todos y cada uno de los días del año. Pero hoy, no lo he percibidoigual, hoy ha sido peor que los demás. Lenta y perezosamente consigo levantarmede la cama. Como ando un poco desorientado, decido mirar el calendario. 17 deOctubre, algo era ello. Cada año lo mismo, nunca falla.

Comienzo mi mañana como si el día de hoy no significase nada para mí. Unavez termino de desayunar y ducharme contemplo la opción de quedarme en casa yno ir a la universidad, ya que no me encuentro en condiciones. Desde luego que notendría que haber mirado el calendario. A pesar de haberme duchado, me sientosudoroso. Estoy especialmente agobiado y siento mis nervios a flor de piel, como simi cuerpo intentase avisarme de que algo malo fuese a pasar. Intento convencermea mí mismo de que todo esto está en mi cabeza, que es algo que me suele pasartodos los años, pero algo en mí rechaza esa idea. Este agobio que siento en miinterior me dificulta la respiración y me nubla la vista.

Toda la mañana llevo intentando despejar mi mente, ya sea leyendo, viendola televisión, o haciendo cualquier tipo de trabajo del hogar, pero ni aun así soycapaz de olvidar el hecho de que hoy es 17 de Octubre. En lo que llevo de día, yame he tomado tres tilas y una valeriana para combatir el nerviosismo pero nadaparece ser de ayuda. Llegados a este punto creo que la mejor opción será recurrir aaquello que guardo para ocasiones especiales.

De el cajón superior de mi mesilla de noche saco una bolsita que contienealrededor de cinco pastillas blancas y sin ningún tipo de enumeración. Lleno un vasode agua y trago tres de las pastillas de una sola vez con la esperanza de que mehaga efecto rápidamente.

Sentado en el sofá de la sala con la televisión apagada empiezo a notarcomo las pastillas consiguen calmarme un poco. Pero de pronto, oigo que alguienllama a la puerta. Desconcertado, pues no sé quien puede ser, me levanto de miasiento y con un paso lento y pesado me dirijo a la puerta. A través de la mirilla veoque es mi madre. Un tanto sorprendido abro la puerta. Por mucho que lo intente norecuerdo haberle dado nunca mi dirección a mi madre.

Apresuradamente entra y con un golpe seco cierra la puerta tras ella. Echaun vistazo rápido a su alrededor, y a pleno pulmón dice:

- ¡Cómo puede ser que tengas tu casa tan desordenada! ¡Ya estás ahoramismo recogiendo todos los apuntes de la mesa y guardando la ropa en un sitio!¡Vamos, no me mires con esa cara, que no tenemos todo el día! ¡No esperaras quelo haga yo por ti!

Confundido por lo que está pasando decido hacerle caso sin rechistar comosi fuese un niño pequeño. Mi madre sigue mirándome muy seriamente mientrasorganizo y ordeno todas mis pertenencias.

- Mamá, si se puede saber, ¿Qué haces tú aquí?

- Pues por lo visto, poniendo un poco de orden en la vida de mi hijo, ya queparece que el no se preocupa en hacerlo. - Estas palabras las dice de forma muycrítica y realmente enfadada. Comienza a moverse y a inspeccionar todo lo demásde mi casa, cuando levantando la voz continúa hablando - No me puedo creer queen todos estos años no te hayas molestado en contactar conmigo. ¡Yo, que siempreme he preocupado por tu bien estar, quien a trabajado para sacarnos a ti y a míadelante, llevo diez años esperando a que decidieses hablar conmigo!

Me clava la mirada, una de esas miradas de madre tan penetrantes que calanbien hondo. Se me está formando un nudo en la garganta y no tengo fuerzas paracontestar. Por culpa de las lágrimas que se me están formando en los ojos, se mehace más difícil ver bien su cara. Bebo un trago de agua para intentar poderformular palabra. Siento como el agua fría pasa por mi garganta, y tras tragar y darun largo y profundo suspiro, decido contestar.

- Mamá, pero yo pensaba que tú...

- ¡Ni peros ni nada jovencito! ¡No quiero que me vengas con excusas baratas!

Mi madre cada vez está levantando más la voz. Oigo sus gritos más que mispropios pensamientos. La oigo como si fuesen mil mujeres gritándome a la vez,cada una reprochandome una cosa distinta; que si llevo todo este tiempoignorándola, que si en realidad nunca la he querido, que si solo he pensado en mí.Aun sabiendo que todo lo que me está diciendo es completamente falso, unapequeña, pero creciente, parte de mi se lo cree. Cree en todas y cada una de laspalabras que salen de la boca de esta mujer.

No puedo dejar de llorar. Para callar los gritos de mi madre me llevo lasmanos a las orejas y aprieto con todas mi fuerzas, pero sus gritos las traspasan y noconsigo aislarlos, entonces empiezo a gritar yo también. El mayor alarido que hasalido jamás de mi garganta. Pero aún la oigo.

Ando alrededor de mi casa, pero sus gritos me persiguen. No miento si digoque preferiría morir antes que seguir escuchándola gritarme de esta manera. Aquíes cuando me doy cuenta de lo que tengo que hacer. Corro a la cocina, y sin darlemuchas vueltas, deslizo un cuchillo por mi muñeca. Aunque me siento un pocoaturdido sigo escuchando a la perfección los gritos de mi madre.

- ¡Eres un cobarde canalla que no sabe afrontar tus propios problemas!



- ¿Qué tenemos hoy agente Romero?

- Un joven de 24 años, Daniel Méndez, estudiante universitario. Presuntosuicidio. El forense cree que ocurrió alrededor del pasado 17 de Octubre. Hemosencontrado esta bolsa con pastillas. Tienen toda la pinta de ser LSD pero ya hemandado que lo lleven a analizar. Ha sido uno de sus compañeros de clase el queha llamado a la policía.

- ¿Ha informado a sus familiares de lo ocurrido?

- Daniel no tiene ningún pariente cercano. Es hijo único. Su padre no havivido nunca con él, y falleció cuando nuestra víctima tenía alrededor de cuatroaños. Y su madre, fue asesinada el 17 de Octubre del 2008.

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⏰ Last updated: Sep 15, 2020 ⏰

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Relatos (hasta Septiembre 2020)Where stories live. Discover now