CAP. 3 - LOS JUEGOS DEL DESTINO -

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VICTORIA BROWN

Hay sensaciones que no podemos explicar con simples palabras y palabras que se convierten en clichés en un intento de alivianar las cargas de la vida. Como decir que todo pasa por una razón cuando queremos justificar nuestras fallas o calmar algún dolor. Cuando le atribuimos a la suerte la responsabilidad de estar o no, en el lugar que queremos. Cuando culpamos al destino por aquello que teníamos y una mañana al despertar, ya no estaba. Siempre fui fiel creyente de que nosotros marcamos nuestro camino, con decisiones acertadas o errores que nos elevan a nuestro siguiente nivel, pero ese día descubrí que hay accidentes que cambian sin aviso el rumbo de las cosas, y que por más que quieras, nada vuelve a ser igual.

Llegué al instituto y no había alumnos afuera. Era mi primer día y estaba llegando tarde. Detestaba llegar tarde. Me dirigí a toda prisa al que sería mi salón de clases. Encontrarlo no fue fácil. El lugar era gigante. Tenía muchos accesos que conectaban con los tres edificios que conformaban "El Cumbres". Mi aula estaba en la Zona C. La opulencia de las instalaciones, dejaban claro que era un entorno al que pocos tenían acceso. Era territorio de privilegiados, pero eso no me hacía sentir especial.

Según el cronograma, me tocaba Literatura.

—Buenos días, ¿puedo pasar? —dije, una vez que pude conseguir mi salón.

—Tarde —sentenció la profesora, mirándome por encima de los lentes.

Minutos antes de llegar al aula tuve la astucia de detenerme en la dirección del instituto. Mi intuición me dijo que llegar tarde me traería problemas. Quise suponer que pude conseguir un pase especial porque la directora había considerado el incidente por el que había pasado, y no por ser la hija de Eleanor Hamilton, aunque en ese momento no me importó que me relacionaran con esa mujer. Me dirigí al escritorio de la profesora que me estaba negando la entrada y le entregué la hoja que me dio su superior. Me miró con recelo y no tuvo otra opción que dejarme pasar. Ya saben... «En donde manda capitán, no manda marinero» y la profesora, era solo una simple tripulante de ese gran barco llamado El Cumbres.

—Uno de los principales requisitos para aprobar mi clase es la puntualidad. Las faltas o demoras deberán ser justificadas y comprobadas. Sus padres no ven clases conmigo, y yo no formo mediocres —puntualizó la profesora, sin dejar de mirarme.

Como era de esperarse, todos tenían su mirada puesta en mí. Las chicas me observaban de arriba abajo con cierto rechazo. Los chicos parecían disfrutar mi llegada. Se asemejaban a lobos hambrientos y yo, era la presa.

—Buenos días profesora —Escuché una voz mientras me dirigía a tomar asiento y por una extraña razón, creí reconocerla.

Me dispuse a voltear y vi a la profesora sonreír complaciente con la alumna que acababa de ingresar y que se mantenía de espalda a nosotros. Al parecer su discurso sobre la impuntualidad, tenía sus excepciones. El costo: un café tamaño grande y una dona de chocolate que le entregó la chica, quien procedió a tomar asiento con una sonrisa presuntuosa y mi odio aumentó cuando la vi.

En ese momento supe que el destino se había propuesto jugarme una puta broma de muy mal gusto, cuando decidió que debía compartir la misma escuela y el mismo aire, con la persona que deseé no volver a ver nunca más en mi vida.

Observé a todos mis compañeros y solo dos personas me llamaron la atención. Uno de ellos fue un chico que no era el más listo, pero sí el más guapo. Tenía ojos cafés con largas pestañas que se escondían debajo de unas cejas gruesas y pobladas. Unos dientes blancos y perfectos que dibujaban una sonrisa encantadora en su rostro. Todas babeaban ante cualquier estupidez que decía. Por lo que pude escuchar, su nombre era Santiago. Y luego estaba ella, la chica del accidente, a quien la situación no me permitió percibir que era muy bonita. Su belleza era del tamaño de su arrogancia. Tenía un largo y abundante cabello negro que caía con ondas naturales, el cual hacía que su piel se viera muy blanca y que resaltara el lunar que tenía sobre su labio superior. Ojos grandes y de un azul muy intenso, con un brillo que no sé si eran efecto de sus lentes de leer, pero en ellos no se veía lo arrogante que era. Vestía recatada y por su apariencia y sus gestos parecía de las chicas que lo tenían todo: buena posición social, padres y amigos perfectos, un príncipe azul, excelentes notas y un futuro prometedor.

El espacio entre tú y yo (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora